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La mudanza

Amistad sin fronteras (II)

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Un día decidieron mudarse a una ciudad más grande. Tenían experiencia en sus trabajos y unos ahorros con los que comenzarían a comprar una vivienda.

La ciudad se les hacía grande comparada con la aldea y el pueblo. Aurirattie abría sus grandes ojos para ver los rascacielos, los grandes americanos de gran tamaño, las amplias avenidas y cuidadas aceras. Todo era grandioso... Pasaron los años y ella llega a pensar que jamás regresaría a La Coruña. Allí les iba bien, pero no era su país.

Melchor, con cuarenta y muchos años quería casarse y ella comenzaba a sentirse sola y desatendida. Un día dice a Melchor que quiere regresar a su tierra, pero él no la deja, pues piensa que España aún no estaba preparada para dar de comer a todos sus hijos. Aurirattie llora amargamente pues comprende que si volvía iba a pasar necesidades, pero extrañaba el campo, sus amigos, quería ver a sus familiares...

Melchor se casó y tuvo su primer hijo; un niño que Aurirattie cuidaba siempre que su cuñada no estaba y que la hizo permanecer con ellos más tiempo, hasta que un día, la situación social y económica cada vez peor del país, les hizo pensar seriamente en regresar. Cuando lo tienen todo preparado esperan ansiosos el día de la partida, pero un tiro de una pistola hiere de muerte y sin motivo a Melchor. Sólo le mataron por ser extranjero, trabajador y por querer volver a pisar su patria. Un país que nunca le acogió por completo tampoco le permitió partir con el mayor de los bienes: la vida.

Aurirattie llora su muerte sintiéndose impotente. Mientras, la policía le recomienda que no haga demasiadas investigaciones.

Un amigo que adivinaba el porvenir les pide que por favor viajen pronto a España o correrán la misma suerte que Melchor. Ella, creyendo en el adivino, incinera los restos de su hermano y con su cuñada y los niños regresa a España un nueve de abril. El día anterior a la partida reciben una llamada telefónica con el mensaje de que iban a morir. En el aeropuerto entran rápidamente en el avión y, sin creer que aún respiran, pasan las primeras horas de vuelo. Llegando a La Coruña doña Aurirattie ve por la ventanilla los fértiles campos y caudalosos ríos.

Abrazando los restos de su hermano, que llevaba en una caja de madera, baja del avión y van a ver a sus padres que llenos de angustia les esperan ansiosos. Cuando se ven, el amor y la rabia se entremezclan con los recuerdos.

Regresara viva, pero vacía. Sólo los ojos de sus sobrinos que le recordaban a su Melchor, podían levantarle el ánimo. Pensaba que en aquel país extranjero más que buscar un provenir buscaron enlutar para siempre las sonrisas de una familia.

Triste destino el de los emigrantes que van ilusionados con las manos dispuestas a realizar cualquier trabajo y los brazos abiertos a nuevas gentes, y regresan vacíos, marcados por el dolor más grande, que sólo el que lo ha vivido sabe y puede comprender.

Esta es una interesante historia que me contó mi gran amigo.

Jamás creí que una relación de amigos pudiera darse entre dos personas con edades tan distintas. Pero fue mi amigo y mi maestro. Sus ojos me comunicaban paz, es como si estuviera viendo el mar.

Continuará…

Amistad sin fronteras (II)

La mudanza
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
domingo, 12 de febrero de 2017, 12:23 h (CET)
Un día decidieron mudarse a una ciudad más grande. Tenían experiencia en sus trabajos y unos ahorros con los que comenzarían a comprar una vivienda.

La ciudad se les hacía grande comparada con la aldea y el pueblo. Aurirattie abría sus grandes ojos para ver los rascacielos, los grandes americanos de gran tamaño, las amplias avenidas y cuidadas aceras. Todo era grandioso... Pasaron los años y ella llega a pensar que jamás regresaría a La Coruña. Allí les iba bien, pero no era su país.

Melchor, con cuarenta y muchos años quería casarse y ella comenzaba a sentirse sola y desatendida. Un día dice a Melchor que quiere regresar a su tierra, pero él no la deja, pues piensa que España aún no estaba preparada para dar de comer a todos sus hijos. Aurirattie llora amargamente pues comprende que si volvía iba a pasar necesidades, pero extrañaba el campo, sus amigos, quería ver a sus familiares...

Melchor se casó y tuvo su primer hijo; un niño que Aurirattie cuidaba siempre que su cuñada no estaba y que la hizo permanecer con ellos más tiempo, hasta que un día, la situación social y económica cada vez peor del país, les hizo pensar seriamente en regresar. Cuando lo tienen todo preparado esperan ansiosos el día de la partida, pero un tiro de una pistola hiere de muerte y sin motivo a Melchor. Sólo le mataron por ser extranjero, trabajador y por querer volver a pisar su patria. Un país que nunca le acogió por completo tampoco le permitió partir con el mayor de los bienes: la vida.

Aurirattie llora su muerte sintiéndose impotente. Mientras, la policía le recomienda que no haga demasiadas investigaciones.

Un amigo que adivinaba el porvenir les pide que por favor viajen pronto a España o correrán la misma suerte que Melchor. Ella, creyendo en el adivino, incinera los restos de su hermano y con su cuñada y los niños regresa a España un nueve de abril. El día anterior a la partida reciben una llamada telefónica con el mensaje de que iban a morir. En el aeropuerto entran rápidamente en el avión y, sin creer que aún respiran, pasan las primeras horas de vuelo. Llegando a La Coruña doña Aurirattie ve por la ventanilla los fértiles campos y caudalosos ríos.

Abrazando los restos de su hermano, que llevaba en una caja de madera, baja del avión y van a ver a sus padres que llenos de angustia les esperan ansiosos. Cuando se ven, el amor y la rabia se entremezclan con los recuerdos.

Regresara viva, pero vacía. Sólo los ojos de sus sobrinos que le recordaban a su Melchor, podían levantarle el ánimo. Pensaba que en aquel país extranjero más que buscar un provenir buscaron enlutar para siempre las sonrisas de una familia.

Triste destino el de los emigrantes que van ilusionados con las manos dispuestas a realizar cualquier trabajo y los brazos abiertos a nuevas gentes, y regresan vacíos, marcados por el dolor más grande, que sólo el que lo ha vivido sabe y puede comprender.

Esta es una interesante historia que me contó mi gran amigo.

Jamás creí que una relación de amigos pudiera darse entre dos personas con edades tan distintas. Pero fue mi amigo y mi maestro. Sus ojos me comunicaban paz, es como si estuviera viendo el mar.

Continuará…

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