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Sergio Brosa

El nuevo socialismo

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Caducadas las doctrinas económicas pujantes socialismo y comunismo, una nueva doctrina ha venido a llenar tan sonoro vacío: el ambientalismo ¿Ecologismo?

En España tenemos la evidencia de ello con la conversión del partido comunista en Izquierda Unida; el partido verde por excelencia según él: eco-socialista.

Desde que en los años 70 y primeros de los 80 los países del Tercer Mundo tomaron el control del aparato de la ONU, por la fuerza de su número, decidieron sacarle provecho.

Como expone en un impagable artículo con ese título Charles Krauthammer, antiguo residente jefe de psiquiatría del Hospital General de Massachusetts y posteriormente galardonado columnista y comentarista político, con un Pulitzer entre otros, la OPEP propició la mayor corriente en la historia de transferencia de riqueza de los países ricos a los pobres. ¿Por qué no ellos? Así, en sus grandilocuentes discursos en la ONU empiezan siempre hablando del Nuevo Orden Económico Internacional. La idea básica del NOEI es simple: transferir fantásticas porciones de la riqueza de Occidente al Tercer Mundo. ¿Con qué motivo? En nombre de la equidad; la redistribución de la riqueza vía socialismo global. Con una dosis añadida de reparación postcolonial.

La idea de gravar con impuestos a los trabajadores de las democracias para llenar las tesorerías de las cleptocracias del Tercer Mundo, no fue a ninguna parte, gracias fundamentalmente a Ronald Reagan y Margaret Thatcher (y la crisis de los primeros 80s). Apostaron por la empresa, dice Krauthammer.

Pero nunca murió aquel sueño. El saqueo a las tesorerías occidentales sigue de nuevo, pero ahora con una nueva ideología racional de moda en esta época para que encaje. Con el socialismo muerto, el gigantesco atraco se plantea ahora como un servicio sagrado a la más moderna religión: el ecologismo ¿Fundamentalismo medioambiental?

Uno de los objetivos principales de la cumbre del clima de Copenhague es otro hurto del NOEI: la transferencia de cientos de millones del Occidente industrial al Tercer Mundo para salvar el planeta; por ejemplo, estableciendo industrias verdes en los tristes trópicos. Políticamente es una idea genial, dice Krauthammer, reclutando de una vez toda la zona erógena de los izquierdistas: culpa de los ricos; culpabilidad postcolonial; culpabilidad medioambiental. Pero la idea de estafar a las democracias industriales en nombre del medioambiente prospera no sólo en los refinados recintos internacionalistas de Copenhague. Prospera a escala nacional también, afirma Krauthammer.

Es lo que estamos viendo en las crónicas de la cumbre: prácticamente sólo se habla de las compensaciones de los países ricos, culpables del calentamiento global –tremendo fraude– a los pobres que no tienen culpa del cambio climático; naturalmente, porque es de origen natural y no antropogénico. Y a penas se llega a acuerdo alguno para disminuir las emisiones de CO2.

El mismo lunes de la inauguración de la cumbre en Copenhagen, la americana Agencia de Protección del Medioambiente (EPA en sus siglas en inglés) reclamó para si la jurisdicción en EEUU para la ordenación de las emisiones de CO2 declarándolas un peligro para la salud humana. Al no haber aún una regulación legal en EEUU sobre este asunto, la EPA se anticipa a la normativa legal para tener la sartén por el mango.

Puesto que hay una economía basada abrumadoramente en el carbón, la EPA regulará prácticamente todo. Ninguna institución que emita más de 250 toneladas de CO2 al año quedará fuera del control de la EPA. Lo que significa más de un millón de complejos inmobiliarios, hospitales, fábricas, colegios, negocios y empresas similares. La EPA propone regular únicamente emisiones por encima de 25.000 toneladas, pero carece de autoridad para ello. No desde la creación de la agencia tributaria americana, el IRS (Internal Revenue Service) que tiene más poder para inmiscuirse en todos los aspectos de la vida económica. La EPA dice que en EEUU hay 13.661 instalaciones de este tamaño y estima que anualmente se construyen 128 más por término medio y otras 273 de las existentes que experimentan modificaciones, precisarían permisos nuevos.

La mayoría de los senadores, por su parte, están en contra de que la EPA se haya adelantado a regular el asunto y prefieren que haya legislación aprobada por el propio Senado.

La desnuda afirmación del enorme poder ejecutivo en nombre del medioambiente es el perfecto cumplimiento de la predicción del presidente checo (y economista) Vaclav Klaus: el ecologismo deviene el nuevo socialismo. Por ejemplo, el ideal totémico en nombre de cuyo gobierno se toman “los puestos de mando” de la economía y la sociedad. Ya lo dijo Lenin en noviembre de 1922 en el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista en Petrogrado, cuando los comunistas militantes lo estaban acusando de buscar compromisos con el capitalismo y por vender la revolución: se mantendría el control de los puestos de mando, afirmó.

Habiendo fallado el socialismo tan aparatosamente, la izquierda fue a la deriva hasta darse de bruces con un brillante gambito: la metamorfosis del rojo al verde.

Las élites culturales fueron directamente del culto en memoria del socialismo al altar del medioambiente. El objetivo es el mismo: un poder altamente centralizado dado a los mejores y más brillantes de la nueva clase de expertos, gestores y tecnócratas. En esta ocasión, sin embargo, la justificación que se invoca no es la abolición de la opresión y la desigualdad sino salvar el planeta.

No todo el mundo está conforme con el Nuevo Orden Internacional del Carbón-libre. Cuando la administración Obama mostró en un gesto hacia Copenhagen, un compromiso de EEUU de un mayor recorte de emisiones de carbón, el senador demócrata –como Obama– Jim Weeb advirtió al presidente de la falta de autoridad para hacerlo él unilateralmente; pues requiere la asistencia del Congreso mediante una ley o un convenio.

Con el Senado bloqueando la legislación “cap-and-trade” del carbón (“tapar-y-negociar” es esa herramienta medioambiental por la que quien contamine más de lo asignado pueda comprar el excedente a otro que contamina por debajo de su nivel establecido –Ver “Invertir en humo” en esta sección el 11-V-2009) la EPA da un golpe de estado como respuesta rimbombante al senador Weeb: “The hell we can’t” [Jugando con el “Yes we can” de Obama: “El infierno no podemos”] Con estas “peligrosas conclusiones” de la EPA, como ésta califica ciertos estudios de conclusiones adversas a la salud sobre emisiones de gases invernadero, puede hacerse lo que se quiera con el carbón. O bien el Senado aprueba el “cap-and-trade” o la EPA impondrá medidas más draconianas: todos taponan, nadie negocia.

En el caso de EEUU, Charles Krauthammer se lamenta de que la EPA quiera imponer su voluntad en un asunto que según su parecer, es materia del Congreso y el Senado. Sugiere que se quite del ámbito de la EPA el CO2 y se deje exclusivamente en manos de los representantes de la voluntad popular.

De cualquier forma, la nueva ideología, si bien no consigue sus objetivos en disminución de emisiones de gases de efecto invernadero ni transferencias al Tercer Mundo como se ha visto con el protocolo de Kioto, sigue en la brecha porque Robin Hood, el Robín de los Bosques está vivo en su mente. Y si no han de conseguirse acuerdos de reducción de emisiones ni siquiera para aliviar la polución de los centros urbanos, al menos le rascarán el bolsillo a Occidente. Aunque habrá que ver la realidad de las transferencias económicas en lo que se traducen en un futuro inmediato y en el largo plazo.

El nuevo socialismo

Sergio Brosa
Sergio Brosa
martes, 15 de diciembre de 2009, 03:12 h (CET)
Caducadas las doctrinas económicas pujantes socialismo y comunismo, una nueva doctrina ha venido a llenar tan sonoro vacío: el ambientalismo ¿Ecologismo?

En España tenemos la evidencia de ello con la conversión del partido comunista en Izquierda Unida; el partido verde por excelencia según él: eco-socialista.

Desde que en los años 70 y primeros de los 80 los países del Tercer Mundo tomaron el control del aparato de la ONU, por la fuerza de su número, decidieron sacarle provecho.

Como expone en un impagable artículo con ese título Charles Krauthammer, antiguo residente jefe de psiquiatría del Hospital General de Massachusetts y posteriormente galardonado columnista y comentarista político, con un Pulitzer entre otros, la OPEP propició la mayor corriente en la historia de transferencia de riqueza de los países ricos a los pobres. ¿Por qué no ellos? Así, en sus grandilocuentes discursos en la ONU empiezan siempre hablando del Nuevo Orden Económico Internacional. La idea básica del NOEI es simple: transferir fantásticas porciones de la riqueza de Occidente al Tercer Mundo. ¿Con qué motivo? En nombre de la equidad; la redistribución de la riqueza vía socialismo global. Con una dosis añadida de reparación postcolonial.

La idea de gravar con impuestos a los trabajadores de las democracias para llenar las tesorerías de las cleptocracias del Tercer Mundo, no fue a ninguna parte, gracias fundamentalmente a Ronald Reagan y Margaret Thatcher (y la crisis de los primeros 80s). Apostaron por la empresa, dice Krauthammer.

Pero nunca murió aquel sueño. El saqueo a las tesorerías occidentales sigue de nuevo, pero ahora con una nueva ideología racional de moda en esta época para que encaje. Con el socialismo muerto, el gigantesco atraco se plantea ahora como un servicio sagrado a la más moderna religión: el ecologismo ¿Fundamentalismo medioambiental?

Uno de los objetivos principales de la cumbre del clima de Copenhague es otro hurto del NOEI: la transferencia de cientos de millones del Occidente industrial al Tercer Mundo para salvar el planeta; por ejemplo, estableciendo industrias verdes en los tristes trópicos. Políticamente es una idea genial, dice Krauthammer, reclutando de una vez toda la zona erógena de los izquierdistas: culpa de los ricos; culpabilidad postcolonial; culpabilidad medioambiental. Pero la idea de estafar a las democracias industriales en nombre del medioambiente prospera no sólo en los refinados recintos internacionalistas de Copenhague. Prospera a escala nacional también, afirma Krauthammer.

Es lo que estamos viendo en las crónicas de la cumbre: prácticamente sólo se habla de las compensaciones de los países ricos, culpables del calentamiento global –tremendo fraude– a los pobres que no tienen culpa del cambio climático; naturalmente, porque es de origen natural y no antropogénico. Y a penas se llega a acuerdo alguno para disminuir las emisiones de CO2.

El mismo lunes de la inauguración de la cumbre en Copenhagen, la americana Agencia de Protección del Medioambiente (EPA en sus siglas en inglés) reclamó para si la jurisdicción en EEUU para la ordenación de las emisiones de CO2 declarándolas un peligro para la salud humana. Al no haber aún una regulación legal en EEUU sobre este asunto, la EPA se anticipa a la normativa legal para tener la sartén por el mango.

Puesto que hay una economía basada abrumadoramente en el carbón, la EPA regulará prácticamente todo. Ninguna institución que emita más de 250 toneladas de CO2 al año quedará fuera del control de la EPA. Lo que significa más de un millón de complejos inmobiliarios, hospitales, fábricas, colegios, negocios y empresas similares. La EPA propone regular únicamente emisiones por encima de 25.000 toneladas, pero carece de autoridad para ello. No desde la creación de la agencia tributaria americana, el IRS (Internal Revenue Service) que tiene más poder para inmiscuirse en todos los aspectos de la vida económica. La EPA dice que en EEUU hay 13.661 instalaciones de este tamaño y estima que anualmente se construyen 128 más por término medio y otras 273 de las existentes que experimentan modificaciones, precisarían permisos nuevos.

La mayoría de los senadores, por su parte, están en contra de que la EPA se haya adelantado a regular el asunto y prefieren que haya legislación aprobada por el propio Senado.

La desnuda afirmación del enorme poder ejecutivo en nombre del medioambiente es el perfecto cumplimiento de la predicción del presidente checo (y economista) Vaclav Klaus: el ecologismo deviene el nuevo socialismo. Por ejemplo, el ideal totémico en nombre de cuyo gobierno se toman “los puestos de mando” de la economía y la sociedad. Ya lo dijo Lenin en noviembre de 1922 en el Cuarto Congreso de la Internacional Comunista en Petrogrado, cuando los comunistas militantes lo estaban acusando de buscar compromisos con el capitalismo y por vender la revolución: se mantendría el control de los puestos de mando, afirmó.

Habiendo fallado el socialismo tan aparatosamente, la izquierda fue a la deriva hasta darse de bruces con un brillante gambito: la metamorfosis del rojo al verde.

Las élites culturales fueron directamente del culto en memoria del socialismo al altar del medioambiente. El objetivo es el mismo: un poder altamente centralizado dado a los mejores y más brillantes de la nueva clase de expertos, gestores y tecnócratas. En esta ocasión, sin embargo, la justificación que se invoca no es la abolición de la opresión y la desigualdad sino salvar el planeta.

No todo el mundo está conforme con el Nuevo Orden Internacional del Carbón-libre. Cuando la administración Obama mostró en un gesto hacia Copenhagen, un compromiso de EEUU de un mayor recorte de emisiones de carbón, el senador demócrata –como Obama– Jim Weeb advirtió al presidente de la falta de autoridad para hacerlo él unilateralmente; pues requiere la asistencia del Congreso mediante una ley o un convenio.

Con el Senado bloqueando la legislación “cap-and-trade” del carbón (“tapar-y-negociar” es esa herramienta medioambiental por la que quien contamine más de lo asignado pueda comprar el excedente a otro que contamina por debajo de su nivel establecido –Ver “Invertir en humo” en esta sección el 11-V-2009) la EPA da un golpe de estado como respuesta rimbombante al senador Weeb: “The hell we can’t” [Jugando con el “Yes we can” de Obama: “El infierno no podemos”] Con estas “peligrosas conclusiones” de la EPA, como ésta califica ciertos estudios de conclusiones adversas a la salud sobre emisiones de gases invernadero, puede hacerse lo que se quiera con el carbón. O bien el Senado aprueba el “cap-and-trade” o la EPA impondrá medidas más draconianas: todos taponan, nadie negocia.

En el caso de EEUU, Charles Krauthammer se lamenta de que la EPA quiera imponer su voluntad en un asunto que según su parecer, es materia del Congreso y el Senado. Sugiere que se quite del ámbito de la EPA el CO2 y se deje exclusivamente en manos de los representantes de la voluntad popular.

De cualquier forma, la nueva ideología, si bien no consigue sus objetivos en disminución de emisiones de gases de efecto invernadero ni transferencias al Tercer Mundo como se ha visto con el protocolo de Kioto, sigue en la brecha porque Robin Hood, el Robín de los Bosques está vivo en su mente. Y si no han de conseguirse acuerdos de reducción de emisiones ni siquiera para aliviar la polución de los centros urbanos, al menos le rascarán el bolsillo a Occidente. Aunque habrá que ver la realidad de las transferencias económicas en lo que se traducen en un futuro inmediato y en el largo plazo.

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