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Eduardo Cassano

Cómplices de nuestro futuro

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Ayer fue condenada a dos años de cárcel la mujer que agredió a la profesora de su hija en Barcelona. No es la primera sentencia al respecto, ni por desgracia será la última. Esto me ha llevado a hacer una reflexión sobre la situación de una generación de jóvenes que está absolutamente perdida, de la que todos somos cómplices.

Si retrocedemos en el tiempo y comparamos nuestra infancia con la de los niños de hoy, observaremos que los de una generación y otra poco tienen que ver. Ya no juegan a las canicas en el parque, ahora se divierten pintando trenes o pegando al profesor, algo que años atrás era impensable. Pero claro, cuando los niños hoy ven que sus padres son los primeros que insultan y le agreden, ¿qué harán sino ellos, armados con teléfonos móviles con videocámara para colgar después las agresiones en Internet?

La sociedad, lejos de mejorar, empeora a pasos agigantados. Vivimos en un mundo donde el estrés y la prisa hasta por subir las escaleras del metro o caminar por la calle se apodera de nosotros. Los padres ya no educan a sus hijos con los valores humanos básicos; bastante hacen con poder sacarlos adelante como pueden. En muchos casos, la figura de los abuelos es la que ejerce de padre, pues hoy en día es difícil mantener la estabilidad económica familiar con un único sueldo.

Por si esto fuera poco, el aumento sistemático de divorcios, cuyo máximo índice llega puntualmente cada año en septiembre -irónicamente después de pasar las vacaciones en familia-, hace que los niños crezcan con mayor inseguridad, falta de motivación y todo ello se traduce en un fracaso escolar que, año tras año, aumenta de forma alarmante.

Si además tenemos en cuenta que muchos niños crecen rodeados de un maltrato físico o psicológico, todos esos conceptos y el estrés que comienzan a sentir desde tan pequeños, se traduce finalmente en la generación de jóvenes que está delinquiendo, cada vez con menor edad y mayor gravedad, hasta el punto de que una niña pueda asesinar a otra por cualquier tontería sin mayor trascendencia.

Todos somos cómplices de ello; desde la falta de educación y disciplina en casa, hasta el modelo de sociedad superficial que vende la televisión, que lejos de ser un entretenimiento, se ha convertido en un objeto de frustración para muchas niñas que crecen con la idea de que la imagen es mucho más importante que el conocimiento.

Ante este panorama, uno no puede evitar preguntarse: ¿Por qué hay tanta gente preocupada ante la amenaza del cambio climático, pues si conseguimos solucionarlo, qué clase de sociedad nos espera entonces?

Cómplices de nuestro futuro

Eduardo Cassano
Eduardo Cassano
jueves, 8 de abril de 2010, 06:58 h (CET)
Ayer fue condenada a dos años de cárcel la mujer que agredió a la profesora de su hija en Barcelona. No es la primera sentencia al respecto, ni por desgracia será la última. Esto me ha llevado a hacer una reflexión sobre la situación de una generación de jóvenes que está absolutamente perdida, de la que todos somos cómplices.

Si retrocedemos en el tiempo y comparamos nuestra infancia con la de los niños de hoy, observaremos que los de una generación y otra poco tienen que ver. Ya no juegan a las canicas en el parque, ahora se divierten pintando trenes o pegando al profesor, algo que años atrás era impensable. Pero claro, cuando los niños hoy ven que sus padres son los primeros que insultan y le agreden, ¿qué harán sino ellos, armados con teléfonos móviles con videocámara para colgar después las agresiones en Internet?

La sociedad, lejos de mejorar, empeora a pasos agigantados. Vivimos en un mundo donde el estrés y la prisa hasta por subir las escaleras del metro o caminar por la calle se apodera de nosotros. Los padres ya no educan a sus hijos con los valores humanos básicos; bastante hacen con poder sacarlos adelante como pueden. En muchos casos, la figura de los abuelos es la que ejerce de padre, pues hoy en día es difícil mantener la estabilidad económica familiar con un único sueldo.

Por si esto fuera poco, el aumento sistemático de divorcios, cuyo máximo índice llega puntualmente cada año en septiembre -irónicamente después de pasar las vacaciones en familia-, hace que los niños crezcan con mayor inseguridad, falta de motivación y todo ello se traduce en un fracaso escolar que, año tras año, aumenta de forma alarmante.

Si además tenemos en cuenta que muchos niños crecen rodeados de un maltrato físico o psicológico, todos esos conceptos y el estrés que comienzan a sentir desde tan pequeños, se traduce finalmente en la generación de jóvenes que está delinquiendo, cada vez con menor edad y mayor gravedad, hasta el punto de que una niña pueda asesinar a otra por cualquier tontería sin mayor trascendencia.

Todos somos cómplices de ello; desde la falta de educación y disciplina en casa, hasta el modelo de sociedad superficial que vende la televisión, que lejos de ser un entretenimiento, se ha convertido en un objeto de frustración para muchas niñas que crecen con la idea de que la imagen es mucho más importante que el conocimiento.

Ante este panorama, uno no puede evitar preguntarse: ¿Por qué hay tanta gente preocupada ante la amenaza del cambio climático, pues si conseguimos solucionarlo, qué clase de sociedad nos espera entonces?

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