WASHINGTON -- Rich Trumka -- el secretario de la federación sindical AFL-CIO que caza al vuelo cualquier conato de distinción con el fácil, "Llámeme Rich" -- viene armado con gráficas. Su primera gráfica viene, literalmente, en distintas tonalidades. Su mensaje es totalmente inequívoco.
En tiempos, dice su gráfico de barras, la clase media y los ricos prosperaban al unísono. Entre 1947 y 1973, los ricos se hicieron más ricos pero los más modestos en realidad prosperaron más. La renta media del 20% de estadounidenses de clase media casi se duplicó, mientras la renta del 20% de estadounidenses de renta más elevada fue la que menos creció de cualquier margen, el 85%.
Después de 1973, la película cambia dramáticamente. La renta de la clase media creció, ganando el 24% hasta 2006. Pero el 20% de rentas más elevadas creció casi el triple que cualquier margen.
Esta representación gráfica de la desigualdad ocupa, por razones comprensibles, el epicentro de la forma de Trumka de ver el mundo, un punto de vista que quedaba claro cuando el otro día vino a almorzar al Washington Post. La creciente desigualdad es problemática. Sería problemática en ausencia de una crisis presupuestaria. Pero eso no quiere decir, como diría Trumka, que la solución a los achaques fiscales de la nación sea siempre, y únicamente, reducir las desigualdades.
En pocas palabras, asediar a los ricos sólo te conduce hasta este punto.
Véase, por ejemplo, lo que Trumka llama "la actual histeria del déficit" y su primo, el gasto social. "Nosotros no tenemos ningún problema social", dice Trumka. "Tenemos un problema de recaudación". En el mundo según Trumka, no hay que recortar ninguna prestación, ni ajustar la edad de jubilación de nadie. Obligar a los ricos a pagar un porcentaje más justo simplemente superaría la brecha.
Estoy totalmente a favor de un reglamento fiscal de corte más progresivo. Pero piense: El Centro de Política Fiscal examinaba lo que haría falta para evitar subir los impuestos a las familias que ganan menos de 250.000 dólares al año pero reduciendo el déficit al 3% de la economía al terminar la década. Los dos tipos impositivos máximos de la horquilla fiscal habrían de elevarse al 72,4% y el 76,8%, más que duplicar los tipos actuales. No hace falta ser un fanático fiscal a lo Grover Norquist para darse cuenta de que esto es una locura.
O pregunte a Trumka si la edad mínima para acogerse a la seguridad social, en los 62 años hoy para tener derecho a alguna prestación, habría de ser elevada. Este antiguo minero del carbón -- hijo y nieto de mineros -- pierde la compostura. Su padre trabajó durante 44 años en la mina, sufriendo cáncer de pulmón, "y si usted hubiera dicho a mi padre 'tiene que trabajar hasta los 63', habría sido su sentencia de muerte". Totalmente de acuerdo. Algunas personas pueden necesitar un recurso extraordinario.
¿Pero qué pasa, pregunta un editor haciendo aspavientos por la radiante mesa de conferencias de la asamblea de veteranos, con esos que no tienen trabajos tan duros y a los que el sistema actual proporciona dos décadas de pensiones, y puede que tres? "¿Y eso qué tiene de malo?" pregunta Trumka de forma airada. "¡El resto del mundo lo hace!" Sí, y ¿qué tal le van las cosas a Grecia?
Al salir del Post, Trumka informaba a la nueva comisión de disciplina fiscal que la mejor forma de solucionar el estado de las cuentas de la seguridad social es subir o eliminar el límite de las retenciones sujetas al código de la seguridad social.
Vuelve a sonar simple, y subir el tope máximo tiene sentido -- por sí solo. ¿Pero qué pasa cuando se suma a los demás impuestos a los que más ganan? La Oficina Presupuestaria del Congreso estimaba que elevar el máximo para cubrir el 90% de los ingresos subiría los impuestos a las rentas más altas un 6% en el caso de los nacidos en la década de los años 60 y un 15% en el caso de los nacidos a principios de siglo. Sume a eso los impuestos sobre la renta y tendrá una importante cantidad, aunque ese cambio sólo cubriría la tercera parte del descubierto.
Por último, pregunte a Trumka si las generosas pensiones y prestaciones sanitarias prometidas a los funcionarios públicos siguen siendo asequibles -- ¿alguna vez lo fueron? -- al estado -- a la luz de los castigados presupuestos estatales. ¿Deben pedirse sacrificios a los funcionarios? Trumka estalla de indignación: "¿Fueron ellos los que provocaron esta crisis? ¿Son ellos los que perdieron el 20% de la riqueza de este país?"
No, pero ¿no es difícil defender unas generosas prestaciones destinadas a funcionarios cuando el resto de los salarios están congelados y el paro es tan elevado? No para Trumka. "¿Por qué es tan difícil de defender cuando el año pasado un ejecutivo de un fondo de inversiones ganaba 4.400 millones de dólares?", preguntaba.
Los tipos de los fondos ganaban sumas escandalosas. Los sindicalistas -- ni siquiera los que representan a los funcionarios -- no. La frustración de Trumka es razonable. Su gesto reflejo de subir los impuestos a los ricos de forma unilateral ante cualquier circunstancia no lo es. Es el colofón miope al desgastado mantra de los ideólogos de la otra parte de este viejo, y aparentemente estancado, debate.
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