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Pablo Lázaro

Etnocentrismo

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Mientras las tropas de Gadafi bombardean Bengasi, capital rebelde, la comunidad internacional sigue dividida sobre la conveniencia o no de intervenir en el conflicto libio. El Consejo de Seguridad de la ONU debate a instancias de Francia y Reino Unido la creación de una zona de exclusión aérea que impida el bombardeo de los rebeldes por parte de la aviación gadafista. La petición de la Liga Árabe suscita dudas entre grandes potencias como Rusia y China, y EEUU, tras la invasión de Irak, se muestra reticente a una intervención armada.

Parece evidente que Muamar el Gadafi es un dictador que maneja su país con mano de hierro desde 1969 pero, ¿es “menos malo” que Saddam Hussein y mucho peor que el rey de Arabia Saudí, el emir de Kuwait o el rey de Marruecos?

Dejando a un lado los indudables intereses económicos, este asunto vuelve a poner sobre la mesa el debate sobre el etnocentrismo de Occidente: nos consideramos los garantes de la Democracia y los Derechos Humanos, y queremos que todo el mundo pueda disfrutar de ellos, aunque en ocasiones haya que obligarles.

Ante esta visión surge la opuesta, basada en el relativismo cultural, según la cual cada sociedad tiene diferentes formas de educación que son correctas para ellos. Este punto de vista negaría la existencia de unos Derechos Humanos universales, ya que lo que en la cultura occidental nos parece un derecho inalienable del ser humano, puede no serlo para un habitante de otra sociedad. Así pues, la pregunta está servida: ¿Tiene Occidente derecho a intervenir contra las violaciones de los Derechos Humanos en otros países con diferentes sistemas de valores?

Hay culturas que llevan siglos practicando la ablación, la discriminación de la mujer, la pena de muerte como forma de castigo. Otras toleran violaciones, actos de pederastia e incluso la esclavitud. ¿De qué autoridad moral nos investimos para decirles que eso está mal? ¿Acaso Europa (y la cultura occidental) somos superiores al resto de pueblos y tenemos que enseñarles y, en muchas ocasiones, imponerles nuestro sistema de valores?

Eso es lo que se hizo durante siglos, y la forma de pensar que justificó la evangelización mediante la espada, el colonialismo y la trata de esclavos. ¿Queremos volver a cometer los mismos errores?

Este dilema moral cobra más importancia en un mundo cada vez más globalizado. A diferencia de hace 200 años, hoy en día es imposible vivir sin unas reglas de convivencia mínimas, comunes a todas las sociedades. ¿Cómo conciliar los diferentes sistemas de valores, de una forma que asegure el respeto a unos derechos básicos del ser humano en todo el mundo? Organismos como la ONU y la Corte Penal Internacional nacieron con esta vocación universalista, pero la realidad es que a día de hoy siguen muy lejos de conseguirlo. Las razones, las analizaremos la semana que viene.

Etnocentrismo

Pablo Lázaro
Pablo Lázaro
jueves, 17 de marzo de 2011, 08:13 h (CET)
Mientras las tropas de Gadafi bombardean Bengasi, capital rebelde, la comunidad internacional sigue dividida sobre la conveniencia o no de intervenir en el conflicto libio. El Consejo de Seguridad de la ONU debate a instancias de Francia y Reino Unido la creación de una zona de exclusión aérea que impida el bombardeo de los rebeldes por parte de la aviación gadafista. La petición de la Liga Árabe suscita dudas entre grandes potencias como Rusia y China, y EEUU, tras la invasión de Irak, se muestra reticente a una intervención armada.

Parece evidente que Muamar el Gadafi es un dictador que maneja su país con mano de hierro desde 1969 pero, ¿es “menos malo” que Saddam Hussein y mucho peor que el rey de Arabia Saudí, el emir de Kuwait o el rey de Marruecos?

Dejando a un lado los indudables intereses económicos, este asunto vuelve a poner sobre la mesa el debate sobre el etnocentrismo de Occidente: nos consideramos los garantes de la Democracia y los Derechos Humanos, y queremos que todo el mundo pueda disfrutar de ellos, aunque en ocasiones haya que obligarles.

Ante esta visión surge la opuesta, basada en el relativismo cultural, según la cual cada sociedad tiene diferentes formas de educación que son correctas para ellos. Este punto de vista negaría la existencia de unos Derechos Humanos universales, ya que lo que en la cultura occidental nos parece un derecho inalienable del ser humano, puede no serlo para un habitante de otra sociedad. Así pues, la pregunta está servida: ¿Tiene Occidente derecho a intervenir contra las violaciones de los Derechos Humanos en otros países con diferentes sistemas de valores?

Hay culturas que llevan siglos practicando la ablación, la discriminación de la mujer, la pena de muerte como forma de castigo. Otras toleran violaciones, actos de pederastia e incluso la esclavitud. ¿De qué autoridad moral nos investimos para decirles que eso está mal? ¿Acaso Europa (y la cultura occidental) somos superiores al resto de pueblos y tenemos que enseñarles y, en muchas ocasiones, imponerles nuestro sistema de valores?

Eso es lo que se hizo durante siglos, y la forma de pensar que justificó la evangelización mediante la espada, el colonialismo y la trata de esclavos. ¿Queremos volver a cometer los mismos errores?

Este dilema moral cobra más importancia en un mundo cada vez más globalizado. A diferencia de hace 200 años, hoy en día es imposible vivir sin unas reglas de convivencia mínimas, comunes a todas las sociedades. ¿Cómo conciliar los diferentes sistemas de valores, de una forma que asegure el respeto a unos derechos básicos del ser humano en todo el mundo? Organismos como la ONU y la Corte Penal Internacional nacieron con esta vocación universalista, pero la realidad es que a día de hoy siguen muy lejos de conseguirlo. Las razones, las analizaremos la semana que viene.

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