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Los límites de la democratización de la sociedad deben fijarse en los tribunales

Presunción de culpabilidad: la tiranía de las lenguas

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La esencia de la democracia, y a la vez su mayor peligro, es el propósito de dar voz y voto a todos los miembros de la sociedad. Todas las voces deben ser escuchadas y respetadas, pero no todas las voces tienen el mismo crédito. La formación, la experiencia y la veteranía marcan la diferencia, distinguen una tasación de la valoración a ojo de buen cubero, la vacilación de la certeza y la opinión del juicio razonado. No somos expertos en todo, no podemos saber de todo y no deberíamos, por tanto, opinar de todo. Sin embargo, hablar es gratis y a menos que nuestras declaraciones queden registradas de alguna forma y puedan utilizarse en nuestra contra, podemos hacer un daño irreparable sin recibir castigo. La manipulación mediática al servicio de intereses de los poderosos puede cambiar la opinión pública con información sesgada e incompleta, o mediante mentiras.

Debemos ser prudentes y pensar hasta qué punto estamos capacitados para opinar sobre cualquier asunto, cuanto más, si se trata de casos judiciales en investigación de los que solo se filtran retazos de lo sucedido y cada uno lo utiliza para fundamentar su punto de vista. La eterna batalla de algunos por la libertad de expresión sin límites no tiene sentido en un grupo de millones personas reguladas por un contrato social. La defensa de la violencia, la acusación sin pruebas, la apología del odio, la destrucción de la presunción de inocencia y el engrose de las desigualdades sociales de cualquier tipo son, entre otros, las fronteras que no deberían cruzarse si queremos mantener la convivencia pacífica. “In dubio pro reo” y “Habeas corpus”, dos fórmulas clásicas que evitan de un modo sencillo la criminalización y la retención ilimitada de una persona, otorgándole el derecho a un juicio justo ante un tribunal imparcial.

Es preocupante escuchar por la calle opiniones que descubren los mismos y rancios prejuicios contra los débiles, apoyados en el racismo, en el clasismo, en el machismo, en la homofobia, en la xenofobia y en la intolerancia religiosa. Cuando queremos creer no necesitamos pruebas y ese el principal tóxico de la “masa”, como decía Ortega y Gasset. No es tan difícil percibir la presunción de culpabilidad que muchos defienden, pero siempre hacia el pobre, hacia el extranjero, hacia desfavorecido. España es el país de los bares y esto se refleja en cualquier rincón, encuentras grupos de personas despotricando sin saber exactamente de lo que hablan, reforzándose unos a otros: conversaciones banales de taberna. “Ser independiente de la opinión pública es la primera condición formal para lograr algo grande” (F. Hegel).

El fallecido escritor italiano Umberto Eco decía el pasado 2015 que “las redes sociales dan voz a legiones de idiotas”. Una afirmación rotunda y controvertida, sin duda, que descubre una idea innegable: la falta de filtro en las declaraciones de los usuarios que hacen daño gratuito a otros, por placer. Igual que el alcohol no te obliga a hacer o decir cosas que no querías, sino que favorece la predisposición que tenía esa persona a hacerlo; las conversaciones en grupo (en vivo o en plataformas virtuales) desnudan el verdadero punto de vista de un individuo cuando descubre que otros comparten su perspectiva, aunque perjudique a terceros. Es más, muchos lo utilizan para ganar popularidad y reforzar su autoestima al sentirse integrado en el grupo al compartir los mismos principios. Lo más esperpéntico e irónico de todo es la exigencia de respeto de unos, mientras acusan sin pruebas a otros. “¡Justicia, juez!, pero por la acera de enfrente”, dice el refranero. La gente que usa su lengua viperina como metralla a discreción en asuntos que no le afectan, no reparan en que podría ocurrirle a ellos, deseando entonces que se traten sus problemas con discreción, y a poder ser bajo secreto de sumario, para que no afecte a su imagen pública.

El cansancio ante la impunidad de violadores, asesinos y ladrones, no justifica en ningún caso que la víctima sea la responsable de lo que le ha pasado, no guarda relación. Hagamos una llamada a la prudencia, al respeto y a la justicia. Los juicios mediáticos y populares suponen el riesgo de contaminar la percepción de lo sucedido, aunque se disponga de todos los datos; aumentando la irritación y la violencia. Los prejuicios y las emociones negativas, como la venganza, actúan de filtros que deforman la realidad, argumentando razones donde nos las hay. No deberíamos tener distintas opiniones del mismo caso porque haya diferentes acusados, eso es realmente injusto. “Cuando hayas de sentenciar procura olvidar a los litigantes y acuérdate sólo de la causa” Epícteto de Frigia.

Presunción de culpabilidad: la tiranía de las lenguas

Los límites de la democratización de la sociedad deben fijarse en los tribunales
Jesús Portillo Fernández
jueves, 21 de julio de 2016, 08:01 h (CET)
La esencia de la democracia, y a la vez su mayor peligro, es el propósito de dar voz y voto a todos los miembros de la sociedad. Todas las voces deben ser escuchadas y respetadas, pero no todas las voces tienen el mismo crédito. La formación, la experiencia y la veteranía marcan la diferencia, distinguen una tasación de la valoración a ojo de buen cubero, la vacilación de la certeza y la opinión del juicio razonado. No somos expertos en todo, no podemos saber de todo y no deberíamos, por tanto, opinar de todo. Sin embargo, hablar es gratis y a menos que nuestras declaraciones queden registradas de alguna forma y puedan utilizarse en nuestra contra, podemos hacer un daño irreparable sin recibir castigo. La manipulación mediática al servicio de intereses de los poderosos puede cambiar la opinión pública con información sesgada e incompleta, o mediante mentiras.

Debemos ser prudentes y pensar hasta qué punto estamos capacitados para opinar sobre cualquier asunto, cuanto más, si se trata de casos judiciales en investigación de los que solo se filtran retazos de lo sucedido y cada uno lo utiliza para fundamentar su punto de vista. La eterna batalla de algunos por la libertad de expresión sin límites no tiene sentido en un grupo de millones personas reguladas por un contrato social. La defensa de la violencia, la acusación sin pruebas, la apología del odio, la destrucción de la presunción de inocencia y el engrose de las desigualdades sociales de cualquier tipo son, entre otros, las fronteras que no deberían cruzarse si queremos mantener la convivencia pacífica. “In dubio pro reo” y “Habeas corpus”, dos fórmulas clásicas que evitan de un modo sencillo la criminalización y la retención ilimitada de una persona, otorgándole el derecho a un juicio justo ante un tribunal imparcial.

Es preocupante escuchar por la calle opiniones que descubren los mismos y rancios prejuicios contra los débiles, apoyados en el racismo, en el clasismo, en el machismo, en la homofobia, en la xenofobia y en la intolerancia religiosa. Cuando queremos creer no necesitamos pruebas y ese el principal tóxico de la “masa”, como decía Ortega y Gasset. No es tan difícil percibir la presunción de culpabilidad que muchos defienden, pero siempre hacia el pobre, hacia el extranjero, hacia desfavorecido. España es el país de los bares y esto se refleja en cualquier rincón, encuentras grupos de personas despotricando sin saber exactamente de lo que hablan, reforzándose unos a otros: conversaciones banales de taberna. “Ser independiente de la opinión pública es la primera condición formal para lograr algo grande” (F. Hegel).

El fallecido escritor italiano Umberto Eco decía el pasado 2015 que “las redes sociales dan voz a legiones de idiotas”. Una afirmación rotunda y controvertida, sin duda, que descubre una idea innegable: la falta de filtro en las declaraciones de los usuarios que hacen daño gratuito a otros, por placer. Igual que el alcohol no te obliga a hacer o decir cosas que no querías, sino que favorece la predisposición que tenía esa persona a hacerlo; las conversaciones en grupo (en vivo o en plataformas virtuales) desnudan el verdadero punto de vista de un individuo cuando descubre que otros comparten su perspectiva, aunque perjudique a terceros. Es más, muchos lo utilizan para ganar popularidad y reforzar su autoestima al sentirse integrado en el grupo al compartir los mismos principios. Lo más esperpéntico e irónico de todo es la exigencia de respeto de unos, mientras acusan sin pruebas a otros. “¡Justicia, juez!, pero por la acera de enfrente”, dice el refranero. La gente que usa su lengua viperina como metralla a discreción en asuntos que no le afectan, no reparan en que podría ocurrirle a ellos, deseando entonces que se traten sus problemas con discreción, y a poder ser bajo secreto de sumario, para que no afecte a su imagen pública.

El cansancio ante la impunidad de violadores, asesinos y ladrones, no justifica en ningún caso que la víctima sea la responsable de lo que le ha pasado, no guarda relación. Hagamos una llamada a la prudencia, al respeto y a la justicia. Los juicios mediáticos y populares suponen el riesgo de contaminar la percepción de lo sucedido, aunque se disponga de todos los datos; aumentando la irritación y la violencia. Los prejuicios y las emociones negativas, como la venganza, actúan de filtros que deforman la realidad, argumentando razones donde nos las hay. No deberíamos tener distintas opiniones del mismo caso porque haya diferentes acusados, eso es realmente injusto. “Cuando hayas de sentenciar procura olvidar a los litigantes y acuérdate sólo de la causa” Epícteto de Frigia.

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