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Ángel Ruiz Cediel

Los alienígenas ya están entre nosotros

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Aunque no estamos completamente seguros de que su biología sea igual a la humana, su aspecto es tal que si estuviéramos ante uno de ellos tendríamos la sensación de estar ante un prójimo cualquiera; pero no lo es más allá de la simple apariencia, porque ni piensan, ni sienten, ni tienen nada en común con nosotros.

Nadie sabe con exactitud cuándo arribaron a nuestro planeta o dónde han ubicado sus bases, habiendo quién cree que las tienen emplazadas el fondo del océano, en estaciones orbitales o en distintos parlamentos, ministerios y residencias presidenciales. Algunos piensan que llegaron a nuestro planeta hace mucho tiempo, allá por cuando la Biblia Kolbrin nos refiere las desventuras que nos causó Nibiru; otros, están convencidos de que son los nefilim, los hijos de los annunakki, los descendientes de aquellos nibirúes que arribaron a la Tierra en el primer albor de la humanidad, y cuyos ancestros, Enki y Enlil, crearon a la raza humana; pero la mayoría ignora si sólo están aquí para controlar a la especie que crearon –nosotros- como esclavos de sus crueles caprichos e ignominiosos delirios.

A pesar de ser casi idénticos a nosotros por su apariencia y de tener un parecido número de órganos y miembros, no son, adempero, demasiado difíciles de identificar. No; no porque tengan el dedo meñique tieso o una marca característica, sino por sus ocupaciones y por sus hábitos. Suelen, casi exclusivamente, dedicarse a los grandes negocios y a la política, aunque tienen una subespecie que lo hace de la Administración. Es para eso que nos crearon, para servirse de nosotros como esclavos, y por ello manejan todos los negocios en gordo, desde la guerra a las drogas y la especulación financiera, sus servidores de segunda categoría hacen leyes y más leyes para tenernos bien metiditos en el redil y siempre mansos, nos procuran entretenimiento, fútbol y sexo, y disponen de una subespecie (hay quien dice que artificial) que controla que paguemos los vicios de los dioses con nuestros impuestos, que son muchos y todos muy retorcidos.

Entre su conducta más natural está el delirio y la tendencia coercitiva, y su principal herramienta es la mentira. Ya se sabe que si la verdad nos hace libres, la mentira nos convierte en lo que somos, por eso siempre, siempre mienten. En casi todas partes hacen leyes que dicen que son para todos los humanos que habitan ese lugar, y tal vez esta sea la única verdad que han pronunciado, porque ninguna de esas leyes va con ellos: ellos no pagan impuestos, roban tanto como pueden, son singularmente corruptos, amasan indecorosas fortunas aprovechándose de sus cargos, son intocables judicialmente hablando, cobran inmorales pensiones por haberse dado la vida padre durante un par de legislaturas y suelen formar empresas paralelas con algunos testaferros para beneficiarse de segundas con la información privilegiada que tienen a su disposición.

Sus entretenimientos suelen ser muy curiosos, y por cierto muy distintos a los de los humanos. Les gusta mucho la pedofilia, sin ir más lejos, razón por la cual establecieron la mayoría de edad sexual a los trece años, y disfrutan como locos con las divisiones sociales, matanzas y degollinas, aunque suelen enmascararlas para que parezcan casuales: las autonomías, las independencias, jugar con los terroristas y todo eso. Pero, sin duda alguna, lo que más les complace, especialmente a los alienígenas de la secta sociata, es la ceremonia de la confusión. Es su juego preferido. Allá por cuando la República, por ejemplo, lo mismo la querían liar levantándose contra ella para derribarla, que luego la defendían a capa y espada permitiendo que sus esclavos murieran masacrados en toda la geografía patria. Son así, y disfrutan un huevo con estas cosas. Dicen libertad, pero no hay nadie más coercitivo y dictatorial que ellos; dicen que hay que bajar los sueldos, pero se los suben hasta la indecencia; dicen que son una clase trabajadora (¡cachondos!), pero no de qué dioses tan distantes de los humanos; dicen que son partidarios de la vida, pero sólo hacen leyes que las cercenan, y mejor si son de inocentes muy inocentes, como los nasciturus, o con los viejecitos o los enfermos que están muy malitos. Disfrutan mucho con esto, las criaturas.

Con ellos nunca se sabe dónde estamos parados, y ahí radica, precisamente, su mayor fortaleza. Sólo despistan. Despistan y se ríen de la cara de monos que ponemos cuando nos dicen cosas a los “conyugues” o ningunean el saqueo conque “es el precio de un cafelito”, o con los “brotes verdes” y cosas por el estilo. Se lo pasan bomba. Si dicen que quieren la justicia social, mejor protegerse el culo con vaselina de buena calidad porque nos lo van a dejar hecho unos zorros; si que quieren nuestra salud, nos bajan los sueldos para que el hambre nos evite hacer regímenes alimentarios; si que van a acabar con el desempleo, instalan como poco a cinco millones de familias en el hambre; y si que velan por nuestro bienestar, nos suben todos los precios y nos bajan los sueldos para que, empobrecidos, no podamos calentarnos bien o darnos lujos, porque la vida espartana nos procuran unas figuras estupendas y nos endurecen. ¡Son unos cachondos!

Sin embargo, aunque estamos muy confusos y no sabemos a qué atenernos con estos alienígenas, los más cándidos de los humanos, que en su inocencia creen que son personas, van y les votan. Inocencia o ignorancia, no se sabe, pero no se les puede culpar por ello. Los alienígenas políticos, especialmente los de la secta sociata, tienen un sentido del humor muy fino, y se tronchan cuando después de la que han liado sacan sus técnicas goëbbelsianas de hipnotismo de masas. Se parten la caja cuando los líderes mitinean a la peña con su verborrea, azuzan los instintos humanos más elementales y, por arte de birlibirloque, consiguen que a los votantes se les olviden todos los delirantes desvaríos que han cometido y les aplaudan hasta que les sangren las manos. ¡Angelitos! Hay quien dice que usan extraños aparatos para lavar los cerebros o para borrar de las meninges de la peña los desafueros que han perpetrado mediante la emisión de ondas de no-sé-qué-frecuencia. El caso es que aquí están, tan ricamente, llenándose los bolsillos con nuestros dineros y divirtiéndose con nuestra ignorancia, además de viviendo como rajás a la sopa boba mientras juegan a hacer más asfixiante la celda en que estamos recluidos a la vez que arruinándonos y enfrentándonos mientras ellos se solazan en sus fastuosas villas.

La NASA, que también es suya, nos despista con otras mentiras, haciéndonos creer que están buscando vida extraterrestre y todo eso, y regalándonos de vez en cuando la noticia de que han encontrado vida que se puede sostener del arsénico o así. ¡Si lo sabremos nosotros! Si la vida puede sostenerse de la política, es que la vida puede deglutir incluso cianuro a dos carrillos. Es muy claro que la NASA miente, porque los alienígenas ya están aquí, llevan ya demasiado tiempo enfrentándonos, obligándonos a matarnos entre nosotros para su solaz y entretenimiento, y gobernándonos mientras controlan que todos estemos atados y bien atados a sus intereses: son los descendientes de los dioses, los nefilim, los annunakki, los nibirúes. Son nuestros verdugos. Y, si no me creen, cuando estén próximos a uno de ellos fíjense bien en sus ojos, pero muy bien. A poco que lo hagan, verán que en el fondo de ellos, como cimbreándose en su tiniebla, hay como una llamita negra de aviesa maldad que no es sino el relumbrón de su alma; y en el centro de ella, como riéndose a mandíbula batiente, podrán ver una calavera, que es el mejor deseo que tienen para nosotros. No lo olviden si tienen que ir a votar.

Los alienígenas ya están entre nosotros

Ángel Ruiz Cediel
Ángel Ruiz Cediel
sábado, 1 de enero de 2011, 23:00 h (CET)
Aunque no estamos completamente seguros de que su biología sea igual a la humana, su aspecto es tal que si estuviéramos ante uno de ellos tendríamos la sensación de estar ante un prójimo cualquiera; pero no lo es más allá de la simple apariencia, porque ni piensan, ni sienten, ni tienen nada en común con nosotros.

Nadie sabe con exactitud cuándo arribaron a nuestro planeta o dónde han ubicado sus bases, habiendo quién cree que las tienen emplazadas el fondo del océano, en estaciones orbitales o en distintos parlamentos, ministerios y residencias presidenciales. Algunos piensan que llegaron a nuestro planeta hace mucho tiempo, allá por cuando la Biblia Kolbrin nos refiere las desventuras que nos causó Nibiru; otros, están convencidos de que son los nefilim, los hijos de los annunakki, los descendientes de aquellos nibirúes que arribaron a la Tierra en el primer albor de la humanidad, y cuyos ancestros, Enki y Enlil, crearon a la raza humana; pero la mayoría ignora si sólo están aquí para controlar a la especie que crearon –nosotros- como esclavos de sus crueles caprichos e ignominiosos delirios.

A pesar de ser casi idénticos a nosotros por su apariencia y de tener un parecido número de órganos y miembros, no son, adempero, demasiado difíciles de identificar. No; no porque tengan el dedo meñique tieso o una marca característica, sino por sus ocupaciones y por sus hábitos. Suelen, casi exclusivamente, dedicarse a los grandes negocios y a la política, aunque tienen una subespecie que lo hace de la Administración. Es para eso que nos crearon, para servirse de nosotros como esclavos, y por ello manejan todos los negocios en gordo, desde la guerra a las drogas y la especulación financiera, sus servidores de segunda categoría hacen leyes y más leyes para tenernos bien metiditos en el redil y siempre mansos, nos procuran entretenimiento, fútbol y sexo, y disponen de una subespecie (hay quien dice que artificial) que controla que paguemos los vicios de los dioses con nuestros impuestos, que son muchos y todos muy retorcidos.

Entre su conducta más natural está el delirio y la tendencia coercitiva, y su principal herramienta es la mentira. Ya se sabe que si la verdad nos hace libres, la mentira nos convierte en lo que somos, por eso siempre, siempre mienten. En casi todas partes hacen leyes que dicen que son para todos los humanos que habitan ese lugar, y tal vez esta sea la única verdad que han pronunciado, porque ninguna de esas leyes va con ellos: ellos no pagan impuestos, roban tanto como pueden, son singularmente corruptos, amasan indecorosas fortunas aprovechándose de sus cargos, son intocables judicialmente hablando, cobran inmorales pensiones por haberse dado la vida padre durante un par de legislaturas y suelen formar empresas paralelas con algunos testaferros para beneficiarse de segundas con la información privilegiada que tienen a su disposición.

Sus entretenimientos suelen ser muy curiosos, y por cierto muy distintos a los de los humanos. Les gusta mucho la pedofilia, sin ir más lejos, razón por la cual establecieron la mayoría de edad sexual a los trece años, y disfrutan como locos con las divisiones sociales, matanzas y degollinas, aunque suelen enmascararlas para que parezcan casuales: las autonomías, las independencias, jugar con los terroristas y todo eso. Pero, sin duda alguna, lo que más les complace, especialmente a los alienígenas de la secta sociata, es la ceremonia de la confusión. Es su juego preferido. Allá por cuando la República, por ejemplo, lo mismo la querían liar levantándose contra ella para derribarla, que luego la defendían a capa y espada permitiendo que sus esclavos murieran masacrados en toda la geografía patria. Son así, y disfrutan un huevo con estas cosas. Dicen libertad, pero no hay nadie más coercitivo y dictatorial que ellos; dicen que hay que bajar los sueldos, pero se los suben hasta la indecencia; dicen que son una clase trabajadora (¡cachondos!), pero no de qué dioses tan distantes de los humanos; dicen que son partidarios de la vida, pero sólo hacen leyes que las cercenan, y mejor si son de inocentes muy inocentes, como los nasciturus, o con los viejecitos o los enfermos que están muy malitos. Disfrutan mucho con esto, las criaturas.

Con ellos nunca se sabe dónde estamos parados, y ahí radica, precisamente, su mayor fortaleza. Sólo despistan. Despistan y se ríen de la cara de monos que ponemos cuando nos dicen cosas a los “conyugues” o ningunean el saqueo conque “es el precio de un cafelito”, o con los “brotes verdes” y cosas por el estilo. Se lo pasan bomba. Si dicen que quieren la justicia social, mejor protegerse el culo con vaselina de buena calidad porque nos lo van a dejar hecho unos zorros; si que quieren nuestra salud, nos bajan los sueldos para que el hambre nos evite hacer regímenes alimentarios; si que van a acabar con el desempleo, instalan como poco a cinco millones de familias en el hambre; y si que velan por nuestro bienestar, nos suben todos los precios y nos bajan los sueldos para que, empobrecidos, no podamos calentarnos bien o darnos lujos, porque la vida espartana nos procuran unas figuras estupendas y nos endurecen. ¡Son unos cachondos!

Sin embargo, aunque estamos muy confusos y no sabemos a qué atenernos con estos alienígenas, los más cándidos de los humanos, que en su inocencia creen que son personas, van y les votan. Inocencia o ignorancia, no se sabe, pero no se les puede culpar por ello. Los alienígenas políticos, especialmente los de la secta sociata, tienen un sentido del humor muy fino, y se tronchan cuando después de la que han liado sacan sus técnicas goëbbelsianas de hipnotismo de masas. Se parten la caja cuando los líderes mitinean a la peña con su verborrea, azuzan los instintos humanos más elementales y, por arte de birlibirloque, consiguen que a los votantes se les olviden todos los delirantes desvaríos que han cometido y les aplaudan hasta que les sangren las manos. ¡Angelitos! Hay quien dice que usan extraños aparatos para lavar los cerebros o para borrar de las meninges de la peña los desafueros que han perpetrado mediante la emisión de ondas de no-sé-qué-frecuencia. El caso es que aquí están, tan ricamente, llenándose los bolsillos con nuestros dineros y divirtiéndose con nuestra ignorancia, además de viviendo como rajás a la sopa boba mientras juegan a hacer más asfixiante la celda en que estamos recluidos a la vez que arruinándonos y enfrentándonos mientras ellos se solazan en sus fastuosas villas.

La NASA, que también es suya, nos despista con otras mentiras, haciéndonos creer que están buscando vida extraterrestre y todo eso, y regalándonos de vez en cuando la noticia de que han encontrado vida que se puede sostener del arsénico o así. ¡Si lo sabremos nosotros! Si la vida puede sostenerse de la política, es que la vida puede deglutir incluso cianuro a dos carrillos. Es muy claro que la NASA miente, porque los alienígenas ya están aquí, llevan ya demasiado tiempo enfrentándonos, obligándonos a matarnos entre nosotros para su solaz y entretenimiento, y gobernándonos mientras controlan que todos estemos atados y bien atados a sus intereses: son los descendientes de los dioses, los nefilim, los annunakki, los nibirúes. Son nuestros verdugos. Y, si no me creen, cuando estén próximos a uno de ellos fíjense bien en sus ojos, pero muy bien. A poco que lo hagan, verán que en el fondo de ellos, como cimbreándose en su tiniebla, hay como una llamita negra de aviesa maldad que no es sino el relumbrón de su alma; y en el centro de ella, como riéndose a mandíbula batiente, podrán ver una calavera, que es el mejor deseo que tienen para nosotros. No lo olviden si tienen que ir a votar.

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