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Reflexiones de un ignorante sobre economía y globalización

Dicen que hemos salido de la crisis pero muchos se han hundido en ella
Francisco Rodríguez
martes, 15 de noviembre de 2016, 00:28 h (CET)
He escuchado en la radio que en China una fábrica de móviles de una famosa marca ha despedido a 50.000 trabajadores en razón a que las tareas que realizaban serán efectuadas por robots.

He recordado haber leído sobre los disturbios que se produjeron en el Reino Unido por parte de los tejedores que perdieron su empleo por la introducción de máquinas de vapor. Naturalmente las nuevas máquinas funcionaron satisfactoriamente para los dueños de las fábricas. Pasados unos años el gobierno anunció que el paro había disminuido, pero sin duda un determinado número de tejedores no llegarían a encontrar un nuevo empleo y sufrirían las consecuencias, sin que ello importara demasiado a la economía.

En nuestra época globalizada se produce la deslocalización de empresas que se trasladan a otros países cuyos salarios y derechos laborales son mucho más bajos. Las empresas consiguen una mayor competitividad en los mercados pero los trabajadores que perdieron su empleo cobrarían las correspondientes indemnizaciones y subsidios pero, posiblemente, empeoró su situación social al no encontrar nuevos trabajos equivalentes.

Nos han contado que la globalización esté beneficiando a los países pobres cuyas economías han crecido notablemente. Lo que no sabemos es si el crecimiento económico de estos países ha beneficiado a los trabajadores de forma correlativa o si solo ha beneficiado a sus empresas, si los trabajadores han conseguido aumentar sus derechos laborales o siguen con jornadas de trabajo agotadoras y sin organizaciones sindicales que los defiendan.

Invito a mis amigos a leer las etiquetas que llevan las prendas que compramos y vean que están fabricadas en China o en cualquier otro país asiático, aunque luego se vendan en nuestros comercios. Podemos preguntarnos la razón de que tales prendas no se fabriquen en cualquier lugar de España, que tiene dos millones de personas en paro. Seguramente los sueldos que habrían de pagar a los españoles no permitirían ofrecer tales productos a precios competitivos.

¿Tendrá este desbarajuste algún arreglo? Los economistas me aburren con sus altisonantes palabras y sus series de porcentajes de todo lo habido o por haber, pero no me ofrecen soluciones que beneficien a nuestros trabajadores y a los trabajadores de los países pobres, solo contabilizan como éxito el aumento de ganancia de las empresas. ¡Oh, los mercados y sus misterios!

Pienso que esta situación es el caldo de cultivo de los populismos que proponen utopías disparatadas o soluciones imposibles. Ni el liberalismo económico ni el socialismo y mucho menos el comunismo han conseguido resolver los problemas que plantean las crisis que se repiten una vez y otra y que siempre sufren los mismos.

El invento del estado de bienestar, en el que un Estado paternalista dice que nos cuida desde la cuna a la tumba, ha funcionado aceptablemente en las épocas prósperas pero ha entrado en crisis por la caída de la natalidad y el envejecimiento imparable. Pero de esto se habla poco o nada y un gobierno auto-satisfecho nos repite a todas horas que hemos conseguido salir de la crisis y que en unos pocos años llegaremos al pleno empleo. Pero quizás crecerá más deprisa el número de jubilados que el de empleados. Ya veremos si el pacto de Toledo es capaz de alguna idea luminosa.

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