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Martín Cid

ZP en su Titanic

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Les voy a contar un secreto, pero no se lo digan a nadie (que luego sembramos el caos): en mayo hay elecciones. No, no son las esperadas elecciones generales, que nadie se rasgue las vestiduras, pero sí una elecciones que decidirán en gran medida lo que serán las próximas generales en las que, seamos sinceros, ya todos esperamos un cambio político… hasta el mismísimo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

Se habla mucho en estos tiempos convulsos socialistas de la sucesión del ya cadáver político de ZP, sobre quién será el digno sucesor a tan excelso mandatario (no es ironía, es una brutal contradicción), sobre qué tendrán que hacer los barones socialistas para evitar el casi seguro batacazo de los del PSOE en las próximas generales… mientras, la llamada derecha (que ya no lo es tanto, por cierto), se mantiene agazapada esperando simplemente el tortazo final.

Y es que mirando atrás veo partidos políticos que nada han hecho por gobernar y, sin embargo, ahí se van a ver. El PSOE, cuando llegó al poder, contó con un desagradable golpe de suerte: cuando todo estaba perdido y las encuestas le daban como seguro perdedor… pasó lo que pasó y el que debía haber gobernado no lo hizo (puede que con toda la electoral razón, no lo niego). Lo mismo parece que va a suceder con el PP, que el año que viene (ya se me hace largo este periplo socialista, lo confieso) se encontrará en la Moncloa más bien por demérito del contrario (y mucho, pero que mucho demérito) más que por sus propios aciertos como partido líder de la oposición.

El cambio político que se avecina es fruto del desastre no sólo económico sino social del partido (cachondeo incluido) llamado “socialista”, al que le vino la gran papeleta de una crisis no sólo en España, sino a nivel mundial. Venga de fuera o de dentro, los socialistas han sido incapaces no de solucionarla (si hubiesen podido o no es otro asunto) sino de convencer a los españoles que sus medidas eran necesarias. La impresión en estos (¡prefiero no contarlos, que me deprimo aún más!) años de gobierno socialista es que, como dice el refrán, “se les ha ido la fuerza por la boca” impulsando medidas sociales que poco o nada interesaban a los españoles, promulgando leyes a base de “decretazos” que imponían una especie de ley marcial que poco tiene que ver con ese “progresismo” que ellos mismos promueven… prohibiendo aquí y allí tomando posturas electoralistas y fijando la agenda más en las próximas generales que en el bien de la nación… dividiendo la nación que decimos algunos o provocando cismas más bien propios de la República que dirán otros…

En definitiva, rompiendo la fe de los españoles en una clase política más preocupada en mantener su estatus que en pensar en el bien común.

El Titanic que Zapatero trató de construir fue una enormidad de leyes (muchas absurdas) que pretendía legislar todos los asuntos privados para poner al Estado-Titanic por encima del individuo, quizás una labor demasiado enorme para un sistema político-económico que, precisamente, se basa en la individualidad y la propiedad privada. El llamado “talante político” de ZP se vio eclipsado en muchas ocasiones por ministros de verbo fácil y lógica difusa que nunca convencieron a los españoles de un asunto muy simple, que estaban aquí para luchar por los españoles y no por la política misma. No, la impresión ha sido más bien la de imponer la opinión política por encima de la ciudadana, la de aferrarse al poder a cualquier precio y la de legislar por legislar, la del cambio por el cambio porque el cambio, para estos políticos que nos han tocado, es la única manera de copar titulares y, así, tratar de convencer a un pueblo desencantado, cansado y harto de los que nada hacen y muchos méritos se atribuyen.

Espero a mayo, espero el sucesor de Zapatero (que a buen seguro se pegará igualmente un batacazo titánico) y espero que algo cambie en España por fin cuando, por fin también, llegue el cambio.

Porque con este rumbo, amigos míos, caminamos directamente hacia un iceberg.

ZP en su Titanic

Martín Cid
Martín Cid
miércoles, 23 de marzo de 2011, 08:55 h (CET)
Les voy a contar un secreto, pero no se lo digan a nadie (que luego sembramos el caos): en mayo hay elecciones. No, no son las esperadas elecciones generales, que nadie se rasgue las vestiduras, pero sí una elecciones que decidirán en gran medida lo que serán las próximas generales en las que, seamos sinceros, ya todos esperamos un cambio político… hasta el mismísimo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

Se habla mucho en estos tiempos convulsos socialistas de la sucesión del ya cadáver político de ZP, sobre quién será el digno sucesor a tan excelso mandatario (no es ironía, es una brutal contradicción), sobre qué tendrán que hacer los barones socialistas para evitar el casi seguro batacazo de los del PSOE en las próximas generales… mientras, la llamada derecha (que ya no lo es tanto, por cierto), se mantiene agazapada esperando simplemente el tortazo final.

Y es que mirando atrás veo partidos políticos que nada han hecho por gobernar y, sin embargo, ahí se van a ver. El PSOE, cuando llegó al poder, contó con un desagradable golpe de suerte: cuando todo estaba perdido y las encuestas le daban como seguro perdedor… pasó lo que pasó y el que debía haber gobernado no lo hizo (puede que con toda la electoral razón, no lo niego). Lo mismo parece que va a suceder con el PP, que el año que viene (ya se me hace largo este periplo socialista, lo confieso) se encontrará en la Moncloa más bien por demérito del contrario (y mucho, pero que mucho demérito) más que por sus propios aciertos como partido líder de la oposición.

El cambio político que se avecina es fruto del desastre no sólo económico sino social del partido (cachondeo incluido) llamado “socialista”, al que le vino la gran papeleta de una crisis no sólo en España, sino a nivel mundial. Venga de fuera o de dentro, los socialistas han sido incapaces no de solucionarla (si hubiesen podido o no es otro asunto) sino de convencer a los españoles que sus medidas eran necesarias. La impresión en estos (¡prefiero no contarlos, que me deprimo aún más!) años de gobierno socialista es que, como dice el refrán, “se les ha ido la fuerza por la boca” impulsando medidas sociales que poco o nada interesaban a los españoles, promulgando leyes a base de “decretazos” que imponían una especie de ley marcial que poco tiene que ver con ese “progresismo” que ellos mismos promueven… prohibiendo aquí y allí tomando posturas electoralistas y fijando la agenda más en las próximas generales que en el bien de la nación… dividiendo la nación que decimos algunos o provocando cismas más bien propios de la República que dirán otros…

En definitiva, rompiendo la fe de los españoles en una clase política más preocupada en mantener su estatus que en pensar en el bien común.

El Titanic que Zapatero trató de construir fue una enormidad de leyes (muchas absurdas) que pretendía legislar todos los asuntos privados para poner al Estado-Titanic por encima del individuo, quizás una labor demasiado enorme para un sistema político-económico que, precisamente, se basa en la individualidad y la propiedad privada. El llamado “talante político” de ZP se vio eclipsado en muchas ocasiones por ministros de verbo fácil y lógica difusa que nunca convencieron a los españoles de un asunto muy simple, que estaban aquí para luchar por los españoles y no por la política misma. No, la impresión ha sido más bien la de imponer la opinión política por encima de la ciudadana, la de aferrarse al poder a cualquier precio y la de legislar por legislar, la del cambio por el cambio porque el cambio, para estos políticos que nos han tocado, es la única manera de copar titulares y, así, tratar de convencer a un pueblo desencantado, cansado y harto de los que nada hacen y muchos méritos se atribuyen.

Espero a mayo, espero el sucesor de Zapatero (que a buen seguro se pegará igualmente un batacazo titánico) y espero que algo cambie en España por fin cuando, por fin también, llegue el cambio.

Porque con este rumbo, amigos míos, caminamos directamente hacia un iceberg.

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