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A vueltas con España y el Estatut

Mario López
Mario López
miércoles, 9 de diciembre de 2009, 01:07 h (CET)
Hasta principios del siglo XIX los reinos de España se regían bajo un régimen polisinodial. Los historiadores no se han puesto de acuerdo, ni se pondrán nunca, sobre la propiedad de los diferentes territorios que lo integraban: si pertenecían a la Nación o a la Corona.

Pero, dado el carácter absolutista del monarca, al estar tan íntimamente ligado el Estado con la Corona, pues lo mismo da que nos da lo mismo. El caso es que como tal Nación, en el sentido que hoy le damos al término, hay que decir que el Imperio distaba mucho de serlo. Aquello funcionaba por medio de Consejos y su mecanismo consistía en elevar una consulta al monarca y este resolvía según su parecer. Existían tres tipos de Consejos: los de ámbito competencial en todo el territorio de España, con indiferencia del Reino (Castilla, Aragón y Navarra): el Consejo de Estado, el Consejo de Guerra y el Consejo de la Inquisición. Un segundo tipo de Consejos con funciones de gobierno en determinados territorios; el Consejo Real de Castilla, Consejo de Aragón, Consejo de Navarra, Consejos de Cámara de Castilla e Indias, Consejo de Indias, Consejo de Italia, Consejo de Flandes y Consejo de Portugal. Y finalmente, existían las Juntas, creadas para asuntos específicos y de duración determinada. Como se ve aquello era un batiburrillo que en nada se parece a un país. Tuvo que cruzar el francés el río Bidasoa para que, en la mayor orgía de sangre y bestialismo que se ha dado en la península ibérica (y no se han dado pocas) los españoles empezaran a esbozar un concepto de Nación ligado al territorio y al Estado de Derecho; de ahí lo de la letra con la sangre entra. Se puede decir, por tanto, que España quiere empezar a ser un país con la Constitución de 1912, Carta Magna que el indeseable Deseado se encargó de enterrar en Valencia dos años después, a su vuelta del secuestro dorado al que le sometió el bueno de Napoleón Bonaparte. Así que poco duró el amor a la patria. Hubo un segundo intento, con la I República, que duró apenas un año con el movimiento cantonal abortado en un santiamén por el general Martínez Campos, cumpliendo con precisión las órdenes del presidente Nicolás Salmerón. Luego tuvimos una regente extranjera muy constitucionalista, María Cristina. La mujer casi consigue hacer del laberinto hispánico un país, pero entre la Guerra de Cuba, la Iglesia católica y los caciques, cercenaron su buena voluntad. El hijo de María Cristina, Alfonso, le salió putero (como su padre, así que nada digo de él pues el que a su padre se parece honra merece), brabucón y pesetero. Nos hundió en la sangría del Rif y remató la jugada pasándose la Constitución por sus reales posaderas al aceptar el golpe militar de Primo de Rivera. Golpe, que por lo demás, le salvaba de enfrentarle al expediente Picasso el cual, sin duda, le condenaría por crimen de lesa majestad contra el pueblo español. En definitiva, que hoy estamos esperando el dictamen del Constitucional para que dé por bueno el Estatut. Ojala así sea y podamos, por fin, vivir en un país llamado España.

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