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Relato breve

Suicidio

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¡Pero no, gordo!... ¿¡Cómo te voy a mentir!?... dice la mujer. Pero te digo que no. Bebe de una copita chata y de vidrio violáceo que contiene licor de menta. Gordo, pero... Huele el licor. ¿¡Cómo no voy a saber!?... No te pongas pesado, gordo. Bebe. Gordito, oíme, decíme algo lindo, mirá que me enojo. Huele. Mirá, gordo, que no. Que terminamos. ¿Sí?... ¿Te creés que sos el único?... Bebe, corta la comunicación telefónica, apoya la copita en un estante donde se apilan discos y vasijas, conecta el contestador automático. Resuelve no estar para el gordo. Sobresaliendo de debajo del contestador, tienta a la mujer una carta fechada hace seis años, sábado como hoy. También garuaba.


“Con quién estarás comiendo pizza ahora, que yo estoy solo y no sé qué hacer con las manos, me pica todo. Y vos por ahí, loqueando entre los morrones, dejándote arrastrar por las aceitunas y la Teem. Dejala a Lavalle, qué tanta trasnoche. Vení a rascarme. Vení a ocupar el lugar de mi colchón, y yo también, no importa en qué orden. Qué no es posible entre nosotros. También podemos comer la pizza acá, sobre la alfombra. Ocupate de mí, traéte, recordame en mis mejores momentos. No vive ni muere por vos...”


Con carta y copita, una en cada mano, va hasta la cocina. Bebe un resto de licor y deposita la copita en la pileta. Enciende un mechero con el Magiclic y tras juguetear (amenazar) a que quema-no quema la carta, la quema. Tararea y se aplica colorete mirándose en el espejo del botiquín. Orina con parsimonia antes de salir del baño, llevándose el colorete. Busca determinada cartera blanca y grande en el placard del dormitorio. La encuentra y deja el colorete dentro de ella. Extrae una foto y recorre la imagen con el pulgar.


Un “concheta”. Un “rocador”. Me erizo. Me erizaba. No hay nada que hacerle. Es así... ¡Marrano! ¡Un buen animal!... ¡Qué lo tiró!... ¡Si hasta estaba como feliz!... Da vuelta la foto. Lee: “Cuarenta y dos” Cuarenta y dos... ¿qué? Con magnífica sonrisa: ¡Ah! ...: veces. Repara en un libro sobre la cómoda, debajo de agendas en desuso. Lee la dedicatoria.


“Esto para que me perdones. No sé qué me pasó. Ando mal. Quiero que me dejes quererte. Cuando sirvo para algo, sólo sirvo para eso. Tengo ganas de llamarte con diminutivos. Si me dejás, lo haría. Nada menos que yo. Sos la primavera.”


Busca entre las hojas del libro. Encuentra una flor seca. Exclama: ¡Todo el folklore! ¡Todo el pintoresquismo! Huele la flor. Pero es... es..., yo me lo creo. Mientras mete la flor entre las hojas del libro, vuelve a exclamar, ahora con entonación campera: ¡Adeeeentro!... Con la cartera, la foto y el libro llega al living. Se sienta sobre un almohadón. Saca de la cartera una foto con un moño insertado en una punta. La rompe por la mitad. Guarda en la cartera la mitad con el moño. Mira la otra mitad. Deja la media foto en el suelo. Busca en la cartera. Saca varias fotografías. Mira la que está encima.


¡Instantáneo cuando bailaba!... Humedece su labio inferior. Mi primer negro. Con “voz de negro”: ¡Hermosuuuura!... Musita a la fotografía: ¿Dejamos de bailar, acaso?... ¿Alguna vez?... La deja al lado de la primera foto. Mira la que está encima de las que tiene en la mano. El espectacular estúpido. Y todo así. Deja esa foto encima de la anterior. Pone la fotografía de más abajo de las que tiene en la mano, encima de todas. No es divertido dice. Otro mastodonte. Fija su atención en el teléfono. Ya no. Vuelve a la foto. Una semana. Una pingüe semana. Mira la foto que está debajo. Mira la siguiente. Mira la siguiente. Mira la siguiente. ¡Uy, los pibes!... Los pibes y los viejos. Mira la foto que está debajo. Mira la siguiente. Saca un cigarrillo rubio de un atado que extrae de la cartera. Y saca un encendedor. Prende fuego a algunas fotografías que tiene en la mano y a las que están en el suelo, en la pila. Ahora... yo decide. Va al baño, se lava las manos y regresa con una piedra pómez. Se sienta sobre el almohadón. El cigarrillo entre los labios, y aun entre los dientes, sin encender. Desabotona su blusa. Desprende su corpiño y lo desacomoda. Se toma un seno. Seno tatuado: corazón con una flecha atravesada y un par de iniciales. Besa el tatuaje. Comienza a frotar la piedra pómez sobre el tatuaje. Ahora... yo. Luego, deja la piedra pómez en el suelo. Toma la media fotografía. La mira. Toma el encendedor. Le prende fuego. Deja eso. Toma la piedra pómez. Frota sobre el tatuaje. Ahora... yo. Deja la piedra pómez en el suelo. Toma el colorete. Aplica colorete sobre el tatuaje. Deja el colorete en el suelo. Toma la piedra pómez. Ahora... yo. Frota sobre el tatuaje. Mira la piedra pómez. Frota sobre el tatuaje.


11   Rolando Revagliatti (Márkaris) en enero 2024

Suicidio

Relato breve
Rolando Revagliatti
martes, 27 de febrero de 2024, 09:04 h (CET)

¡Pero no, gordo!... ¿¡Cómo te voy a mentir!?... dice la mujer. Pero te digo que no. Bebe de una copita chata y de vidrio violáceo que contiene licor de menta. Gordo, pero... Huele el licor. ¿¡Cómo no voy a saber!?... No te pongas pesado, gordo. Bebe. Gordito, oíme, decíme algo lindo, mirá que me enojo. Huele. Mirá, gordo, que no. Que terminamos. ¿Sí?... ¿Te creés que sos el único?... Bebe, corta la comunicación telefónica, apoya la copita en un estante donde se apilan discos y vasijas, conecta el contestador automático. Resuelve no estar para el gordo. Sobresaliendo de debajo del contestador, tienta a la mujer una carta fechada hace seis años, sábado como hoy. También garuaba.


“Con quién estarás comiendo pizza ahora, que yo estoy solo y no sé qué hacer con las manos, me pica todo. Y vos por ahí, loqueando entre los morrones, dejándote arrastrar por las aceitunas y la Teem. Dejala a Lavalle, qué tanta trasnoche. Vení a rascarme. Vení a ocupar el lugar de mi colchón, y yo también, no importa en qué orden. Qué no es posible entre nosotros. También podemos comer la pizza acá, sobre la alfombra. Ocupate de mí, traéte, recordame en mis mejores momentos. No vive ni muere por vos...”


Con carta y copita, una en cada mano, va hasta la cocina. Bebe un resto de licor y deposita la copita en la pileta. Enciende un mechero con el Magiclic y tras juguetear (amenazar) a que quema-no quema la carta, la quema. Tararea y se aplica colorete mirándose en el espejo del botiquín. Orina con parsimonia antes de salir del baño, llevándose el colorete. Busca determinada cartera blanca y grande en el placard del dormitorio. La encuentra y deja el colorete dentro de ella. Extrae una foto y recorre la imagen con el pulgar.


Un “concheta”. Un “rocador”. Me erizo. Me erizaba. No hay nada que hacerle. Es así... ¡Marrano! ¡Un buen animal!... ¡Qué lo tiró!... ¡Si hasta estaba como feliz!... Da vuelta la foto. Lee: “Cuarenta y dos” Cuarenta y dos... ¿qué? Con magnífica sonrisa: ¡Ah! ...: veces. Repara en un libro sobre la cómoda, debajo de agendas en desuso. Lee la dedicatoria.


“Esto para que me perdones. No sé qué me pasó. Ando mal. Quiero que me dejes quererte. Cuando sirvo para algo, sólo sirvo para eso. Tengo ganas de llamarte con diminutivos. Si me dejás, lo haría. Nada menos que yo. Sos la primavera.”


Busca entre las hojas del libro. Encuentra una flor seca. Exclama: ¡Todo el folklore! ¡Todo el pintoresquismo! Huele la flor. Pero es... es..., yo me lo creo. Mientras mete la flor entre las hojas del libro, vuelve a exclamar, ahora con entonación campera: ¡Adeeeentro!... Con la cartera, la foto y el libro llega al living. Se sienta sobre un almohadón. Saca de la cartera una foto con un moño insertado en una punta. La rompe por la mitad. Guarda en la cartera la mitad con el moño. Mira la otra mitad. Deja la media foto en el suelo. Busca en la cartera. Saca varias fotografías. Mira la que está encima.


¡Instantáneo cuando bailaba!... Humedece su labio inferior. Mi primer negro. Con “voz de negro”: ¡Hermosuuuura!... Musita a la fotografía: ¿Dejamos de bailar, acaso?... ¿Alguna vez?... La deja al lado de la primera foto. Mira la que está encima de las que tiene en la mano. El espectacular estúpido. Y todo así. Deja esa foto encima de la anterior. Pone la fotografía de más abajo de las que tiene en la mano, encima de todas. No es divertido dice. Otro mastodonte. Fija su atención en el teléfono. Ya no. Vuelve a la foto. Una semana. Una pingüe semana. Mira la foto que está debajo. Mira la siguiente. Mira la siguiente. Mira la siguiente. ¡Uy, los pibes!... Los pibes y los viejos. Mira la foto que está debajo. Mira la siguiente. Saca un cigarrillo rubio de un atado que extrae de la cartera. Y saca un encendedor. Prende fuego a algunas fotografías que tiene en la mano y a las que están en el suelo, en la pila. Ahora... yo decide. Va al baño, se lava las manos y regresa con una piedra pómez. Se sienta sobre el almohadón. El cigarrillo entre los labios, y aun entre los dientes, sin encender. Desabotona su blusa. Desprende su corpiño y lo desacomoda. Se toma un seno. Seno tatuado: corazón con una flecha atravesada y un par de iniciales. Besa el tatuaje. Comienza a frotar la piedra pómez sobre el tatuaje. Ahora... yo. Luego, deja la piedra pómez en el suelo. Toma la media fotografía. La mira. Toma el encendedor. Le prende fuego. Deja eso. Toma la piedra pómez. Frota sobre el tatuaje. Ahora... yo. Deja la piedra pómez en el suelo. Toma el colorete. Aplica colorete sobre el tatuaje. Deja el colorete en el suelo. Toma la piedra pómez. Ahora... yo. Frota sobre el tatuaje. Mira la piedra pómez. Frota sobre el tatuaje.


11   Rolando Revagliatti (Márkaris) en enero 2024

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