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Relato breve

Festín

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I

Sólo un experto podría diferenciar si aquella escena trata de una pareja devorándose a besos o dos seres engulléndose aparejadamente.


Parece que es lo mismo, pero no lo es.


La diferencia radica en el punto donde se originan las facciones, las contorsiones que más parecen convulsiones nacidas de muy adentro, de esa región que es una especie de zona profunda de los agujeros negros.


Media luz en un callejón solitario es el marco perfecto para el encuentro.


Festín de caricias, saliva y lava.


II

El tiempo transcurre, nada interrumpe el toma y daca que amenaza con escalar a dimensiones azufrosas.


Algo sucede con el ciclo cuando se abren esa especie de portales que congelan ciertas escenas.

Las horas se retuercen cual roscas de un tornillo sin fin.


Quizá la ausencia de sonidos pueda ser síntoma de una anomalía, situación que únicamente puede ser identificada una vez que se transita.


III

La Plazuela de los Sapos es, sin duda, uno de los puntos más bellos de la ciudad de Puebla; es esa demarcación reducida, pero rica de arquitectura e historia que está en la calle 6 sur entre la 5 y 7 oriente del Centro histórico, patrimonio de la humanidad.


Tiendas de antigüedades, bares y restaurantes son el condimento para atraer a los turistas, quienes regresan inevitablemente a la caza de algo a manera de recuerdo de su paso por ahí.


Si pudiera hablar lo que queda del piso de cantera de esa zona, seguramente contaría mil historias, porque por ahí han transitado personas de muchas nacionalidades, carrozas tiradas por caballos o los pocos practicantes de descalcismo de la ciudad.


IV

Habitualmente, el gran bazar al aire libre en Los Sapos –como se le conoce coloquialmente–, está colmado de visitantes en fin de semana; ese domingo no es la excepción, menos cuando el calor del día es propicio para salir a caminar y turistear sin abandonar la ciudad.


Unos toman la cada vez más común selfie del recuerdo, otros tratan de llegar al precio justo de lo que están a punto de comprar.


Pareciera como si el mayor bien de la gran mayoría de transeúntes fuera evadirse de su cotidianidad.


Bullicio es lo que impera en el lugar, porque las voces que hablan lo que es imposible aislar, se mezclan con la música de los negocios establecidos, las notas extraídas de los discos de vinilo ofertados como reliquias y el cada vez más infaltable audio: “¡Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendaaaaaannnnn!”.


V

A punto de ser envuelta en una mugrosa manta para ser guardada y esperar turno al fin de semana siguiente, nadie cae en cuenta que ese día se cumple un año desde que esa pintura se oferta a la intemperie en Los Sapos.


Trescientos sesenta y cinco días sin que nadie pregunte por su precio, ni se detenga a apreciar su arte.


El “agujero negro” vuelve a ocupar su lugar en la caja de cartón de aquel vendedor de antigüedades. 


En la superficie del lienzo continúa el festín de caricias, saliva y lava.

Festín

Relato breve
Abel Pérez Rojas
lunes, 26 de febrero de 2024, 10:05 h (CET)

I

Sólo un experto podría diferenciar si aquella escena trata de una pareja devorándose a besos o dos seres engulléndose aparejadamente.


Parece que es lo mismo, pero no lo es.


La diferencia radica en el punto donde se originan las facciones, las contorsiones que más parecen convulsiones nacidas de muy adentro, de esa región que es una especie de zona profunda de los agujeros negros.


Media luz en un callejón solitario es el marco perfecto para el encuentro.


Festín de caricias, saliva y lava.


II

El tiempo transcurre, nada interrumpe el toma y daca que amenaza con escalar a dimensiones azufrosas.


Algo sucede con el ciclo cuando se abren esa especie de portales que congelan ciertas escenas.

Las horas se retuercen cual roscas de un tornillo sin fin.


Quizá la ausencia de sonidos pueda ser síntoma de una anomalía, situación que únicamente puede ser identificada una vez que se transita.


III

La Plazuela de los Sapos es, sin duda, uno de los puntos más bellos de la ciudad de Puebla; es esa demarcación reducida, pero rica de arquitectura e historia que está en la calle 6 sur entre la 5 y 7 oriente del Centro histórico, patrimonio de la humanidad.


Tiendas de antigüedades, bares y restaurantes son el condimento para atraer a los turistas, quienes regresan inevitablemente a la caza de algo a manera de recuerdo de su paso por ahí.


Si pudiera hablar lo que queda del piso de cantera de esa zona, seguramente contaría mil historias, porque por ahí han transitado personas de muchas nacionalidades, carrozas tiradas por caballos o los pocos practicantes de descalcismo de la ciudad.


IV

Habitualmente, el gran bazar al aire libre en Los Sapos –como se le conoce coloquialmente–, está colmado de visitantes en fin de semana; ese domingo no es la excepción, menos cuando el calor del día es propicio para salir a caminar y turistear sin abandonar la ciudad.


Unos toman la cada vez más común selfie del recuerdo, otros tratan de llegar al precio justo de lo que están a punto de comprar.


Pareciera como si el mayor bien de la gran mayoría de transeúntes fuera evadirse de su cotidianidad.


Bullicio es lo que impera en el lugar, porque las voces que hablan lo que es imposible aislar, se mezclan con la música de los negocios establecidos, las notas extraídas de los discos de vinilo ofertados como reliquias y el cada vez más infaltable audio: “¡Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendaaaaaannnnn!”.


V

A punto de ser envuelta en una mugrosa manta para ser guardada y esperar turno al fin de semana siguiente, nadie cae en cuenta que ese día se cumple un año desde que esa pintura se oferta a la intemperie en Los Sapos.


Trescientos sesenta y cinco días sin que nadie pregunte por su precio, ni se detenga a apreciar su arte.


El “agujero negro” vuelve a ocupar su lugar en la caja de cartón de aquel vendedor de antigüedades. 


En la superficie del lienzo continúa el festín de caricias, saliva y lava.

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