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El tiempo de otoño de Isabel Villalta

El otoño de Isabel Villalta nos habla de emociones con fecha, con sensaciones climatológicas
Nieves Fernández
sábado, 17 de septiembre de 2016, 11:45 h (CET)
Más de un otoño ha pasado desde que la poeta de Membrilla, Isabel Villalta, me ofreciera su libro dedicado al tiempo transicional de la buenas temperaturas hacia los húmedos y dorados fríos, sus versos reposaban también en mi propio tiempo como un letargo personal que era necesario superar.

Su libro de poemas A través del otoño, publicado en Madrid por Ediciones Vitruvio, lo he disfrutado en todo tiempo, no me importó prolongar su lectura, y hacerlo de forma lánguida y sosegada, la obra lo merece, porque la autora juega con las estaciones y crea una preciosa alegoría entre la edad humana, la edad de la pareja y las partes del año con toda su climatología de fondo, con todos los matices que presta la vendimia y la nostalgia. La metáfora está ahí tras cada verso, tras cada idea de un melancólico recuerdo, y si es cierto que lo más representativo del tiempo otoñal aparece en algunos poemas, la poeta membrillata afincada en Manzanares, no evita otras fechas de primavera, invierno y verano para experimentar contrastes de los días.

La vida nos deja corretear y sentir el amor, la ternura, la pasión, el deber, la obligación, pero también nos deja sentir y sufrir la ausencia, la enfermedad, la soledad, la vejez, la ayuda en un momento determinado. Y así lo expresa Isabel en las cinco partes que forma el poemario.

El otoño de Isabel Villalta nos habla de emociones con fecha, con sensaciones climatológicas, porque no es posible dividir o separar lo que sentimos de cuándo lo sentimos; es como si el otoño, por decir cualquier tiempo o edad, que al invierno o al fin de la vida de una persona se aproxima, se hiciera decorado de nuestro propio fin, de las metas a las que a través del otoño llegamos.

Isabel no sólo se queda en ese tiempo, se pasea con su pareja amorosamente, familiarmente, incluso sensualmente en todos los meses del año, porque en ellos la pareja se ha ido dejando la vida. Cierto que los meses de septiembre, octubre y noviembre tienen más carga vital para la autora, pero ahí están los demás calendarios para demostrar que se ha vivido lo suficiente, si es que se vive suficiente o intensamente en algún momento, y a nadie le aterra llegar a la meta que muchos temen traspasar con miedo o tristeza en la estación más triste por siempre, como puede ser un otoño o llegada al final del caos del invierno que se presiente. “Nuestros hijos ahora / vienen todos los días. / Qué ternura… / Y te dan las pastillas / que en el vaho de paz y terror olvidaste.” Pero no hay sólo tristeza.

Su lectura me ha recordado versos otoñales de Ángel González (El otoño se acerca con muy poco ruido), de Manuel Machado (triste / como una tarde del otoño viejo), o de Benedetti (Aprovechemos el otoño / antes de que el invierno nos escombre / entremos a codazos en la franja del sol.) Porque ella dice: “Qué cándido y qué duro, / qué poema el otoño, / un poema poético y prosaico. / Cae aguanieve…”.

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