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Nieves Fernández

Manchas en las piernas y cabrillas

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Manchas en las piernas y en la tripa, fue el diagnóstico. Bueno, en realidad más que diagnóstico fueron los síntomas. El médico de atención primaria se devanaba el seso, daba vueltas y vueltas, no fiebre, no dolor, no molestias, no picaduras ni alergias conocidas. Una analítica demostró que la joven en cuestión estaba sana, lo peor es que sus piernas en pleno verano no estaban precisamente para minifaldas, ni para camisetas ombligueras o pantaloncillos cortos. Manchas en las piernas, a la altura de las rodillas, manchas en la tripa en forma de un círculo más o menos perfecto, un triángulo rosado en forma de v, v rosada y cardenalicia pero no de victoria pues todos los médicos y enfermeras consultados nada sabían sobre esta nueva patología que enrojecía las casi perfectas extremidades de la muchacha.

Las cremas antihistamínicas hicieron lo que pudieron en la tersa piel de veinte años de la chica pero las rojeces continuaron campando como amapolas a sus anchas. En una nueva visita al centro de salud, en el fin de semana, la joven se resistía a volver a los médicos que no averiguaban para nada a qué podrían deberse aquellos enrojecimientos. Casualmente en el centro sanitario esa tarde había un médico algo entradito en años y como donde no hay un viejo hay que buscarlo, le preguntó en qué trabajaba, ella respondió que no trabajaba, que era estudiante, él insistió si por casualidad estaba en contacto con algún aparato en casa o en la universidad. De pronto ella contestó que se colocaba el portátil sobre los muslos y la tripilla y que así podía permanecer horas en la cama o en el sofá comunicándose con el messenger o con las redes sociales.

Y no has podido notar que te quemabas, le preguntaba el viejo médico intentando investigar lo sucedido en sus extremidades. No, cierto que el aparato está caliente pero de ahí a quemarme, no, no, nada de eso.

Pues yo diría que son cabrillas. ¿Cabrillas? ¿Y qué es eso? ¿Es grave? Cabrillas, dijo su madre, recordando muchos días calentándose al calor del brasero en la mesa camilla. Las cabrillas, les explicó el galeno aparecen en las piernas cuando se está durante mucho tiempo cerca de un foco de calor. Las manchas producidas parecen un rebaño de ovejas o cabras y de ahí el nombre. Cabrillas, señora, su hija tiene cabrillas. Te aconsejo que limites el uso del ordenador y que no lo mantengas encima de las piernas, poco a poco irán desapareciendo las manchas y no lo olvides, los aparatos mejor encima de las mesas.

Aquella rara enfermedad de la chica tuvo su oportuna explicación lógica y las dos mujeres se fueron riendo por la calle. Anda que te voy yo a dar manchas en la piel cuando vuelva a pillarte con el portátil. La chica reía con la confianza que da saber que no tenía una extraña alergia que le impidiera salir ese fin de semana de verano. Después se enteraron que está siendo una consecuencia muy común tras el uso durante varias horas diarias de ordenador. Y como no podía ser menos ya tiene nombre “eritema ab igne” o “síndrome de la piel tostada”, vamos, cabrillas como su abuela Paca.

La chica sonrió al enterarse del resultado de su temida alergia, un tanto pícara y escéptica miró a su madre, miró al médico de ceño cejijunto y esa fue la explicación de sus buenos ratos pasados con el portátil amigo, amigo que poco a poco le quemaba las piernas. Ten amigos para eso.

Manchas en las piernas y cabrillas

Nieves Fernández
Nieves Fernández
lunes, 11 de octubre de 2010, 00:59 h (CET)
Manchas en las piernas y en la tripa, fue el diagnóstico. Bueno, en realidad más que diagnóstico fueron los síntomas. El médico de atención primaria se devanaba el seso, daba vueltas y vueltas, no fiebre, no dolor, no molestias, no picaduras ni alergias conocidas. Una analítica demostró que la joven en cuestión estaba sana, lo peor es que sus piernas en pleno verano no estaban precisamente para minifaldas, ni para camisetas ombligueras o pantaloncillos cortos. Manchas en las piernas, a la altura de las rodillas, manchas en la tripa en forma de un círculo más o menos perfecto, un triángulo rosado en forma de v, v rosada y cardenalicia pero no de victoria pues todos los médicos y enfermeras consultados nada sabían sobre esta nueva patología que enrojecía las casi perfectas extremidades de la muchacha.

Las cremas antihistamínicas hicieron lo que pudieron en la tersa piel de veinte años de la chica pero las rojeces continuaron campando como amapolas a sus anchas. En una nueva visita al centro de salud, en el fin de semana, la joven se resistía a volver a los médicos que no averiguaban para nada a qué podrían deberse aquellos enrojecimientos. Casualmente en el centro sanitario esa tarde había un médico algo entradito en años y como donde no hay un viejo hay que buscarlo, le preguntó en qué trabajaba, ella respondió que no trabajaba, que era estudiante, él insistió si por casualidad estaba en contacto con algún aparato en casa o en la universidad. De pronto ella contestó que se colocaba el portátil sobre los muslos y la tripilla y que así podía permanecer horas en la cama o en el sofá comunicándose con el messenger o con las redes sociales.

Y no has podido notar que te quemabas, le preguntaba el viejo médico intentando investigar lo sucedido en sus extremidades. No, cierto que el aparato está caliente pero de ahí a quemarme, no, no, nada de eso.

Pues yo diría que son cabrillas. ¿Cabrillas? ¿Y qué es eso? ¿Es grave? Cabrillas, dijo su madre, recordando muchos días calentándose al calor del brasero en la mesa camilla. Las cabrillas, les explicó el galeno aparecen en las piernas cuando se está durante mucho tiempo cerca de un foco de calor. Las manchas producidas parecen un rebaño de ovejas o cabras y de ahí el nombre. Cabrillas, señora, su hija tiene cabrillas. Te aconsejo que limites el uso del ordenador y que no lo mantengas encima de las piernas, poco a poco irán desapareciendo las manchas y no lo olvides, los aparatos mejor encima de las mesas.

Aquella rara enfermedad de la chica tuvo su oportuna explicación lógica y las dos mujeres se fueron riendo por la calle. Anda que te voy yo a dar manchas en la piel cuando vuelva a pillarte con el portátil. La chica reía con la confianza que da saber que no tenía una extraña alergia que le impidiera salir ese fin de semana de verano. Después se enteraron que está siendo una consecuencia muy común tras el uso durante varias horas diarias de ordenador. Y como no podía ser menos ya tiene nombre “eritema ab igne” o “síndrome de la piel tostada”, vamos, cabrillas como su abuela Paca.

La chica sonrió al enterarse del resultado de su temida alergia, un tanto pícara y escéptica miró a su madre, miró al médico de ceño cejijunto y esa fue la explicación de sus buenos ratos pasados con el portátil amigo, amigo que poco a poco le quemaba las piernas. Ten amigos para eso.

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