Los resultados acad micos que ofrece la Educacin Secundaria reclaman remedios urgentes para que pueda cumplir con sus funciones individual y colectiva. Es tanto lo que hoy depende de este nivel educativo, que no puede seguir en el fracaso. La sociedad en su conjunto y los m s directamente implicados en la educacin est n obligados a repensar su ordenacin y a dise ar las prcticas que mejor la puedan desarrollar en los centros. A tratar de mejorarla, en suma.
Tarea nada f cil, por supuesto. La prueba est en que, desde hace ya largo tiempo, se viene intentando establecer una oferta educativa eficaz para esta etapa, sin haberlo conseguido todav a. Precisamente, fue durante el siglo XIX cuando ms empe o se puso en determinar una etapa entre las primeras letras y los estudios universitarios. Lo que no quiere decir que se partiera de cero. Ya en los Siglos de Oro existan las llamadas Escuelas de Gram tica, en las que se preparaba a los hijos de las clase dominantes para la realizacin de estudios superiores. Y en la segunda mitad del siglo XVIII, bajo el empuje de las reformas ilustradas, se observa un notable progreso en estos estudios, aunque sin llegar a especificar ni sus ense anzas ni los centros en que impartirlas.
Habr que esperar, pues, al siglo XIX para observar un esfuerzo mayor por ordenar la Secundaria, que es lo que se trata de hacer con la publicaci n en 1857 de la Ley Moyano, la primera Ley de Instruccin P blica en Espaa. Reclamado por una sociedad que empezaba a exigir una mayor cualificaci n profesional, este tramo educativo lucha entonces por hacerse un sitio en el sistema y por fijarse con claridad. Empieza a considerarse un asunto social de primer orden. Tal es as que, en la poca de entresiglos, se asiste a un interesante debate sobre la Secundaria por considerarla ya pieza fundamental del sistema educativo.
Debate y compromiso con esta etapa -y con la educacin en general- que se afianza durante el siglo XX, si bien la Guerra Civil supondr a un profundo tajo en este proceso de avances que haba encontrado en la 2 Rep blica un terreno ms que abonado. Tajo a la vez tan largo, que hubo que esperar al ltimo tercio del siglo ( y con el precedente primero de la Ley del 70) para volver a observar programas innovadores encaminados a modernizar la Secundaria. Modernizacin que culminar a, como bien se sabe, en 1990 con la publicacin de la LOGSE.
En esta ley, y siguiendo una tendencia casi general en toda Europa, se establece la ampliaci n de una educacin com n y obligatoria para todos los ciudadanos, pretendiendo con ello dar adecuada respuesta, como nos recuerda Francesc Pedr, a una evoluci n social y econmica que as lo exige. Es verdad que, tras este tramo obligatorio construido bajo el principio de comprensividad, se contempla a su vez una Secundaria Postobligatoria (16-18 aos), m s diversificada y selectiva, donde podrn cursarse estudios de Bachillerato y Formaci n Profesional.
En definitiva, una Secundaria que se haca m s til al dejar de formar tan s lo a una minora selecta, que se serv a de ella con vistas a su incorporacin a la Universidad, para convertirse en una opci n que ofreca m s posibilidades de formacin para todos. Pero est visto que estas cosas no marchan solas. Cuando todo pareca bien orientado, una reacci n conservadora desacredit este modelo integrador para sustituirlo, como as hizo, por uno ms segregador, detr s del que asomaba con descaro su idea del hombre y de la sociedad. Como era de esperar, se mantuvo firme mientras lo aguant el poder. En cuanto ste lo abandon, se retom la bsqueda de la Secundaria m s apropiada. Y en stas estamos.
Como vemos, la historia de la educaci n Secundaria no es ms que la pretensi n de acercarse a un modelo que responda a las exigencias de formacin de los adolescentes. Asunto sobre el que se ha avanzado mucho, pero no lo suficiente. A n quedan cosas por hacer en estos inicios del siglo XXI. Al menos, as parece a juzgar por las insuficiencias que va mostrando, y que se han visto confirmadas recientemente por el Informe PISA, donde se habla de los deficientes resultados acad micos de los alumnos de 15 aos en asuntos de tanto relieve como las matem ticas, la cultura cientfica o la comprensi n lectora. No hace falta decir que esto nos obliga a seguir intentando reglamentar una propuesta que cuente con la suficiente flexibilidad como para dar respuesta a una poblacin escolar muy heterog nea, en la que no faltan muchos alumnos que no le ven ningn atractivo a la instituci n escolar. En cualquier caso, una oferta que, al tiempo que proporcione a los individuos una formacin b sica capaz de asegurar su incorporacin a esta sociedad del conocimiento, les facilite la instrucci n especfica para incorporarse al mundo del trabajo, o les prepare para la realizaci n de estudios superiores.
Ahora bien, con ser importante la elaboracin de leyes o normas que traten de todo esto, tampoco es suficiente. Por s solas, no lo arreglan todo. Se precisa asegurar un adecuado desarrollo para que las enseanzas lleguen a todos en condiciones de calidad. Esto es lo importante. Y en cuanto a la educaci n de todos, parece que se ha avanzando bastante, segn revelan las evaluaciones que se hacen a nuestro sistema. Lo que no quiere decir que no haya sido necesario realizar esfuerzos notables por mantener el equilibrio entre el tronco com n de enseanzas y las ofertas educativas que se ajusten mejor a los intereses y capacidades de los alumnos. No parece que haya ocurrido lo mismo en lo que se refiere a la calidad; al menos, es lo que esas mismas evaluaciones dicen. Asunto doblemente significativo: no s lo hay fracaso, sino que adems fracasan aquellos que m s necesitan la escuela para su promocin social. M s del 70% de los que fracasan provienen de los entornos ms desfavorecidos. Y no hay otra forma de combatirlo que en los propios centros: con las t cnicas de enseanza y los contenidos que mejor puedan contribuir al desarrollo de las capacidades de todos los alumnos. En definitiva, con transformaciones significativas. Ahora bien, para que sean posibles estos cambios, es necesario hacer un esfuerzo en dos cuestiones especialmente.
La primera tiene que ver con una modificaci n en la organizacin y funcionamiento de los centros capaz de favorecer su autonom a. Con sta, no s lo se propicia el liderazgo pedaggico de la direcci n, tan necesario para el desarrollo del currculo y la creaci n de un apropiado clima escolar, sino que tambin se asegura, como nos recuerda J. Contreras, la presencia de profesores que busquen precisamente procesos nuevos en una realidad tan cambiante. Y la otra est relacionada con la necesidad de contar con un profesorado cualificado que asuma mayores responsabilidades en los propios centros, aportando una enseanza m s individualizada.
Siendo todo esto tan relevante, el desarrollo eficaz de una etapa educativa tan seera como la Secundaria precisa tambi n del compromiso decidido de la sociedad. Lo que ha de traducirse en una Administracin p blica dispuesta a salir de la modorra conservadora, a la que tanta querencia suele tener, y aportar cuantos recursos sean precisos para el logro de una buena educacin de todos, incluidos, c mo no, aquellos que manifiestan ms dificultades. Ni es tiempo ni dinero perdidos. Bien se sabe que invertir en educaci n -y Espaa est entre los diez pases que menos invierten de la OCDE- es hacerlo en futuro; esto es, en la formaci n de las generaciones jvenes y en el desarrollo econ mico y cultural de la colectividad. El desarrollo eficaz de una etapa educativa tan seera precisa de una modificaci n en la organizacin y funcionamiento de los centros, la necesidad de contar con un profesorado cualificado y el compromiso decidido de la sociedad
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