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Clemente Ferrer (Madrid)

Cultura de la vida

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“Una sociedad abortista se hace inhóspita. Con el tiempo, reinará la tiranía y la arbitrariedad en todos los ambientes. Es como una enfermedad infecciosa que se contagia”, afirmó la profesora de la Universidad de Navarra, Jutta Burggraf.

En cada aborto existen dos atormentados; el chiquillo y la mamá por lo que, los que incitan a este asesinato desde diversas áreas de la instrucción, de la información o de la administración, todos son dañados porque, quién ejecuta una vileza, padece un quebranto mayor que aquél que la padece; se devasta por dentro y se menosprecia. En el mundo se ejecutan millones de abortos y esta realidad nos lleva a una humanidad con millones de atormentados; con mortales cuchilladas en lo más recóndito de su ser.

Una importante poetisa, que ha desfilado por la experiencia del aborto, matando a su propio hijo saltarín dentro de sus entrañas, afirmó: “Veo a mi niño en los sueños. Después de este acto sólo hay dos posibilidades; o te embruteces y sigues matando, o te conviertes y luchas por la vida”.

En el aborto forzado asoma el síndrome post aborto. El psiquiatra estadounidense Wilke suele concretar: “Es más fácil sacar al niño del útero de su madre, que de su pensamiento”.

Desde el mismo instante de la fecundación, otra persona humana está en el útero de la madre. Prevalece un nuevo ser humano en el universo, que ha sido concebido para la inmortalidad.

El aborto es una verdadera esclavitud que origina mucha amargura tanto física, psíquica, anímica como espiritual. La Deidad continuamente admite nuestra contrición y nos empuja a mudar de vida. Su indulgencia produce una honda conversión en nosotros; nos rescata de la ofuscación interior y cura las llagas.

Urge implantar una nueva “cultura de la vida”, garantizar un nuevo estilo de vida, dando un argumento seductor de la hermosura de la fe. El Papa Benedicto XVI afirmó que: “Haber permitido el aborto no sólo no ha resuelto los problemas que afligen a muchas mujeres o núcleos familiares, sino que ha abierto una ulterior herida en la sociedad, ya gravada de profundos sufrimientos”.

Cultura de la vida

Clemente Ferrer (Madrid)
Redacción
lunes, 21 de junio de 2010, 04:16 h (CET)
“Una sociedad abortista se hace inhóspita. Con el tiempo, reinará la tiranía y la arbitrariedad en todos los ambientes. Es como una enfermedad infecciosa que se contagia”, afirmó la profesora de la Universidad de Navarra, Jutta Burggraf.

En cada aborto existen dos atormentados; el chiquillo y la mamá por lo que, los que incitan a este asesinato desde diversas áreas de la instrucción, de la información o de la administración, todos son dañados porque, quién ejecuta una vileza, padece un quebranto mayor que aquél que la padece; se devasta por dentro y se menosprecia. En el mundo se ejecutan millones de abortos y esta realidad nos lleva a una humanidad con millones de atormentados; con mortales cuchilladas en lo más recóndito de su ser.

Una importante poetisa, que ha desfilado por la experiencia del aborto, matando a su propio hijo saltarín dentro de sus entrañas, afirmó: “Veo a mi niño en los sueños. Después de este acto sólo hay dos posibilidades; o te embruteces y sigues matando, o te conviertes y luchas por la vida”.

En el aborto forzado asoma el síndrome post aborto. El psiquiatra estadounidense Wilke suele concretar: “Es más fácil sacar al niño del útero de su madre, que de su pensamiento”.

Desde el mismo instante de la fecundación, otra persona humana está en el útero de la madre. Prevalece un nuevo ser humano en el universo, que ha sido concebido para la inmortalidad.

El aborto es una verdadera esclavitud que origina mucha amargura tanto física, psíquica, anímica como espiritual. La Deidad continuamente admite nuestra contrición y nos empuja a mudar de vida. Su indulgencia produce una honda conversión en nosotros; nos rescata de la ofuscación interior y cura las llagas.

Urge implantar una nueva “cultura de la vida”, garantizar un nuevo estilo de vida, dando un argumento seductor de la hermosura de la fe. El Papa Benedicto XVI afirmó que: “Haber permitido el aborto no sólo no ha resuelto los problemas que afligen a muchas mujeres o núcleos familiares, sino que ha abierto una ulterior herida en la sociedad, ya gravada de profundos sufrimientos”.

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