La ciudad de Barcelona, en favor de una transformación fantasiosa de sí misma, siempre bajo el paraguas efectista de la ‘sostenibilidad ambiental’, como socorrida coartada ejemplificada en su más que evidente y disruptiva conversión urbanística, se le adivina en su resultado final el poco o nulo interés por conectar con las necesidades vitales de una gran mayoría y en aquellos planeamientos al servicio de las personas. Ciertamente, la complejidad obliga a un re-equilibrio constante de la ecología social, pero siempre bajo la premisa lógica de una metrópoli que pueda ser asistida y vivida en igualdad de oportunidades para todos.
La paradoja de una población envejecida o instalada en la precariedad económica y otras, en la incipiente fatalidad, frente a la postal partidista de pedanías de ensueño donde la resiliencia de muchos ya se revela asocial con los maceteros, bicicletas, patinetes, superislas o juegos cromáticos horizontales, acabará forzando una nueva gentrificación clasista y productiva a cambio de un voto que evoluciona bifronte con el verde pastel como disfraz de un falso ideario humanista, o lo que es lo mismo, de una nueva clase bienestante de filosofía ‘pseudoprogresista’ que decidió afincarse en la villa y que gravita cómodamente sobre la axfisia alcista de cada “panot” que los poderes económicos, tanto el urbanismo inmobiliario como la obra privada, flexando límites, mueva o mute para retroalimentar la ávida demanda de unos pocos y del encantorio turístico sin retorno. Un cerco a favor de la insidiosa ‘financiarización de la vivienda’ que tanto hostiga a aquellos que se encuentran en situación evidente de exclusión residencial.
Vericuetos que relata como historia de vida - y de infausta proporción con la novela negra ‘marsellesa’ - por la que fuera en su momento concejal de urbanismo y regidora del distrito de ‘ciutat vella’ del ayuntamiento de Barcelona (2007 - 2010) su Señoría, Itziar González, y que a pesar del tiempo transcurrido, les sugiero no ignoren.
Ahora bien, la sociología más elemental y los pocos urbanistas que aún existen, con cierta deontología, nos indican que nunca quedan espacios desprovistos. La respuesta no se hará esperar y las soluciones de vida llegarán más pronto que tarde por medio de alternativas con mayor coste social, y lo que es peor, moral.
A pesar de que el codiciado jubileo parroquial hiciera que la realidad pareciera otra cosa, si nada ni nadie lo remedia Barcelona pasará a ser <con la necesaria connivencia política> un gran desahucio seguido de una aciaga guetificación. No es distopía literaria La pregunta es en qué momento Barcelona se convirtió en la ciudad de la sincronía perfectiva entre el sueño lisérgico de unos y el de un excelente negociado para otros. Circunstancia propicia para que finalmente sea ésta y no otra la que acabe por dirigir la agenda municipal, relegando los asuntos comunitarios esenciales a la simple gestión de las apariencias, donde el único objetivo es proyectar a los ‘administrados’ un efecto similar al del <fenómeno phi> , propio de la psicología y que en este caso actúa como un trampantojo más de la política fingida de nuestros días.
Mientras Barcelona continúe dispuesta a la procrastinación interesada como respuesta recurrente a las dificultades de su ciudadanía, existirá una población cada vez mayor que reniegue de ella.
La política sigue mostrándose utópica y grávida de carencias morales para ayudar a dignificar la convivencia e incapaz de tejer nuevas solidaridades. Todos perdemos.
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