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¿Quién puede explotar a un niño?

Clemente Ferrer (Madrid)
Redacción
viernes, 17 de diciembre de 2010, 16:15 h (CET)
En la Declaración de los Derechos Humanos se asevera que: “El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No será objeto de ningún tipo de trata. No deberá permitirse al niño trabajar antes de una edad mínima adecuada; en ningún caso se le dedicará ni se le permitirá que se dedique a ocupación o empleo alguno que pueda perjudicar su salud o su educación o impedir su desarrollo físico, mental o moral.”

Se conjetura que vegetan unos dos millones de criaturas víctimas de la lacra de la prostitución infantil. El turismo sexual desarrollado en el Sudeste asiático y que promociona el hedonismo y el ejercicio de actividades relacionadas con el sexo, ejercidas con criaturas. Son diversas las raíces que llevan a esta situación de disfrute carnal; insuficientes oportunidades de empleo, intimidación doméstica, indigencia, falta de un sistema docente, corrupción y la fragilidad de la mujer.
Cada año, en el Sudeste asiático, decenas de miles de niñas y chiquillos son explotados, trajinados y corrompidos. Estos atormentados son considerados como esclavos del sexo. El tráfico de mujeres y criaturas es, hoy en día, la tercera actividad criminal del universo, después del tráfico de estupefacientes, el tráfico de armas y el blanqueo de dinero.

Muchos de estos pequeños padecen enfermedades de transmisión sexual como el VIH/SIDA con más virulencia, puesto que se ha probado que su sistema inmunológico no está completamente constituido.

La trata, para la explotación carnal, no se ve como un problema de seguridad nacional en el Sudeste asiático, por lo que se relega que el tráfico de chiquillos es un desacato contra la Declaración de los Derechos Humanos del Niño y que la esclavitud quedó proscrita hace más de 100 años.

Es apremiante tener en cuenta estas situaciones de injusticia que aguantan las chiquillas ya que millones de ellas se eclipsan por el aborto selectivo, se restringe su acceso a la manutención, a la salubridad y a la enseñanza.

La crueldad contra la subsistencia de millones de chiquillos y niñas, violentados a la indigencia, a la esclavitud sexual o bélica, es la causa de un infame reparto de los caudales entre los países.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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