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Ana Rodríguez

'Nunca me abandones'

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Los mecanismos emocionales que se activan al ver la adaptación de un libro a la gran pantalla son sorprendentes y generan una particular fusión de experiencias: la experiencia pretérita de leer el libro –el de Kazuo Ishiguro-, con la experiencia presente de ver la película. La imagen despierta la memoria y reactiva la experiencia emocional de la lectura, en una contaminación bidireccional de pasado y futuro, de cine y literatura.

Y es que el original, más si es bueno, deja una huella muy particular sobre aquello que se deriva de él: sean imágenes en movimiento, o sean, como en Nunca me abandones, humanos modelados a imagen y semejanza de otros humanos: Kathy H., Tommy D. y Ruth, los tres protagonistas del film que firma Mark Romanek bajo la consigna de fidelidad al original.

La melancólica, serena y etérea novela de Ishiguro encuentra su adaptación fílmica en una apuesta, según palabras del director, que “mezcla la ciencia ficción con lo retro”. La fotografía de colores otoñales (marrones, ocres, azules, verdes pálidos) trabaja las relaciones de proporción entre los lugares y los personajes como evidencia de su aprisionamiento y desolación. Hailsham, el colegio donde crecen los clones, se rige por su imponencia, que contrasta con el mundo a escala de los niños que lo habitan, y sus jueguetes pequeños y rotos.

Romanek trabaja la estampa melancólica sin riesgos, pero también sin excesos, fiel a la tonalidad media entre retraimiento y pasión que, por otro lado, captura a la perfección el elenco formado por Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley, interpretando a los personajes desde su más íntima esencia.

El film dialoga con el libro hasta la confusión, en una mímesis interdisciplinar que tal vez pierde en la réplica algo de naturalidad, algo de narrar desde dentro o de mantener el suspense hasta el final con todo manejo –la película decide dar la información de la condición de los personajes muy al principio-, y gana, en cambio, cierto acicalamiento de gran relato, cierta adscripción a lo ya conocido. Pero las impresiones y la esencia del libro emergen, con todo, de la pantalla, como lo hacían de la prosa de Ishiguro, o tal vez es que aquella prosa refuerza la imagen desde la memoria. En cualquier caso, el aura del original sí pervive en su copia, que no es tal, sino un nuevo original adaptado a su medio, igual que Kathy H., Ruth y Tommy D.

'Nunca me abandones'

Ana Rodríguez
Ana Rodríguez
jueves, 24 de marzo de 2011, 08:11 h (CET)
Los mecanismos emocionales que se activan al ver la adaptación de un libro a la gran pantalla son sorprendentes y generan una particular fusión de experiencias: la experiencia pretérita de leer el libro –el de Kazuo Ishiguro-, con la experiencia presente de ver la película. La imagen despierta la memoria y reactiva la experiencia emocional de la lectura, en una contaminación bidireccional de pasado y futuro, de cine y literatura.

Y es que el original, más si es bueno, deja una huella muy particular sobre aquello que se deriva de él: sean imágenes en movimiento, o sean, como en Nunca me abandones, humanos modelados a imagen y semejanza de otros humanos: Kathy H., Tommy D. y Ruth, los tres protagonistas del film que firma Mark Romanek bajo la consigna de fidelidad al original.

La melancólica, serena y etérea novela de Ishiguro encuentra su adaptación fílmica en una apuesta, según palabras del director, que “mezcla la ciencia ficción con lo retro”. La fotografía de colores otoñales (marrones, ocres, azules, verdes pálidos) trabaja las relaciones de proporción entre los lugares y los personajes como evidencia de su aprisionamiento y desolación. Hailsham, el colegio donde crecen los clones, se rige por su imponencia, que contrasta con el mundo a escala de los niños que lo habitan, y sus jueguetes pequeños y rotos.

Romanek trabaja la estampa melancólica sin riesgos, pero también sin excesos, fiel a la tonalidad media entre retraimiento y pasión que, por otro lado, captura a la perfección el elenco formado por Carey Mulligan, Andrew Garfield y Keira Knightley, interpretando a los personajes desde su más íntima esencia.

El film dialoga con el libro hasta la confusión, en una mímesis interdisciplinar que tal vez pierde en la réplica algo de naturalidad, algo de narrar desde dentro o de mantener el suspense hasta el final con todo manejo –la película decide dar la información de la condición de los personajes muy al principio-, y gana, en cambio, cierto acicalamiento de gran relato, cierta adscripción a lo ya conocido. Pero las impresiones y la esencia del libro emergen, con todo, de la pantalla, como lo hacían de la prosa de Ishiguro, o tal vez es que aquella prosa refuerza la imagen desde la memoria. En cualquier caso, el aura del original sí pervive en su copia, que no es tal, sino un nuevo original adaptado a su medio, igual que Kathy H., Ruth y Tommy D.

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