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Comunicar no sólo es hablar. También es escuchar, preguntar, conversar y entender

Lo analógico, lo digital y la…nube

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Hubo un tiempo, un tiempo que, para nosotros, era nuestro tiempo, en el que lo analógico mandaba en aquel mundo en el que nacimos, crecimos, nos preparamos para la vida y desarrollamos nuestros primeros pasos en la travesía de nuestra existencia. Un tiempo en el que los motores de explosión daban sus primeras pistonadas y los aparatos de radio marcaban la diferencia entre aquellos que tenían la suerte de poseerlos y disfrutaban de la posibilidad de acceder a las noticias con más facilidad y, aquellos otros menos afortunados, que no carecían de ellos y debían esperar a que apareciera la prensa escrita para conocerlas aunque, en ocasiones, la distancia y las dificultades de comunicación con los países más lejanos hacían que pasaran semanas e incluso meses antes de que la información llegara a nuestro conocimiento.

Para muchos de nosotros, incluso aquellos que tuvieron la suerte de estudiar una carrera y adquirir una cultura general, la llegada de la informática y su rapidísima difusión nos cogió con el paso cambiado. ¿Dos dígitos el 1 y el 0, en sus múltiples combinaciones y a través de complicados sistemas matemáticos, capaces de revolucionar todo el sistema de comunicaciones, las labores de las oficinas, los sistemas de producción, la medicina, la información? Esto era cosa del Diablo. Algunos intentamos no quedar reducidos al analfabetismo de la nueva era y decidimos, a la vejez viruelas, ponernos al día del nuevo milagro digital, acudiendo a cursos en los que, si no aprendimos nada sobre las combinaciones digitales y sus mecanismos ocultos, al menos conseguimos asimilar, medianamente, el manejo de los ordenadores, utilizar Internet y, para los de letras, intentar asimilar los conocimientos básicos para el uso del Word. Vano intento. Las tecnologías innovadoras derivadas de la digitación llevaron rápidamente a la universalización del nuevo sistema y de ello a una revolución en todo lo que había sido la antigua cultura basada en los sistemas analógicos; de modo que, a la vez, tuvo inmediatas repercusiones en todos los aspectos de la vida de la humanidad, desde la telefonía digital a las innovaciones ofimáticas, telemáticas, robótica, logística, microinformática etc. hasta un número inconmensurable de variedades nacidas del nuevo concepto diático, en lo que se refería al funcionamiento de las comunicaciones y del resto de actividades de todo orden de la sociedad actual.

La complejidad y la rápida divulgación de las nuevas técnicas informáticas, pronto supusieron la necesidad de una especialización y de la necesidad de crear personas sustancialmente preparadas para poder utilizar con pericia los instrumentos precisos para explotarlas, amén de la creación de facultades en las que formar a los licenciados capaces de seguir investigando en un campo en el que nadie ha sido capaz de establecer sus límites. Sin embargo, algo de lo que se ha venido hablando, un concepto que se conoce como “computación en la nube” o “servicio de alojamiento de archivos”, que se ha definido como un modelo de almacenamiento de datos basado en redes de computadoras ideado en los años 60 del pasado siglo, donde los datos, por lo general aportados por terceros, pueden ser almacenados en espacios de almacenamiento virtualizados.

Por lo visto, los usuarios que utilizan estos servicios compran, alquilan o contratan la capacidad de almacenamiento que precisan. Es decir que, en realidad, la información que cada usuario decide guardar en semejantes espacios o nubes, que puede manejar a su antojo, y que ha sido previamente virtualizada por los centros de procesamiento de datos a requerimiento del cliente, se guarda en el espacio. ¡Admirable!

Bien, para un profano eso de virtualizar puede resultar algo difícil de asimilar. Acudiendo a Internet hemos conseguido la siguiente explicación: “en Informática, virtualización es la creación, a través de software, de una versión virtual de algún recurso tecnológico, como puede ser una plataforma de hardware, un sistema operativo, un dispositivo de almacenamiento u otros recursos de red” Si lo han entendido les felicito, pero para mí sigue siendo un misterio. Sin embargo, cuando hablamos de algo virtual, en lenguaje corriente, nos referimos seguramente a algo inmaterial, que no tiene una entidad corpórea, que es aparente y no real, pero que está en condiciones de producir un efecto. Y esta es la parte que, a mí me ha sugerido una reflexión sin base científica alguna, como un simple juego mental.

Si consideramos a nuestro cerebro como una computadora muy sofisticada ( aunque parece que ya se van consiguiendo algunos que nos superan en algunos aspectos) capaz de generar pensamientos, cálculos, reflexiones e ideas procesados de lo que nuestros sentidos le van informando del mundo exterior y, a la vez, es capaz, mediante los mismos, de comunicarse con los demás a través de la voz, los signos, la escritura y los gestos; todo ello fruto de los circuitos eléctricos mediante los cuales se comunican nuestras neuronas ¿no podría, como lo hacen estos espacios virtuales que son capaces de crearse a través de las redes informáticas, o en otros de características semejantes que desconocemos, existir un pequeño, llamémosle “universo paralelo”, en el quedasen almacenados estos impulsos que nuestros cerebros van emitiendo?, tal y como un inmenso archivo en el que permaneciera recogida, como en una Nube, la historia virtual de los impulsos de los miles de millones de personas que han formado parte de la humanidad desde sus inicios. Me imagino un caos de datos, indescifrables, capaces de enloquecer la mente más sensata.

En todo caso, no es algo que deba preocuparnos porque, si he de serles sincero, vista la situación de nuestro país y las estupideces que son capaces de cometer nuestros políticos y los del resto de países de nuestro entorno, creyéndose que los ciudadanos de a pie, somos un atajo de borregos incapaces de pensar por nuestra cuenta; es muy probable que sí, de verdad, existiera constancia de todo lo que los miles de millones de seres humanos han venido pensando a través de los siglos, con toda seguridad, sólo una ínfima parte, una pequeña muestra de apenas unas décimas de unidad por ciento, valdría la pena de tenerla en cuenta, salvarla del caos y conservarla por si, algún día, otras civilizaciones venidas de fuera, pudieran interesarse por los antiguos habitantes del planeta Tierra.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, en un arranque de locura mental, he decidido este miércoles, uno cualquiera del calendario, probar fortuna y hablar de algo de lo que no tengo ni idea… por si cuela. Perdónenme, prometo no reincidir.

Lo analógico, lo digital y la…nube

Comunicar no sólo es hablar. También es escuchar, preguntar, conversar y entender
Miguel Massanet
jueves, 23 de febrero de 2017, 00:48 h (CET)
Hubo un tiempo, un tiempo que, para nosotros, era nuestro tiempo, en el que lo analógico mandaba en aquel mundo en el que nacimos, crecimos, nos preparamos para la vida y desarrollamos nuestros primeros pasos en la travesía de nuestra existencia. Un tiempo en el que los motores de explosión daban sus primeras pistonadas y los aparatos de radio marcaban la diferencia entre aquellos que tenían la suerte de poseerlos y disfrutaban de la posibilidad de acceder a las noticias con más facilidad y, aquellos otros menos afortunados, que no carecían de ellos y debían esperar a que apareciera la prensa escrita para conocerlas aunque, en ocasiones, la distancia y las dificultades de comunicación con los países más lejanos hacían que pasaran semanas e incluso meses antes de que la información llegara a nuestro conocimiento.

Para muchos de nosotros, incluso aquellos que tuvieron la suerte de estudiar una carrera y adquirir una cultura general, la llegada de la informática y su rapidísima difusión nos cogió con el paso cambiado. ¿Dos dígitos el 1 y el 0, en sus múltiples combinaciones y a través de complicados sistemas matemáticos, capaces de revolucionar todo el sistema de comunicaciones, las labores de las oficinas, los sistemas de producción, la medicina, la información? Esto era cosa del Diablo. Algunos intentamos no quedar reducidos al analfabetismo de la nueva era y decidimos, a la vejez viruelas, ponernos al día del nuevo milagro digital, acudiendo a cursos en los que, si no aprendimos nada sobre las combinaciones digitales y sus mecanismos ocultos, al menos conseguimos asimilar, medianamente, el manejo de los ordenadores, utilizar Internet y, para los de letras, intentar asimilar los conocimientos básicos para el uso del Word. Vano intento. Las tecnologías innovadoras derivadas de la digitación llevaron rápidamente a la universalización del nuevo sistema y de ello a una revolución en todo lo que había sido la antigua cultura basada en los sistemas analógicos; de modo que, a la vez, tuvo inmediatas repercusiones en todos los aspectos de la vida de la humanidad, desde la telefonía digital a las innovaciones ofimáticas, telemáticas, robótica, logística, microinformática etc. hasta un número inconmensurable de variedades nacidas del nuevo concepto diático, en lo que se refería al funcionamiento de las comunicaciones y del resto de actividades de todo orden de la sociedad actual.

La complejidad y la rápida divulgación de las nuevas técnicas informáticas, pronto supusieron la necesidad de una especialización y de la necesidad de crear personas sustancialmente preparadas para poder utilizar con pericia los instrumentos precisos para explotarlas, amén de la creación de facultades en las que formar a los licenciados capaces de seguir investigando en un campo en el que nadie ha sido capaz de establecer sus límites. Sin embargo, algo de lo que se ha venido hablando, un concepto que se conoce como “computación en la nube” o “servicio de alojamiento de archivos”, que se ha definido como un modelo de almacenamiento de datos basado en redes de computadoras ideado en los años 60 del pasado siglo, donde los datos, por lo general aportados por terceros, pueden ser almacenados en espacios de almacenamiento virtualizados.

Por lo visto, los usuarios que utilizan estos servicios compran, alquilan o contratan la capacidad de almacenamiento que precisan. Es decir que, en realidad, la información que cada usuario decide guardar en semejantes espacios o nubes, que puede manejar a su antojo, y que ha sido previamente virtualizada por los centros de procesamiento de datos a requerimiento del cliente, se guarda en el espacio. ¡Admirable!

Bien, para un profano eso de virtualizar puede resultar algo difícil de asimilar. Acudiendo a Internet hemos conseguido la siguiente explicación: “en Informática, virtualización es la creación, a través de software, de una versión virtual de algún recurso tecnológico, como puede ser una plataforma de hardware, un sistema operativo, un dispositivo de almacenamiento u otros recursos de red” Si lo han entendido les felicito, pero para mí sigue siendo un misterio. Sin embargo, cuando hablamos de algo virtual, en lenguaje corriente, nos referimos seguramente a algo inmaterial, que no tiene una entidad corpórea, que es aparente y no real, pero que está en condiciones de producir un efecto. Y esta es la parte que, a mí me ha sugerido una reflexión sin base científica alguna, como un simple juego mental.

Si consideramos a nuestro cerebro como una computadora muy sofisticada ( aunque parece que ya se van consiguiendo algunos que nos superan en algunos aspectos) capaz de generar pensamientos, cálculos, reflexiones e ideas procesados de lo que nuestros sentidos le van informando del mundo exterior y, a la vez, es capaz, mediante los mismos, de comunicarse con los demás a través de la voz, los signos, la escritura y los gestos; todo ello fruto de los circuitos eléctricos mediante los cuales se comunican nuestras neuronas ¿no podría, como lo hacen estos espacios virtuales que son capaces de crearse a través de las redes informáticas, o en otros de características semejantes que desconocemos, existir un pequeño, llamémosle “universo paralelo”, en el quedasen almacenados estos impulsos que nuestros cerebros van emitiendo?, tal y como un inmenso archivo en el que permaneciera recogida, como en una Nube, la historia virtual de los impulsos de los miles de millones de personas que han formado parte de la humanidad desde sus inicios. Me imagino un caos de datos, indescifrables, capaces de enloquecer la mente más sensata.

En todo caso, no es algo que deba preocuparnos porque, si he de serles sincero, vista la situación de nuestro país y las estupideces que son capaces de cometer nuestros políticos y los del resto de países de nuestro entorno, creyéndose que los ciudadanos de a pie, somos un atajo de borregos incapaces de pensar por nuestra cuenta; es muy probable que sí, de verdad, existiera constancia de todo lo que los miles de millones de seres humanos han venido pensando a través de los siglos, con toda seguridad, sólo una ínfima parte, una pequeña muestra de apenas unas décimas de unidad por ciento, valdría la pena de tenerla en cuenta, salvarla del caos y conservarla por si, algún día, otras civilizaciones venidas de fuera, pudieran interesarse por los antiguos habitantes del planeta Tierra.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, en un arranque de locura mental, he decidido este miércoles, uno cualquiera del calendario, probar fortuna y hablar de algo de lo que no tengo ni idea… por si cuela. Perdónenme, prometo no reincidir.

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