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Edward Schumacher-Matos

Trágate el orgullo, México

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BOSTON - El orgullo nacional es algo bueno - hasta que el agua te llega al cuello y tu nación se sigue hundiendo. México no está tan sumergido aún, pero hay regiones del país que sí. Siete cárteles criminales controlan en la práctica la mayoría de las ciudades y las rutas del tráfico de estupefacientes cercanas a la frontera con Estados Unidos, así como sus bases y centros de producción en el interior.

Pero la élite mexicana y el ejército siguen siendo demasiado orgullosos para hacer lo que deberían hacer inmediatamente: llamar a los Marines.

Digo esto de forma un poco tendenciosa para sacar a los mexicanos de su estupor nacionalista. En realidad deberían de llamar al ejército estadounidense, a la Marina y también a las Fuerzas Aéreas. Pero no en gran número. México tiene una gran necesidad más bien de especialistas militares estadounidenses destacados en el interior de México para ayudar al país a levantar poderosos sistemas de espionaje electrónico y formar unas fuerzas policiales y militares modernas que reemplacen a las asfixiantemente jerárquicas y obsoletas de las que dispone.

Mi opinión de esto insultará a muchos mexicanos, pero hablo desde una posición de amor al país y a su pueblo. México no es ni un "estado fallido" ni una sociedad totalmente corrupta como -- curiosamente -- tanto los nativistas estadounidenses como los humanitarios del debate de la inmigración afirman, unos para precintar la frontera con México y los otros para salvar mexicanos e invitar a entrar a cualquiera que quiera venir.

Pero la Secretario de Estado Hillary Rodham Clinton estaba en lo cierto cuando dijo que los cárteles "se están transformando en, y haciendo causa común con, lo que habríamos de considerar una insurgencia". Las autoridades mexicanas y los medios salieron a protestar, y el Presidente Barack Obama se disculpó.

No debería. Tanto Estados Unidos como México tienen que reconocer honestamente que los cárteles de México y de las demás regiones del mundo representan lo que un número creciente de especialistas agudos considera una nueva forma de "insurgencia criminal".

"Están atacando el estado desde dentro a través de la corrupción y la violencia y aspiran a establecer áreas de influencia en las que poder operar sin restricciones", escriben Bob Killebrew y Bernal Jennifer en un estudio recién publicado encargado por el Centro para la Nueva Seguridad Estadounidense.

Allí donde les interesa, los carteles doblegan a la policía, los políticos y la prensa local a través de la intimidación, las ejecuciones, las masacres y el cohecho. Más de 200.000 personas han huido de Juárez, las maquiladoras fronterizas que fueron motor del crecimiento nacional están en las últimas, y muchos líderes empresariales de Monterrey, el centro industrial moderno de México, se han mudado a Texas.

El Presidente Felipe Calderón ha intentado valientemente romper el ciclo declarando la guerra a los cárteles, pero después de alrededor de 28.000 muertos, la mayoría de los mexicanos piensa ya que los cárteles ganan. La legislatura de Calderón habrá terminado en dos años, y México se enfrentará a la elección de seguir luchando o volver a la vieja política del vive y deja vivir con una de las mafias o más. Lo segundo parece cada vez más tentador.

México precisa por tanto de ayuda policial y militar ya. Sí, es preciso abordar cuestiones más fundamentales, como la demanda de estupefacientes en Estados Unidos y las débiles instituciones de México, pero ésas son inquietudes a largo plazo. Ni siquiera la legalización de la droga -- cosa de la que estoy a favor -- hará que desaparezcan las mafias. Hay muchas ya en el oficio, y tienen tentáculos tendidos por todo el hemisferio y en cada ciudad grande y mediana de Estados Unidos.

Lo que se está interponiendo es que los líderes políticos e intelectuales mexicanos y el ejército, con la complicidad de los intelectuales estadounidenses, siguen teniendo la vista puesta en las guerras mexicana y estadounidense del siglo XIX y la Guerra Fría del siglo XX. Ellos todavía hablan de imperialismo y de hegemonía - cosas ambas irrelevantes hoy.

Aunque México es nuestro vecino y presunto aliado veterano, el ejército mexicano nunca -- nunca -- ha participado en maniobras militares conjuntas con el ejército estadounidense, como destaca Roderic Ai Camp en un reciente estudio para el Centro Woodrow Wilson.

La Iniciativa de Mérida financia parte de la formación policial impartida por mexicanos en México, los funcionarios del ejército mexicano estudian en cada vez mayor número en Estados Unidos, y México ha solicitado ayuda recientemente al Northcom para crear un centro conjunto de Inteligencia. Pero eso ni se acerca a lo que hace falta.

El Plan Colombia ha sido un éxito gracias a los varios cientos de adiestradores y agentes de espionaje que trabajan de manera soterrada con los colombianos dentro del país. Más que enseñar a los funcionarios meramente, invierten en los sargentos y los reclutas de la clase obrera, algo que el ejército mexicano, al igual que la élite mexicana, aún tiene pendiente.

Trágate el orgullo, México

Edward Schumacher-Matos
Edward Schumacher-Matos
viernes, 26 de noviembre de 2010, 23:00 h (CET)
BOSTON - El orgullo nacional es algo bueno - hasta que el agua te llega al cuello y tu nación se sigue hundiendo. México no está tan sumergido aún, pero hay regiones del país que sí. Siete cárteles criminales controlan en la práctica la mayoría de las ciudades y las rutas del tráfico de estupefacientes cercanas a la frontera con Estados Unidos, así como sus bases y centros de producción en el interior.

Pero la élite mexicana y el ejército siguen siendo demasiado orgullosos para hacer lo que deberían hacer inmediatamente: llamar a los Marines.

Digo esto de forma un poco tendenciosa para sacar a los mexicanos de su estupor nacionalista. En realidad deberían de llamar al ejército estadounidense, a la Marina y también a las Fuerzas Aéreas. Pero no en gran número. México tiene una gran necesidad más bien de especialistas militares estadounidenses destacados en el interior de México para ayudar al país a levantar poderosos sistemas de espionaje electrónico y formar unas fuerzas policiales y militares modernas que reemplacen a las asfixiantemente jerárquicas y obsoletas de las que dispone.

Mi opinión de esto insultará a muchos mexicanos, pero hablo desde una posición de amor al país y a su pueblo. México no es ni un "estado fallido" ni una sociedad totalmente corrupta como -- curiosamente -- tanto los nativistas estadounidenses como los humanitarios del debate de la inmigración afirman, unos para precintar la frontera con México y los otros para salvar mexicanos e invitar a entrar a cualquiera que quiera venir.

Pero la Secretario de Estado Hillary Rodham Clinton estaba en lo cierto cuando dijo que los cárteles "se están transformando en, y haciendo causa común con, lo que habríamos de considerar una insurgencia". Las autoridades mexicanas y los medios salieron a protestar, y el Presidente Barack Obama se disculpó.

No debería. Tanto Estados Unidos como México tienen que reconocer honestamente que los cárteles de México y de las demás regiones del mundo representan lo que un número creciente de especialistas agudos considera una nueva forma de "insurgencia criminal".

"Están atacando el estado desde dentro a través de la corrupción y la violencia y aspiran a establecer áreas de influencia en las que poder operar sin restricciones", escriben Bob Killebrew y Bernal Jennifer en un estudio recién publicado encargado por el Centro para la Nueva Seguridad Estadounidense.

Allí donde les interesa, los carteles doblegan a la policía, los políticos y la prensa local a través de la intimidación, las ejecuciones, las masacres y el cohecho. Más de 200.000 personas han huido de Juárez, las maquiladoras fronterizas que fueron motor del crecimiento nacional están en las últimas, y muchos líderes empresariales de Monterrey, el centro industrial moderno de México, se han mudado a Texas.

El Presidente Felipe Calderón ha intentado valientemente romper el ciclo declarando la guerra a los cárteles, pero después de alrededor de 28.000 muertos, la mayoría de los mexicanos piensa ya que los cárteles ganan. La legislatura de Calderón habrá terminado en dos años, y México se enfrentará a la elección de seguir luchando o volver a la vieja política del vive y deja vivir con una de las mafias o más. Lo segundo parece cada vez más tentador.

México precisa por tanto de ayuda policial y militar ya. Sí, es preciso abordar cuestiones más fundamentales, como la demanda de estupefacientes en Estados Unidos y las débiles instituciones de México, pero ésas son inquietudes a largo plazo. Ni siquiera la legalización de la droga -- cosa de la que estoy a favor -- hará que desaparezcan las mafias. Hay muchas ya en el oficio, y tienen tentáculos tendidos por todo el hemisferio y en cada ciudad grande y mediana de Estados Unidos.

Lo que se está interponiendo es que los líderes políticos e intelectuales mexicanos y el ejército, con la complicidad de los intelectuales estadounidenses, siguen teniendo la vista puesta en las guerras mexicana y estadounidense del siglo XIX y la Guerra Fría del siglo XX. Ellos todavía hablan de imperialismo y de hegemonía - cosas ambas irrelevantes hoy.

Aunque México es nuestro vecino y presunto aliado veterano, el ejército mexicano nunca -- nunca -- ha participado en maniobras militares conjuntas con el ejército estadounidense, como destaca Roderic Ai Camp en un reciente estudio para el Centro Woodrow Wilson.

La Iniciativa de Mérida financia parte de la formación policial impartida por mexicanos en México, los funcionarios del ejército mexicano estudian en cada vez mayor número en Estados Unidos, y México ha solicitado ayuda recientemente al Northcom para crear un centro conjunto de Inteligencia. Pero eso ni se acerca a lo que hace falta.

El Plan Colombia ha sido un éxito gracias a los varios cientos de adiestradores y agentes de espionaje que trabajan de manera soterrada con los colombianos dentro del país. Más que enseñar a los funcionarios meramente, invierten en los sargentos y los reclutas de la clase obrera, algo que el ejército mexicano, al igual que la élite mexicana, aún tiene pendiente.

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Estoy de acuerdo con la crítica “motivada”, “razonada”, “justificada”. El señor Zapatero, expresidente de España, cuya cualidad destacada, por ese motivo, debería ser la prudencia, la ecuanimidad y jamás, pienso yo, el azuzar la calle, el empujar ideológicamente al pueblo y arrastrarnos al enfrentamiento.

La libertad de expresión es un derecho fundamental que abarca las libertades de opinión, información y prensa, es esencial para ejercer otros derechos humanos y participar activamente en una sociedad libre y democrática, pero lo mismo en España que toda Europa, este derecho se enfrenta a desafíos y tensiones debido a la censura y a las restricciones.

 
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