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Miguel Massanet

El desempleo, ¿estamos jugando con fuego?

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Alphonse Daudet, el gran escritor francés del siglo XIX, dejó escrito, en sus relatos “Lettres de mon muolin”, el siguiente pensamiento: “El odio es la cólera de los débiles” y su contemporáneo español, Antonio Aparisi y Guijarro, jurisconsulto tradicionalista y católico, fundador de la revista “Restauración”; en sus “Obras Completas” nos legó, para la posteridad, una reflexión que debiera hacernos meditar, por lo que tiene de actual y ajustada a la difícil situación político social por la que está atravesando nuestro país; “Cuando los abusos llegan hasta cierto punto y llenan cierta medida, si no se levanta un reformador, Dios suele consentir un destructor”.

Y es que, señores, algo se está moviendo en esta España de nuestras desdichas que, a los más viejos, nos hace volver la mirada hacia este pasado, ya entenebrecido por el óxido de los años, pero que todavía podemos recordar a través del traslúcido cristal de nuestros recuerdos de niñez; que nos llevan a épocas de pobreza, de inquietudes sociales y de odios larvados, motivados por desigualdades sociales, la incomprensión de los ricos, la falta de caridad y humanidad de la sociedad y por el olvido de que todas las personas tienen derecho a una vida digna. Nadie puede pensar que es posible que, esta nación, vaya manteniendo, indefinidamente, a un colectivo que supera los 4.600.000 ciudadanos; en una situación de paro que, a veces, afecta a familias enteras y, en muchas ocasiones, que los deja sin ayuda económica alguna; sin que ello –por mucho que estos Sindicatos, vendidos al poder, insensibles ante una situación tan lacerante y preocupados por mantener sus egoísmos y privilegios, intenten detener o postergar – produzca alguna clase de protesta, de acceso de ira o de acción violenta contra la injusticia que, una situación tal justifica si, quienes tienen la obligación de velar por los necesitados, hacen la vista gorda y se limitan a ignorarlos, como si los problemas que afectan a estos grupos no fueran de su competencia y se pudiera dejar que se vayan exacerbando, hasta que se produzca la explosión incontrolada de las masas.

No piensen que me estoy moviendo en el terreno de las ideas abstractas ni que pretenda filosofar sobre algo que no se compadece con lo que está ocurriendo, en estos momentos, en nuestra patria; al contrario, estamos ante un hecho paradigmático que acaba de suceder en una población, Olot, de Catalunya, donde una persona, con una escopeta de caza, ha asesinado a cuatro ciudadanos, con total frialdad. Este pobre hombre, no me queda más remedio que sentir una cierta compasión por él, ha cometido esta acción injustificable movido por la desesperación, por el sentimiento interno de que la vida se lo negaba todo, que no existía una salida para sus numerosos problemas y que la sociedad, encarnada para él por los cuatro asesinados, se le ponía en contra con la sola finalidad de negarle cualquier posibilidad de supervivencia. Las víctimas fueron elegidas cuidadosamente: su patrono y el hijo de su patrono y dos empleados de un banco. Los primeros por haberle echado de su trabajo y no haberle pagado su salario durante cinco meses y, los segundos, por no haberle aceptado un cheque sin fondos con el que le pagaron sus antiguos patronos y por amenazarle con quitarle su casa por falta de pago de la hipoteca. Una situación límite que, curiosamente, cosas de la mente de los humanos, solamente pudo solucionar matando a cuatro personas lo que, al parecer, le dejó en paz consigo mismo y con la sociedad, con la que tenía viejos agravios pendientes (octogenario, viudo y había perdido una hija tras una larga enfermedad) “motivos” que, para su mente senil, seguramente, contribuyeron a exacerbar el odio que, poco a poco, fue generando contra los “culpables” inmediatos de su desgracia.

Puede considerarse un caso singular, una excepción a la regla o el acto de un viejo loco; pero, sin duda, para quienes tienen sobre sí mismos la responsabilidad de la gobernabilidad de esta nación, un motivo de alerta, un aviso, una pequeña muestra de lo que se nos puede venir encima si, todo lo que haga nuestro Ejecutivo, se limita a favorecer a los bancos; a aumentar los impuestos, porque precisa recaudar más; a vender las empresas públicas por la misma razón; a negar, una y otra vez, la cruda realidad de que, en España, tenemos un desempleo que el país no está en condiciones de soportar durante mucho tiempo más, porque ello nos va conduciendo, inexorablemente, a endeudarnos y esta deuda, cada vez que debemos renegociarla ( porque no la podemos amortizar) nos cuesta más de colocarla y debemos pagar unos intereses más altos (el último nos costó un 40% más). No nos vale que la señora Salgado se dedique a contradecir a los organismos que ponen el dedo en la llaga, cuando hablan de nuestras carencias; no nos sirve que el señor Rubalcaba sea muy hábil en escurrir el bulto y descargue sus iras contra el señor Rajoy y el PP ni nos vale que el señor ZP se refugie en sus viajes al extranjero o se escude en el señor Blanco o el señor Jáuregui, para no tener que dar la cara porque, señores, la realidad es la que es y, nuestras deudas, son las que figuran en las cuentas del Banco de España y la confianza de los inversores en la deuda de nuestro país se refleja en nuestras bolsa, que no deja de dar bandazos, sin que llegue un momento en el que consigan salir de su extrema volatilidad.

Uno, en su ignorancia, llega a pensar que estos que se autodenominan “socialistas” o “social demócratas”, que se llenan la boca de frases rimbombantes sobre “mejoras sociales” “preocupación por los débiles” y progresismo anticapitalista; debieran de reflexionar si, aparte de este discurso trasnochado y pasado de moda, en sus acciones, en su forma de gobernar, en su conducta personal y en la forma de encauzar al país, hay algo más que pura demagogia. No lo duden, el error del Gobierno es partir de un enfoque equivocado; es el apego a las doctrinas tradicionales de la gestión estatal de la economía y el sistema “protector”, que se basa en la subvención del paro y el empobrecimiento de la nación, en lugar de seguir las doctrinas de Adam Smith y sus seguidores, donde la iniciativa la tienen los particulares que son los emprendedores, los que se juegan sus dineros en los proyectos y los que dinamizan la economía de un país y crean la verdadera riqueza, que comporta, adicionalmente, la creación de puestos de trabajo que generan más demanda y, en conjunto, la prosperidad de una nación. Se optó por favorecer a los ricos, pero no a las empresas; se dejaron caer cientos de miles de pequeñas empresas, que constituyen el tejido básico de la economía y se ha insistido, tozudamente, en predicar una falsa teoría de “favorecer” a la clase trabajadora, como ha sucedido en Andalucía con el PER o se han creado cientos de miles de funcionarios, engrosando el número de empleados de la Administración, que han llegado a constituir un gravamen demasiado oneroso para una sociedad empobrecida, con empresas poco productivas, con falta de flexibilidad en sus plantillas y escasas posibilidades de competir con sus competidores del resto del mundo.
No basta con querernos presentar ante Europa como alumnos aplicados y estudiosos, cuando en las alcantarillas del Estado tenemos la olla a presión del desempleo, una olla que no tiene la válvula por donde se escapa el exceso de vapor y que, por tanto, en el momento menos pensado, puede explotar llevándose por delante lo poco que queda de España. Puede que alguien piense que exagero y es posible que, también lo pensaran, aquellos que no creían que nuestra nación se incendiaría con una Guerra Civil en 1.936.

El desempleo, ¿estamos jugando con fuego?

Miguel Massanet
Miguel Massanet
viernes, 17 de diciembre de 2010, 07:47 h (CET)
Alphonse Daudet, el gran escritor francés del siglo XIX, dejó escrito, en sus relatos “Lettres de mon muolin”, el siguiente pensamiento: “El odio es la cólera de los débiles” y su contemporáneo español, Antonio Aparisi y Guijarro, jurisconsulto tradicionalista y católico, fundador de la revista “Restauración”; en sus “Obras Completas” nos legó, para la posteridad, una reflexión que debiera hacernos meditar, por lo que tiene de actual y ajustada a la difícil situación político social por la que está atravesando nuestro país; “Cuando los abusos llegan hasta cierto punto y llenan cierta medida, si no se levanta un reformador, Dios suele consentir un destructor”.

Y es que, señores, algo se está moviendo en esta España de nuestras desdichas que, a los más viejos, nos hace volver la mirada hacia este pasado, ya entenebrecido por el óxido de los años, pero que todavía podemos recordar a través del traslúcido cristal de nuestros recuerdos de niñez; que nos llevan a épocas de pobreza, de inquietudes sociales y de odios larvados, motivados por desigualdades sociales, la incomprensión de los ricos, la falta de caridad y humanidad de la sociedad y por el olvido de que todas las personas tienen derecho a una vida digna. Nadie puede pensar que es posible que, esta nación, vaya manteniendo, indefinidamente, a un colectivo que supera los 4.600.000 ciudadanos; en una situación de paro que, a veces, afecta a familias enteras y, en muchas ocasiones, que los deja sin ayuda económica alguna; sin que ello –por mucho que estos Sindicatos, vendidos al poder, insensibles ante una situación tan lacerante y preocupados por mantener sus egoísmos y privilegios, intenten detener o postergar – produzca alguna clase de protesta, de acceso de ira o de acción violenta contra la injusticia que, una situación tal justifica si, quienes tienen la obligación de velar por los necesitados, hacen la vista gorda y se limitan a ignorarlos, como si los problemas que afectan a estos grupos no fueran de su competencia y se pudiera dejar que se vayan exacerbando, hasta que se produzca la explosión incontrolada de las masas.

No piensen que me estoy moviendo en el terreno de las ideas abstractas ni que pretenda filosofar sobre algo que no se compadece con lo que está ocurriendo, en estos momentos, en nuestra patria; al contrario, estamos ante un hecho paradigmático que acaba de suceder en una población, Olot, de Catalunya, donde una persona, con una escopeta de caza, ha asesinado a cuatro ciudadanos, con total frialdad. Este pobre hombre, no me queda más remedio que sentir una cierta compasión por él, ha cometido esta acción injustificable movido por la desesperación, por el sentimiento interno de que la vida se lo negaba todo, que no existía una salida para sus numerosos problemas y que la sociedad, encarnada para él por los cuatro asesinados, se le ponía en contra con la sola finalidad de negarle cualquier posibilidad de supervivencia. Las víctimas fueron elegidas cuidadosamente: su patrono y el hijo de su patrono y dos empleados de un banco. Los primeros por haberle echado de su trabajo y no haberle pagado su salario durante cinco meses y, los segundos, por no haberle aceptado un cheque sin fondos con el que le pagaron sus antiguos patronos y por amenazarle con quitarle su casa por falta de pago de la hipoteca. Una situación límite que, curiosamente, cosas de la mente de los humanos, solamente pudo solucionar matando a cuatro personas lo que, al parecer, le dejó en paz consigo mismo y con la sociedad, con la que tenía viejos agravios pendientes (octogenario, viudo y había perdido una hija tras una larga enfermedad) “motivos” que, para su mente senil, seguramente, contribuyeron a exacerbar el odio que, poco a poco, fue generando contra los “culpables” inmediatos de su desgracia.

Puede considerarse un caso singular, una excepción a la regla o el acto de un viejo loco; pero, sin duda, para quienes tienen sobre sí mismos la responsabilidad de la gobernabilidad de esta nación, un motivo de alerta, un aviso, una pequeña muestra de lo que se nos puede venir encima si, todo lo que haga nuestro Ejecutivo, se limita a favorecer a los bancos; a aumentar los impuestos, porque precisa recaudar más; a vender las empresas públicas por la misma razón; a negar, una y otra vez, la cruda realidad de que, en España, tenemos un desempleo que el país no está en condiciones de soportar durante mucho tiempo más, porque ello nos va conduciendo, inexorablemente, a endeudarnos y esta deuda, cada vez que debemos renegociarla ( porque no la podemos amortizar) nos cuesta más de colocarla y debemos pagar unos intereses más altos (el último nos costó un 40% más). No nos vale que la señora Salgado se dedique a contradecir a los organismos que ponen el dedo en la llaga, cuando hablan de nuestras carencias; no nos sirve que el señor Rubalcaba sea muy hábil en escurrir el bulto y descargue sus iras contra el señor Rajoy y el PP ni nos vale que el señor ZP se refugie en sus viajes al extranjero o se escude en el señor Blanco o el señor Jáuregui, para no tener que dar la cara porque, señores, la realidad es la que es y, nuestras deudas, son las que figuran en las cuentas del Banco de España y la confianza de los inversores en la deuda de nuestro país se refleja en nuestras bolsa, que no deja de dar bandazos, sin que llegue un momento en el que consigan salir de su extrema volatilidad.

Uno, en su ignorancia, llega a pensar que estos que se autodenominan “socialistas” o “social demócratas”, que se llenan la boca de frases rimbombantes sobre “mejoras sociales” “preocupación por los débiles” y progresismo anticapitalista; debieran de reflexionar si, aparte de este discurso trasnochado y pasado de moda, en sus acciones, en su forma de gobernar, en su conducta personal y en la forma de encauzar al país, hay algo más que pura demagogia. No lo duden, el error del Gobierno es partir de un enfoque equivocado; es el apego a las doctrinas tradicionales de la gestión estatal de la economía y el sistema “protector”, que se basa en la subvención del paro y el empobrecimiento de la nación, en lugar de seguir las doctrinas de Adam Smith y sus seguidores, donde la iniciativa la tienen los particulares que son los emprendedores, los que se juegan sus dineros en los proyectos y los que dinamizan la economía de un país y crean la verdadera riqueza, que comporta, adicionalmente, la creación de puestos de trabajo que generan más demanda y, en conjunto, la prosperidad de una nación. Se optó por favorecer a los ricos, pero no a las empresas; se dejaron caer cientos de miles de pequeñas empresas, que constituyen el tejido básico de la economía y se ha insistido, tozudamente, en predicar una falsa teoría de “favorecer” a la clase trabajadora, como ha sucedido en Andalucía con el PER o se han creado cientos de miles de funcionarios, engrosando el número de empleados de la Administración, que han llegado a constituir un gravamen demasiado oneroso para una sociedad empobrecida, con empresas poco productivas, con falta de flexibilidad en sus plantillas y escasas posibilidades de competir con sus competidores del resto del mundo.
No basta con querernos presentar ante Europa como alumnos aplicados y estudiosos, cuando en las alcantarillas del Estado tenemos la olla a presión del desempleo, una olla que no tiene la válvula por donde se escapa el exceso de vapor y que, por tanto, en el momento menos pensado, puede explotar llevándose por delante lo poco que queda de España. Puede que alguien piense que exagero y es posible que, también lo pensaran, aquellos que no creían que nuestra nación se incendiaría con una Guerra Civil en 1.936.

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