"Otra cara del terror" la denomina el periodista Nicholas D. Kristof, a la violencia de género que se practica en el Pakistán. La Dra. Shazia Khalid fue violada por un oficial del ejército pakistaní. Kristof encabeza su relato de los hechos con estas palabras: "Se supone que el presidente de Pakistán Pervez Musharraf es nuestro valioso aliado en la guerra contra el terrorismo. Pero el terror adquiere muchas formas, no todas ellas en el aspecto de aviones secuestrados o de bombas en el metro".
La crónica describe los hechos terribles que tuvo que soportar la víctima. Pero una cosa que pone en evidencia el machismo extremista que impera en el país asiático es que según las leyes de Paquistán, a una mujer que denuncia haber sido violada se la puede encarcelar por adulterio o fornicación, ya que admite haber tenido relaciones sexuales fuera del matrimonio, si no es que pueda presentar cuatro testigos masculinos que acrediten la violación. Podríamos seguir con el comportamiento inhumano de las autoridades paquistaníes, la reacción de la familia, excepto el marido que siempre ha estado a su lado, que la consideran "kari", una mancha en el honor familiar que la hace merecedora de pena de muerte…
En nuestro escenario social, influenciado por el cristianismo, estamos a mil años luz de lo que pasa en el plató islámico. Esta diferencia positiva no nos permite echar las campanas al vuelo porque entre nosotros se dan muchos claroscuros por lo que hace a la igualdad de los derechos del hombre y la mujer. Los colectivos feministas se quejan de las desigualdades salariales a favor de los hombres por el mismo trabajo que realizan las mujeres. Denuncian la escasa presencia femenina en los lugares de dirección empresarial y política. Cuando se menciona que el gobierno central, autonómico o municipal está formado por un cincuenta por ciento de hombres y mujeres, es un síntoma de que la cosa no funciona bien y que la paridad que se da sólo sirve para silenciar el descontento femenino. No se debe olvidar que el voto de la mujer pesa. No se ha alcanzado la plena normalidad por lo que hace al problema de género.
En el campo sexual la dificultad es más grave. Las noticias a menudo nos sorprenden con un nuevo caso de agresión contra la mujer, frecuentemente con el desenlace fatal de la muerte de la víctima. En este sentido todavía queda mucho que hacer . No es suficiente con la creación de los nuevos juzgados especializados en este tipo de delito, sobrecargados de trabajo y carentes de recursos humanos y económicos. No es suficiente la oferta de protección policial que a la hora de la verdad no se puede proporcionar por falta de agentes. No basta con ordenar a los maridos o compañeros agresores que no se acerquen a sus esposas o compañeras, porque no se cumple la prohibición y, la infracción, con demasiada frecuencia termina con la muerte violenta de la mujer que se ha atrevido a solicitar ayuda a quienes se han comprometido a facilitársela.
No son suficientes las medidas judiciales, policiales y sociales para proteger a la mujer de su agresor masculino. Es imprescindible un cambio en la mentalidad varonil. El hombre debe cambiar en el sentido de que la mujer no es un objeto al servicio de sus caprichos y que puede utilizarla a su antojo. El hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios, cierto, pero con unas diferencias biológicas que les hacen jugar papeles distintos en el campo social, cosa que no le quita a la mujer su igualdad con el hombre ante Dios. Por lo tanto, su integridad ha de respetarse en todos sus aspectos: físico, mental, espiritual, laboral, social, familiar…
El apóstol Pedro comparte con nosotros unas palabras muy adecuadas para todas las épocas y, en especial, la nuestra: "Vosotros, maridos, igualmente vivid con ellas (las esposas) sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como coherederas de la gracia de la vida" (I Pedro,3:7). Si se tuviese en cuenta este consejo apostólico, ciertamente que los periódicos tendrían menos páginas y los telediarios serían más breves.
Veamos el origen de las diversas formas de maltratos que sufren las mujeres. Pienso que un buen punto de partida lo tenemos en la historia de una mujer sorprendida cometiendo adulterio y que fue arrastrada ante Jesús para que dictase sentencia (Juan,8:1-11). Aquellos moralistas, expertos en espiar por los agujeros de las cerraduras para ver qué es lo que sucedía en el interior de las alcobas, no se esperaban que saldrían corriendo con el rabo entre las piernas de delante del Señor. "Maestro, le dicen, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la Ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?" Esperaban que les diría: "apedreadla". Pero no fue esta la respuesta. Todo lo contrario, una de muy distinta que les hizo huir cabizbajos avergonzados: "El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella". Se fueron corriendo sin decir ni pío.
"El que de vosotros esté sin pecado". Pero, ¿qué dices, Jesús? ¿Qué no sabes que estás hablando a los maestros de la Ley y a los fariseos que son los guardianes de la ortodoxia de la fe y de la moral pública? ¡Claro que lo sé! ¡Fíjate lo cabizbajos que se alejan! Ninguno de ellos tuvo el valor de arrojar la primera piedra. "El que de vosotros sea sin pecado" tocó a sus conciencias, tal vez sin convencerles, inmovilizando a aquellos "puritanos" del siglo I. Esta misma denuncia puede hacer rectificar a los "santos varones" de la actualidad. Prestar atención a "el que de vosotros esté sin pecado" puede acabar con el endémico terrorismo de género que produce un goteo constante de víctimas muy superior al que se realiza diariamente en Irak.
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