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Hay algunas ciudades en EE.UU y en Suiza que aceptan el pago de impuestos con esta criptomoneda y en un par de estados es moneda de curso legal

Bitcoin, reserva de valor y desobediencia

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Bitcoin (BTC) está en plena adolescencia - cumple este enero quince años - y ya se codea en los salones de la alta inversión tras aprobarse en EE.UU la semana pasada sus ETF. Ahora, los grandes fondos de inversión mundiales, con Blackrock a la cabeza, ya pueden ofrecerlo a instituciones y al gran público, que tendrán igual de fácil especular con BTC que con Appel o el SP 500.


Es un paso importante para esta criptodivisa en su camino hacia su 'democratización', el reconocimiento y la adopción. Desde ahora, las autoridades y el mundo financiero sacan a bitcoin de las catacumbas del cipherpunk y del clandestino ciberespacio underground y lo convierten en un valor - aún no una moneda - , con todos los elementos de oficialidad y regulación que se exigen a los demás. Cualquier jubilado, trabajador, ama de casa, o institución de EE.UU podrá invertir en bitcoin desde la ventanilla de su banco de toda la vida, si así lo quiere. En Europa no habrá por ahora ese 'derecho'; aquí las autoridades están más enfocadas en regular y estrangular el uso de las criptos - regulación MiCA- y en la implantación del euro digital y en lavarnos el cerebro con su conveniencia.

Más allá de la especulación y la volatilidad del precio que hay en bitcoin, y de los casos de uso delictivo que se le achacan - tráfico de drogas, armas y lavado de dinero-, que casi diría que conforman el imaginario colectivo sobre esta moneda, es buen momento para echarle una mirada global, desde más arriba y más allá de esa imagen sucia, peligrosa y truculenta que nos escupen los medios mainstream. Cualquiera diría, viendo algunas pantallas, que bitcoin es la única moneda que se ha utilizado para hacer ciertas cosas feas.


La inflación, una manera más de robarte


La mayor virtud que un número creciente de seres humanos señala de bitcoin es la de ser una reserva de valor ante el uso poco controlado, cuando no desquiciado, por parte de gobiernos y bancos centrales de todo el mundo con sus respectivas monedas fiat (peso, euro, dólar, etc.). La cosa es bien conocida desde la Antigüedad: gobernantes acuñando o imprimiendo dinero de más con el que financiar sus excesos en forma de gastos militares, sociales o corruptelas, empobreciendo a sus ciudadanos al quedar devaluado. Aumenta la oferta disponible de dinero en mayor medida que la demanda ( la propia economía, el PIB y la productividad), con lo que la moneda pierde valor - suben los precios- y los ciudadanos tienen menos poder adquisitivo, pese a la aparente y ficticia sensación de mayor riqueza (o mejor dicho mayor número de billetes y monedas) en poder de la gente. 


Desde el emperador romano Diocleciano, que emitía ingentes cantidades de moneda para pagar a sus soldados; hasta Trump - tirando en pandemia dinero desde el helicóptero a la gente y presionando sin freno, antes y después del Covid, siempre, a la Reserva Federal para que emita más money-; pasando por el BCE y su permanente creación de estímulos en forma de masivo nuevo dinero a través del crédito bancario, y acabando con el peronismo y el constante saqueo de la población vía impresión desaforada e inflación provocada. Todos los gobernantes nos han robado vía inflación, la única diferencia es el nivel de descaro y el volumen de lo robado. 


Tras el fin del patrón oro en sus diferentes formas - que acotaba los desmanes de los políticos al respaldar la nueva emisión de moneda con la posesión equivalente de metal precioso en los bancos centrales- llegó la era de aplicar la MMT, Teoría Monetaria Moderna, surgida a finales del siglo XIX, y que hizo popular Keynes en los años 30 del siglo pasado , por la cual básicamente los gobiernos -formalmente a través de los bancos centrales- pueden emitir dinero sin un respaldo consistente, sin límite, apoyándose en la confianza que otorga la capacidad de los estados para monopolizar la moneda -no permitir utilizar otra en sus territorios-, la recaudación de impuestos con ella y endeudarse en la medida que se estime oportuna. 


Conscientes de ello, los propios gobiernos otorgaron entonces un papel especial a los bancos centrales, a modo de teórico contrapeso. Ellos serían los que decidirían el nivel de emisión monetaria y expansión crediticia en cada momento, alejando las manos de los políticos de las imprentas de las fábricas de moneda y timbre. Hecha la ley, hecha la trampa. Como era de esperar, las largas manos de los políticos llegan a donde quieren, y al final los gobernadores y cúpulas de los bancos centrales son elegidos por los propios gobiernos. El Consejo Europeo - los 27 jefes de gobierno de la UE- designaron a Christine Lagarde como presidenta del BCE y eligen de común acuerdo a toda la cúpula directiva. Se conforma así una confluencia de iguales visiones e intereses entre los políticos y los emisores monetarios, teóricamente elegidos para sostener y vigilar con celo el valor de la moneda, y que acaban siendo títeres de las presiones, ansiedades y 'necesidades' de la política. ¿Alguien cree aún que los cuellos de botella, primero, y Putin, después, fueron los únicos responsables de la brutal inflación que vivimos en Occidente desde mediados de 2021, meses antes de la invasión de Ucrania? ¿Por qué Argentina es uno de los países del mundo donde la gente hace un mayor uso y acopio de bitcoin, una moneda asociada al crimen, y que según el consenso de los políticos, banqueros centrales y periodistas vale cero?


La primera moneda de la historia no emitida por ninguna autoridad, rey o estado


Como dijo Erich Fromm, "el hombre ha perdido su capacidad de desobedecer, ni siquiera es consciente de que obedece". Este reconocido psicólogo social y psicoanalista alertaba ya hace más de un siglo de la falta de pensamiento crítico y de la necesidad de que los seres humanos respondieran a lo que oyen y ven desde la razón y la convicción. Bitcoin es una manera de desobedecer racionalmente. Sus creadores diseñaron la primera divisa totalmente digital y descentralizada -no depende de gobiernos o bancos centrales, ni tiene dueños más allá de sus poseedores-. Es la primera moneda de la historia que no está emitida o respaldada por autoridad alguna, ni estatal ni monárquica ni privada - no verán en BTC el busto de Felipe VI o George Washington, con todo lo que ello supone y supondrá para los estados si se convirtiera algún día en un medio de pago hegemónico. Con que llegase a ser un contrapeso, una piedra en el zapato, que frenase siquiera parcialmente los impulsos suicidas de los políticos con la deuda y la inflación, ya habría merecido la pena.


Es una moneda universal, accesible y usable en todo el planeta; deflacionaria, es decir que sus nuevas emisiones se van reduciendo con el tiempo hasta llegar a un punto en el que no se pueda emitir más, lo que garantiza el valor sine die; inmutable -nadie puede modificar por sí mismo sus transacciones, funcionamiento o estructura-; pública, ya que todas los movimientos se registran y se pueden ver en la blockchain; anónima, porque no se conoce dato alguno ni se puede identificar a sus poseedores, e inconfiscable, con lo que en teoría los gobiernos no pueden quitártelo, ya sea vía impuestos o leyes extractivas.


La tribu de bitcoiners y hodlers, quienes atesoran bitcoin en sus billeteras frías o exchanges, va en aumento y cree que es una reserva de valor, el nuevo oro, algo por lo que merece la pena ahorrar hoy para disponer de mucho más mañana, un refugio contra la extracción estatal, un invento para separar de manera indefinida la creación de dinero de la política. Otros ven a bitcoin también como una moneda para pagar y cobrar desde las pequeñas hasta las grandes cosas. Para ello existe Lightning Network, una red de capa dos que facilita las pequeñas transacciones y pagos con BTC.


El futuro dirá qué será bitcoin y qué utilidades tendrá. Está algo más claro por qué surgió, qué necesidades cubre y qué valor actual le dan algunos. Es el síntoma -y antídoto quizá- de una enfermedad que nos aqueja: la ingente deuda pública de los estados, una herencia envenenada - ¿hay algo más egoísta que esto? - que les dejamos a nuestros hijos y nietos; el expolio que sufrimos por la extracción estatal de nuestros ingresos; la pérdida de valor continua del dinero que nos obligan a utilizar y, no menos importante, el acceso libre sin intermediarios (bancos) a servicios financieros y monetarios en cualquier parte del mundo, rica o pobre, que cuente con un dispositivo con acceso a internet. Si, bitcoin quizá llegue antes al tercer y cuarto mundo que cualquier banco o corporación del planeta.


Una manera de desobediencia, un grito de protesta contra estados, gobiernos y banqueros, una manera de independizarte de todos ellos, una fuente de soberanía, democracia y empoderamiento. De momento, las autoridades, instituciones y el mundo financiero lo quieren encorsetar en el territorio de los valores, como las acciones y materias primeras, aun nada de calificarlo como moneda, ya que eso podría ser el principio del fin de las divisas que controlan. Hay algunas ciudades en EE.UU y en Suiza que aceptan el pago de impuestos en bitcoin y en un par de estados es moneda de curso legal. No dejan de ser pequeñas anécdotas. Ese escenario es hoy ciencia ficción, pero el día en que administraciones y estados comiencen a aceptar de manera generalizada el pago de impuestos y cobros en bitcoin, ese día habrá cambiado casi todo ya.

Bitcoin, reserva de valor y desobediencia

Hay algunas ciudades en EE.UU y en Suiza que aceptan el pago de impuestos con esta criptomoneda y en un par de estados es moneda de curso legal
Ángel José González Herrero
viernes, 19 de enero de 2024, 09:59 h (CET)

Bitcoin (BTC) está en plena adolescencia - cumple este enero quince años - y ya se codea en los salones de la alta inversión tras aprobarse en EE.UU la semana pasada sus ETF. Ahora, los grandes fondos de inversión mundiales, con Blackrock a la cabeza, ya pueden ofrecerlo a instituciones y al gran público, que tendrán igual de fácil especular con BTC que con Appel o el SP 500.


Es un paso importante para esta criptodivisa en su camino hacia su 'democratización', el reconocimiento y la adopción. Desde ahora, las autoridades y el mundo financiero sacan a bitcoin de las catacumbas del cipherpunk y del clandestino ciberespacio underground y lo convierten en un valor - aún no una moneda - , con todos los elementos de oficialidad y regulación que se exigen a los demás. Cualquier jubilado, trabajador, ama de casa, o institución de EE.UU podrá invertir en bitcoin desde la ventanilla de su banco de toda la vida, si así lo quiere. En Europa no habrá por ahora ese 'derecho'; aquí las autoridades están más enfocadas en regular y estrangular el uso de las criptos - regulación MiCA- y en la implantación del euro digital y en lavarnos el cerebro con su conveniencia.

Más allá de la especulación y la volatilidad del precio que hay en bitcoin, y de los casos de uso delictivo que se le achacan - tráfico de drogas, armas y lavado de dinero-, que casi diría que conforman el imaginario colectivo sobre esta moneda, es buen momento para echarle una mirada global, desde más arriba y más allá de esa imagen sucia, peligrosa y truculenta que nos escupen los medios mainstream. Cualquiera diría, viendo algunas pantallas, que bitcoin es la única moneda que se ha utilizado para hacer ciertas cosas feas.


La inflación, una manera más de robarte


La mayor virtud que un número creciente de seres humanos señala de bitcoin es la de ser una reserva de valor ante el uso poco controlado, cuando no desquiciado, por parte de gobiernos y bancos centrales de todo el mundo con sus respectivas monedas fiat (peso, euro, dólar, etc.). La cosa es bien conocida desde la Antigüedad: gobernantes acuñando o imprimiendo dinero de más con el que financiar sus excesos en forma de gastos militares, sociales o corruptelas, empobreciendo a sus ciudadanos al quedar devaluado. Aumenta la oferta disponible de dinero en mayor medida que la demanda ( la propia economía, el PIB y la productividad), con lo que la moneda pierde valor - suben los precios- y los ciudadanos tienen menos poder adquisitivo, pese a la aparente y ficticia sensación de mayor riqueza (o mejor dicho mayor número de billetes y monedas) en poder de la gente. 


Desde el emperador romano Diocleciano, que emitía ingentes cantidades de moneda para pagar a sus soldados; hasta Trump - tirando en pandemia dinero desde el helicóptero a la gente y presionando sin freno, antes y después del Covid, siempre, a la Reserva Federal para que emita más money-; pasando por el BCE y su permanente creación de estímulos en forma de masivo nuevo dinero a través del crédito bancario, y acabando con el peronismo y el constante saqueo de la población vía impresión desaforada e inflación provocada. Todos los gobernantes nos han robado vía inflación, la única diferencia es el nivel de descaro y el volumen de lo robado. 


Tras el fin del patrón oro en sus diferentes formas - que acotaba los desmanes de los políticos al respaldar la nueva emisión de moneda con la posesión equivalente de metal precioso en los bancos centrales- llegó la era de aplicar la MMT, Teoría Monetaria Moderna, surgida a finales del siglo XIX, y que hizo popular Keynes en los años 30 del siglo pasado , por la cual básicamente los gobiernos -formalmente a través de los bancos centrales- pueden emitir dinero sin un respaldo consistente, sin límite, apoyándose en la confianza que otorga la capacidad de los estados para monopolizar la moneda -no permitir utilizar otra en sus territorios-, la recaudación de impuestos con ella y endeudarse en la medida que se estime oportuna. 


Conscientes de ello, los propios gobiernos otorgaron entonces un papel especial a los bancos centrales, a modo de teórico contrapeso. Ellos serían los que decidirían el nivel de emisión monetaria y expansión crediticia en cada momento, alejando las manos de los políticos de las imprentas de las fábricas de moneda y timbre. Hecha la ley, hecha la trampa. Como era de esperar, las largas manos de los políticos llegan a donde quieren, y al final los gobernadores y cúpulas de los bancos centrales son elegidos por los propios gobiernos. El Consejo Europeo - los 27 jefes de gobierno de la UE- designaron a Christine Lagarde como presidenta del BCE y eligen de común acuerdo a toda la cúpula directiva. Se conforma así una confluencia de iguales visiones e intereses entre los políticos y los emisores monetarios, teóricamente elegidos para sostener y vigilar con celo el valor de la moneda, y que acaban siendo títeres de las presiones, ansiedades y 'necesidades' de la política. ¿Alguien cree aún que los cuellos de botella, primero, y Putin, después, fueron los únicos responsables de la brutal inflación que vivimos en Occidente desde mediados de 2021, meses antes de la invasión de Ucrania? ¿Por qué Argentina es uno de los países del mundo donde la gente hace un mayor uso y acopio de bitcoin, una moneda asociada al crimen, y que según el consenso de los políticos, banqueros centrales y periodistas vale cero?


La primera moneda de la historia no emitida por ninguna autoridad, rey o estado


Como dijo Erich Fromm, "el hombre ha perdido su capacidad de desobedecer, ni siquiera es consciente de que obedece". Este reconocido psicólogo social y psicoanalista alertaba ya hace más de un siglo de la falta de pensamiento crítico y de la necesidad de que los seres humanos respondieran a lo que oyen y ven desde la razón y la convicción. Bitcoin es una manera de desobedecer racionalmente. Sus creadores diseñaron la primera divisa totalmente digital y descentralizada -no depende de gobiernos o bancos centrales, ni tiene dueños más allá de sus poseedores-. Es la primera moneda de la historia que no está emitida o respaldada por autoridad alguna, ni estatal ni monárquica ni privada - no verán en BTC el busto de Felipe VI o George Washington, con todo lo que ello supone y supondrá para los estados si se convirtiera algún día en un medio de pago hegemónico. Con que llegase a ser un contrapeso, una piedra en el zapato, que frenase siquiera parcialmente los impulsos suicidas de los políticos con la deuda y la inflación, ya habría merecido la pena.


Es una moneda universal, accesible y usable en todo el planeta; deflacionaria, es decir que sus nuevas emisiones se van reduciendo con el tiempo hasta llegar a un punto en el que no se pueda emitir más, lo que garantiza el valor sine die; inmutable -nadie puede modificar por sí mismo sus transacciones, funcionamiento o estructura-; pública, ya que todas los movimientos se registran y se pueden ver en la blockchain; anónima, porque no se conoce dato alguno ni se puede identificar a sus poseedores, e inconfiscable, con lo que en teoría los gobiernos no pueden quitártelo, ya sea vía impuestos o leyes extractivas.


La tribu de bitcoiners y hodlers, quienes atesoran bitcoin en sus billeteras frías o exchanges, va en aumento y cree que es una reserva de valor, el nuevo oro, algo por lo que merece la pena ahorrar hoy para disponer de mucho más mañana, un refugio contra la extracción estatal, un invento para separar de manera indefinida la creación de dinero de la política. Otros ven a bitcoin también como una moneda para pagar y cobrar desde las pequeñas hasta las grandes cosas. Para ello existe Lightning Network, una red de capa dos que facilita las pequeñas transacciones y pagos con BTC.


El futuro dirá qué será bitcoin y qué utilidades tendrá. Está algo más claro por qué surgió, qué necesidades cubre y qué valor actual le dan algunos. Es el síntoma -y antídoto quizá- de una enfermedad que nos aqueja: la ingente deuda pública de los estados, una herencia envenenada - ¿hay algo más egoísta que esto? - que les dejamos a nuestros hijos y nietos; el expolio que sufrimos por la extracción estatal de nuestros ingresos; la pérdida de valor continua del dinero que nos obligan a utilizar y, no menos importante, el acceso libre sin intermediarios (bancos) a servicios financieros y monetarios en cualquier parte del mundo, rica o pobre, que cuente con un dispositivo con acceso a internet. Si, bitcoin quizá llegue antes al tercer y cuarto mundo que cualquier banco o corporación del planeta.


Una manera de desobediencia, un grito de protesta contra estados, gobiernos y banqueros, una manera de independizarte de todos ellos, una fuente de soberanía, democracia y empoderamiento. De momento, las autoridades, instituciones y el mundo financiero lo quieren encorsetar en el territorio de los valores, como las acciones y materias primeras, aun nada de calificarlo como moneda, ya que eso podría ser el principio del fin de las divisas que controlan. Hay algunas ciudades en EE.UU y en Suiza que aceptan el pago de impuestos en bitcoin y en un par de estados es moneda de curso legal. No dejan de ser pequeñas anécdotas. Ese escenario es hoy ciencia ficción, pero el día en que administraciones y estados comiencen a aceptar de manera generalizada el pago de impuestos y cobros en bitcoin, ese día habrá cambiado casi todo ya.

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