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Al vizcaíno García,
que lleva por nombre Koldo,
lo cubrirán con un toldo
para obviar su fechoría.
Ese toldo abarcaría,
a un Ábalos mudo y sordo,
que le hizo el “caldo gordo”
a su servil asistente
y un porvenir imponente
por la vía del “transbordo”.
También es bueno saber,
que el señor Koldo García,
pasó por la sacristía
de quien detenta el poder:
Y Sánchez lo hizo ascender,
a pesar de su semblante,
rústico y desafiante
nombrándolo con jactancia
el rey de su militancia
por ser de ella un gigante.
Y fue cajero ambulante
confidente y conductor,
de la Renfe, ¡qué dolor!
un consejero importante.
Cuando se vio en el pescante,
cerca de Simón e Illa,
encontró en la mascarilla
la ocasión más oportuna
de hacer una gran fortuna
para él y su chiquilla.
Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.
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