Parece ser que, el lema de la revolución de la “banlieu” francesa, de 1.968, fue el de “Prohibido el prohibir”. Es evidente que aquellos muchachos, hábilmente manejados por activistas experimentados, pretendían algo que, en cualquier civilización medianamente desarrollada, es imposible de llevar a cabo porque, como es público y notorio, sin un mínimo de autoridad y de orden la vida en comunidad sería imposible de sobrellevar dada la naturaleza, específicamente egoísta, del género humano que hace que cada individuo anteponga sus propios intereses a los de los demás y, si no existieran unas normas de convivencia que sujetaran estos instintos y los mantuvieran dentro de un marco de mutuo respecto entre todos los ciudadanos, la existencia en el colectivo de ciudadanos sería un caos donde se impondría siempre la ley del más fuerte.
Sin embargo, como casi en todas las cosas de la vida, siempre debe existir un término medio y, el hecho de que debamos limitar nuestros derechos individuales para garantizar los del resto de personas con las que convivimos, no significa que la facultad de controlar nuestras actuaciones, por parte de quienes nos gobiernan, para que no se cercenen los derechos de los demás, sea ilimitada y se pueda convertir, por un uso abusivo del poder que se les ha conferido a los gobernantes, en un censura de nuestro comportamiento que exceda de los límites del sentido común; una vigilancia y regulación de nuestros hábitos y costumbres, que suponga un intento de imponernos una determinada línea de conducta contraria a nuestra creencias y derechos individuales, reconocidos por la Constitución; buscando, simplemente, obligarnos a seguir un determinado pensamiento político o religioso, de forma que, la delegación que hicimos en ellos para que regulasen las relaciones entre los ciudadanos; se ocupasen de la defensa de la gran “tribu” (en lo que nos hemos convertido) y velasen por el bienestar común, no se transformase en una facultad omnímoda, que los convierta, de meros administradores (como se diría en Derecho: “ actuando con la diligencia de un buen padre de familia”), a espías y fiscales de nuestras vidas; en una palabra, en un sistema absolutista y totalitario de gobierno incompatible con una democracia..
Resulta chocante que los gobiernos que más utilizan el poder para restringir las libertades de los ciudadanos, son aquellos que más alarde hacen de proteger la autonomía del individuo, el derecho a rebelarse contra las injusticia y la defensa de la independencia del ciudadano, ante los encorsetamientos morales y éticos impuestos por una sociedad conservadora, como un medio de controlarlo y dirigirlo. No hace falta buscar ejemplos en la Historia porque, hoy en día, los tenemos a la vista en países de gobiernos supuestamente democráticos que, no obstante, vienen aplicando métodos propios de cualquier tiranía, en cuanto a la vigilancia a la que someten al pueblo; la censura que imponen en sus medios de comunicación; las restricciones a las actividades comerciales e industriales, siempre sometidas a las imposiciones gubernamentales y la falta de toda democracia interna, al tener que soportar ser sojuzgados por las instituciones que, en teoría, debieran de servir de contrapeso al poder gubernamental, como sería el caso del poder legislativo y el poder judicial. La Venezuela del señor Hugo Sánchez, un modelo típico de tiranía a la usanza del sistema bolchevique de la Rusia soviética; la Bolivia del señor Evo Morales, que ha seguido en todo el ejemplo de su colega venezolano o, la madre de todas las dictaduras actuales, la Cuba de la familia Castro que, después de más de cincuenta años de revolución, todavía no ha sido capaz de abrir las espitas de la libertad y de la verdadera democracia a un pueblo que, a pesar de haberse liberado de la “bota opresora de los yanquis” todavía se mantiene, en su gran mayoría, en una situación cercana a la miseria, sin que los resultados de la cruenta revolución de Fidel Castro hayan compensado los sacrificios, el trabajo, la opresión y la falta de respeto a los derechos humanos, de los cubanos. Si, anteriormente, Cuba era una seudo colonia de los EE.UU., ahora sólo han cambiado los “collares” de la clase dominante que goza de las prebendas, la buena vida y las riquezas cubanas porque, en lo que hace referencia a las clases trabajadoras, a las clases humildes que no chupan de las ubres del sistema, a estos, señores, les importa un rábano si son gobiernos conservadores o son dictaduras comunistas, porque siguen siendo los parias de la revolución, los que siguen trabajando de sol a sol para poder sobrevivir y los que continúan, muy a su pesar, soportando la bota del poder apisonando sus cabezas contra el barro de la indigencia.
En España, desde la llegada de los socialistas, bajo el mando del señor Rodríguez Zapatero; lo que en un principio fueron promesas de paraísos, de pleno empleo, de amplias libertades, de acuerdos de gobierno, de “talantes” y de progreso; a medida que han transcurrido los años y ellos se han afianzado en sus poltronas, todas aquellas promesas han quedado diluidas y el país –dejando aparte el tiempo en que los socialistas agotaron las reservas del Tesoro y ocuparon los puestos claves en la Administración y en gran parte de los bancos y empresas financieras – se ha visto inerme, cuando los del PSOE han debido demostrar su capacidad para enfrentarse a la crisis, quedando en evidencia que sus soluciones “milagrosas” han sido equivocadas e insuficientes, aparte de haber llegado tarde y a destiempo, a causa de su insistencia en negar el hecho evidente de que, España, caería en crisis como el resto de naciones; sólo que, con una circunstancia singular: que nuestra crisis, a causa de la burbuja inmobiliaria, sería mucho peor que la del resto de naciones afectadas.
No se sabe si, como medio de mantener distraída a la ciudadanía; si con intención de ir transformando, paulatinamente, la nación heredada del PP en un régimen autoritario o, como medio de conseguir perpetuarse en el poder, sin descartar que pudieran concurrir todas ellas en un único objetivo; cada día que pasa se notan más los efectos de una progresiva deriva hacia un intervencionismo estatal, que se extiende a la propia vida privada de los españoles. Se prohíbe fumar en lugares públicos pero, cuando ha pasado un tiempo, se aprietan las tuercas y donde se permitía fumar también se prohíbe; sin que se vea que exista una causa lógica para ello. ya que se habían arbitrado lugares para los fumadores; se intentó prohibir comer hamburguesas porque tenían grasa; se intentó prohibir el vino por lo del botellón; se intenta poner tasas a los turistas, una experiencia que fracasó en las Baleares; se quiere impedir que los niños compren dulces en los colegios ( ¿qué pasa con las drogas que cualquier colegial puede conseguir en las propias aulas?); se ha prohibido que los padres puedan corregir a sus hijos con castigos corporales, basándose en algunos casos de violencia con los menores ( que, por cierto, se siguen produciendo, si cabe, con más frecuencia que antes), lo que nos ha llevado a una generación de jóvenes, muchos de los cuales se han convertido en un verdadero problema para sus familias y para sus educadores, que no saben como controlarlos; hasta el punto de que ya están apareciendo estudios poniendo en cuestión una educación tan laxa. Aparte de que estas prohibiciones pudieran afectar a derechos fundamentales de los ciudadanos; tienen un componente económico que, quienes nos gobiernan, no parecen tener en cuenta que puede afectar gravemente ala estabilidad de los gremios afectados. Con 4.600.000 parados, sólo falta que vayamos produciendo más desempleados, para acabar de arruinar a nuestra nación. Pero ¿les importa realmente? Ellos van a lo suyo, que sigue siendo su obsesión: desmembrar a España.
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