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E. J. Dionne

Obama, le presento a Obama

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WASHINGTON - Alguien debería de presentar al Barack Obama que se dirigió a la nación el lunes para hablar de Libia al Barack Obama que viene caminando en la cuerda floja de la refriega de los presupuestos.

En su discurso de Libia, Obama fue claro, contundente y riguroso. Sí, hubo ciertas ambigüedades pero estuvieron marcadas por una situación genuinamente incierta sobre el terreno, no por un razonamiento confuso. El presidente abogó por una política exterior apoyada en la moralidad pero también consciente de las dificultades de actuar con inteligencia en un mundo imperfecto que no cede con facilidad a la voluntad de un caballero o de un país.

En materia presupuestaria, en contraste, es difícil saber cuál es la intención última del presidente, los acuerdos que considera razonables o en qué momento se unirá al menos al debate.

La Casa Blanca está tan decidida a mantener al presidente asépticamente distante de las caóticas disputas en torno a los presupuestos que ni siquiera permite que sus aliados del Congreso citen los propios análisis de la administración de lo nocivos que serán ciertos recortes de los Republicanos. Pueden utilizar los datos, pero no mencionar que la administración es quien los reunió. ¿Qué pasa con esto?

Obama no tuvo miedo de asumir riesgos en Libia, incluyendo el peligro de críticas vertidas desde todos los frentes a su negativa tajante a adoptar una política integral hacia los diversos levantamientos de Oriente Medio. Es divertido contemplarnos a nosotros los periodistas poniéndonos el disfraz de escolástico medieval mientras analizamos cada palabra en busca de una "Doctrina Obama".

Pero lo último que le hace falta a Estados Unidos es un enfoque doctrinario sobre una serie de conflictos que afectan a nuestros intereses en sentidos diferentes y en los que disponemos de capacidades muy distintas para influir sobre el resultado. Cuando "la historia se pone en marcha", en las agradables palabras de Obama, los marcos políticos rígidos pueden resultar peligrosos.

Lo que Obama sí ofreció fue una defensa excepcionalmente honesta y rigurosa de la intervención humanitaria.

"Es cierto que América no puede hacer uso de nuestro ejército en cuanto se produzcan represiones", decía. "Y teniendo en cuenta el coste y los riesgos de la intervención, siempre tenemos que medir nuestros intereses en función de la necesidad de actuar. Pero eso no puede ser la excusa para no actuar nunca en defensa de lo correcto. En este país en concreto - Libia - en este momento concreto, nos enfrentábamos a la perspectiva de actos de violencia a escala horrorosa. Disponíamos de la capacidad única de atajar esa violencia".

Hizo bien en seguir usando la palabra "concreto", y también en aducir que no deberíamos haber actuado de forma unilateral. Estados Unidos mantendrá mejor su poder y su influencia ampliando las formas en las que puede trabajar en concierto con países de mentalidad similar.

Dejando aparte al ala Obama-nunca-hace-nada-bien del Partido Republicano, existen dos líneas legítimas de crítica hacia su política en Libia.

Una es la opinión realista de que Estados Unidos no debió haber intervenido porque ya estábamos al límite y ni siquiera sabemos quiénes son los rebeldes. La otra dice que habiendo anunciado públicamente que Muammar Gaddafi tiene que marcharse, hemos de llegar hasta el final, armar a los rebeldes y hacer lo que haga falta más para garantizar su victoria.

Los realistas (y, a estos efectos, los pacifistas) no se verán conmovidos por el argumento humanitario de Obama, pero sospecho que muchos estadounidenses se sentirán persuadidos de que Estados Unidos y sus aliados no podían quedarse cruzados de brazos ante "la perspectiva de actos de violencia a una escala horrorosa". En cuanto a prestar más apoyo a los rebeldes, se puede reducir a eso. Pero tras nuestras experiencias en Irak, preferiría un presidente reacio al gasto de una misión militar dedicada al cambio de régimen al que no le gusta restar importancia a los riesgos de un conflicto enquistado.

Tal vez Obama tenga el mismo miedo al conflicto cuando hablamos de la lucha presupuestaria, pero no es una batalla que pueda evitar. Hasta el momento, ha sido más tertuliano o juez distante, pronunciando sentencias desde la distancia acerca del comportamiento de las diversas formaciones. "Ambas partes se tendrán que sentar y alcanzar un compromiso en torno recortes prudentes", decía hace unas semanas. Bueno, sí, pero ¿no es cierto que él toma parte en esto? Habla con regularidad de sus prioridades, pero no ha hecho ningún énfasis en aquellos que tratan realmente de defenderlas en medio del escándalo que se oye al otro extremo de la Avenida de Pennsylvania.

En su discurso el lunes, el presidente habló de nuestra obligación "de vivir según los valores que estimamos tanto". Ha desempeñado una labor docente a tenor de eso en Libia. Tendrá que hacer lo propio más cerca.

Obama, le presento a Obama

E. J. Dionne
E. J. Dionne
jueves, 31 de marzo de 2011, 06:56 h (CET)
WASHINGTON - Alguien debería de presentar al Barack Obama que se dirigió a la nación el lunes para hablar de Libia al Barack Obama que viene caminando en la cuerda floja de la refriega de los presupuestos.

En su discurso de Libia, Obama fue claro, contundente y riguroso. Sí, hubo ciertas ambigüedades pero estuvieron marcadas por una situación genuinamente incierta sobre el terreno, no por un razonamiento confuso. El presidente abogó por una política exterior apoyada en la moralidad pero también consciente de las dificultades de actuar con inteligencia en un mundo imperfecto que no cede con facilidad a la voluntad de un caballero o de un país.

En materia presupuestaria, en contraste, es difícil saber cuál es la intención última del presidente, los acuerdos que considera razonables o en qué momento se unirá al menos al debate.

La Casa Blanca está tan decidida a mantener al presidente asépticamente distante de las caóticas disputas en torno a los presupuestos que ni siquiera permite que sus aliados del Congreso citen los propios análisis de la administración de lo nocivos que serán ciertos recortes de los Republicanos. Pueden utilizar los datos, pero no mencionar que la administración es quien los reunió. ¿Qué pasa con esto?

Obama no tuvo miedo de asumir riesgos en Libia, incluyendo el peligro de críticas vertidas desde todos los frentes a su negativa tajante a adoptar una política integral hacia los diversos levantamientos de Oriente Medio. Es divertido contemplarnos a nosotros los periodistas poniéndonos el disfraz de escolástico medieval mientras analizamos cada palabra en busca de una "Doctrina Obama".

Pero lo último que le hace falta a Estados Unidos es un enfoque doctrinario sobre una serie de conflictos que afectan a nuestros intereses en sentidos diferentes y en los que disponemos de capacidades muy distintas para influir sobre el resultado. Cuando "la historia se pone en marcha", en las agradables palabras de Obama, los marcos políticos rígidos pueden resultar peligrosos.

Lo que Obama sí ofreció fue una defensa excepcionalmente honesta y rigurosa de la intervención humanitaria.

"Es cierto que América no puede hacer uso de nuestro ejército en cuanto se produzcan represiones", decía. "Y teniendo en cuenta el coste y los riesgos de la intervención, siempre tenemos que medir nuestros intereses en función de la necesidad de actuar. Pero eso no puede ser la excusa para no actuar nunca en defensa de lo correcto. En este país en concreto - Libia - en este momento concreto, nos enfrentábamos a la perspectiva de actos de violencia a escala horrorosa. Disponíamos de la capacidad única de atajar esa violencia".

Hizo bien en seguir usando la palabra "concreto", y también en aducir que no deberíamos haber actuado de forma unilateral. Estados Unidos mantendrá mejor su poder y su influencia ampliando las formas en las que puede trabajar en concierto con países de mentalidad similar.

Dejando aparte al ala Obama-nunca-hace-nada-bien del Partido Republicano, existen dos líneas legítimas de crítica hacia su política en Libia.

Una es la opinión realista de que Estados Unidos no debió haber intervenido porque ya estábamos al límite y ni siquiera sabemos quiénes son los rebeldes. La otra dice que habiendo anunciado públicamente que Muammar Gaddafi tiene que marcharse, hemos de llegar hasta el final, armar a los rebeldes y hacer lo que haga falta más para garantizar su victoria.

Los realistas (y, a estos efectos, los pacifistas) no se verán conmovidos por el argumento humanitario de Obama, pero sospecho que muchos estadounidenses se sentirán persuadidos de que Estados Unidos y sus aliados no podían quedarse cruzados de brazos ante "la perspectiva de actos de violencia a una escala horrorosa". En cuanto a prestar más apoyo a los rebeldes, se puede reducir a eso. Pero tras nuestras experiencias en Irak, preferiría un presidente reacio al gasto de una misión militar dedicada al cambio de régimen al que no le gusta restar importancia a los riesgos de un conflicto enquistado.

Tal vez Obama tenga el mismo miedo al conflicto cuando hablamos de la lucha presupuestaria, pero no es una batalla que pueda evitar. Hasta el momento, ha sido más tertuliano o juez distante, pronunciando sentencias desde la distancia acerca del comportamiento de las diversas formaciones. "Ambas partes se tendrán que sentar y alcanzar un compromiso en torno recortes prudentes", decía hace unas semanas. Bueno, sí, pero ¿no es cierto que él toma parte en esto? Habla con regularidad de sus prioridades, pero no ha hecho ningún énfasis en aquellos que tratan realmente de defenderlas en medio del escándalo que se oye al otro extremo de la Avenida de Pennsylvania.

En su discurso el lunes, el presidente habló de nuestra obligación "de vivir según los valores que estimamos tanto". Ha desempeñado una labor docente a tenor de eso en Libia. Tendrá que hacer lo propio más cerca.

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