WASHINGTON - Llamando al Dr. Jalilzad.
Quiero decir, Zalmay Jalilzad, ex embajador estadounidense en Afganistán y hoy consultor errante de todo lo referente a Afganistán y Oriente Medio. ¿Podríamos volver a sacarle partido?
Jalilzad no es médico de verdad, pero en la medida en que tiene aparentes poderes de sanación, es un médico de la diplomacia. Vino a la cabeza inevitablemente los últimos días, cuando el Presidente afgano Hamid Karzai parece tener una mecha encendida saliendo de la parte superior de su vistoso gorro persa.
Karzai acusó primero a Occidente y Naciones Unidas de orquestar el fraude electoral del que se acusa a sus propios seguidores. A continuación se jactaba de que si los ocupantes extranjeros no empiezan a mostrar un poco más de respeto, bueno, él mismo puede unirse a los Talibanes.
Una tiende a pensar inicialmente que, como todos los berrinches, este pasará a medida que se impongan los cambios de humor u otras distracciones. La paciencia paternal es realmente necesaria, pero la picardía puede surtir mejor efecto. El tipo de picardía que quizá sólo otro caballero afgano puede sentar a la cena de un hombre asediado, agotado y obviamente estresado.
Cualesquiera que sean sus defectos, Karzai tiene motivos para su despecho. Últimamente se ha convertido en el objetivo de los ataques de todo el mundo, desde Barack Obama, que salió trinando hasta en campaña, a los europarlamentarios. Sume a esas tensiones la presión externa de los Talibanes e Irán, y tiene la fórmula para derrumbarse.
Es hora de negociar para Karzai, y con quién negocie puede depender bien de cómo le trate la administración Obama.
El consenso de Kabul dice que Obama puede tratar con firmeza a Karzai en privado, pero con respeto en público. No ha sido así siempre.
Karzai todavía está escaldado, me cuentan, de la cena formal celebrada en 2008 durante la que el entonces Senador Joe Biden se quitó la servilleta de mala forma, sacó su silla y abandonó la estancia. Las relaciones con la Administración Obama empezaron con mal pie cuando Karzai supo indirectamente a través de un rival político quién iba a ser el nuevo embajador estadounidense, el lugar de a través de la secretaría de estado o del embajador titular, los cauces habituales. La sensación de hostilidad del enviado especial Richard Holbrooke ha sido un roce constante.
La corrupción objetivo de Obama, Holbrooke y los demás no se cuestiona. El fraude electoral no se puede tolerar. Pero los problemas de Karzai son sistémicos más que personales. Que Karzai merezca nuestro respeto es secundario con respecto a si le necesitamos para ser eficaz como presidente de su país. ¿No sería más inteligente, dadas las circunstancias, apoyar a Karzai en lugar de hacerle sentir impotente?
El reciente encuentro con Obama, a puerta cerrada y sin cámaras, podría haber sido de ayuda como gesto de cooperación. Pero las informaciones salidas de Afganistán a través de mis propias fuentes dicen que Karzai se sintió amonestado. Todos conocemos la sensación.
Entra en escena Jalilzad, embajador de 2003 a 2005, una edad de oro relativa en las relaciones Estados Unidos-Karzai. Lo que fue diferente entonces es que Jalilzad mantuvo a los malos a raya y ayudó a Karzai permanecer centrado. Jalilzad me dijo que Karzai y él cenaban juntos seis noches a la semana durante su mandato diplomático.
Lamentablemente, Jalilzad hizo un trabajo demasiado bueno y fue destinado a Irak en 2005 con órdenes de encontrar otro Karzai. Las posteriores videoconferencias semanales de George W. Bush no fueron al parecer sustituto de la magia de Jalilzad.
Parece evidente que el apoyo psicológico-emocional que protegía a Karzai de sus propios demonios - y de las diversas espadas llameantes que intentaba mantener en el aire - fue retirado en detrimento de su liderazgo y de nuestra misión.
Nuestro pensamiento oficial parece ahora consistir en saltarse a Karzai y administrar la contrainsurgencia a pie de calle. Los expertos discrepan en que esto sea factible, pero desde luego se formará un consenso en torno a la mejor opción de gestión de la cooperación con un gobierno titular legítimo.
Mientras tanto, nuestras propias expectativas soportan ajustes. Afganistán no se convertirá en una democracia próspera a corto plazo, pero, como observa Jeff Gedmin, presidente de Radio Free Europe, puede convertirse en una nación con un poco de respeto por los derechos humanos y el estado de derecho. La reconstrucción y, en algunos casos, la creación de instituciones está en marcha. Se han hecho enormes progresos en un período de tiempo relativamente corto considerando cómo era la vida bajo los Talibanes.
Nuestra misión sigue siendo impedir que Afganistán pueda convertirse en un refugio de terroristas, una meta factible si nuestro ejército logra anular, si no es posible derrotar, a los Talibanes. Karzai puede ser de ayuda en ese propósito, pero, como todos nosotros, podría pedir consejo.
¿No debería la Casa Blanca llamar a Jalilzad?