La tercera etapa del duelo, la negociación, da a la psique el tiempo oportuno para adaptarse. Después de esos tratos, de pactos con el difunto o con Dios, por ejemplo desear haber muerto en lugar del otro, o cambiar la historia y volver atrás. Todo ello da lugar a otro paso, permite acercarse tanto a los sentimientos profundos de dolor, y el alma está ya preparada para hundirse en la tristeza, pues nos enfrentamos al presente. Es una etapa, la que se vive como la más horrible de todas, la etapa de la desolación. Me conecta con la impotencia ante lo que ha pasado: la pérdida de un ser querido. Y lo mismo con cualquier tipo de duelo (una relación amorosa u otra pérdida). No puedo hacer nada humanamente. Parece que esa fase de tristeza no pasará nunca. Pero es necesaria para la curación… Es un tiempo en el que no hay ganas de levantarse por la mañana, uno se encuentra como sin hacer pie en el mar de la vida, se está sin sentido de la existencia, sin ver que el día es soledado… así se pasan los días. Uno se ocupa de las cosas cotidianas sin ganas, sin poner atención, sin concentración…
Puede continuar en esta etapa el complejo de culpa, de no haber estado con la persona en el momento que tuvo aquel accidente, de no haber cambiado el plan cuando tenía que tomar aquel medio de transporte, o haberle acompañado cuando le asaltaron… la idea de cambiar el orden de las cosas, ante una tragedia, es una fantasía común, dice Elisabeth K-R, sobre todo en los casos en que ha habido una muerte por crimen.
La soledad y aislamiento marcan esta etapa, como vivía una mujer esos momentos: “El mundo se ha convertido en un desierto. Todo me parece insípido. Es sencillamente demasiado horrible no oír más su amada voz. ¿Cómo voy a vivir sin ni siquiera poder volver a cogerle de la mano otra vez? Todo se ha vuelto tedioso y sin sabor” (A. von Hildebrand, Cartas para el recuerdo).
En la espiritualidad cristiana, la Liturgia de los Siete Dolores de la Santa Virgen muestra una manera de asumir el sufrimiento y unirlo a ella, por la muerte de su hijo. En la Escritura hay expresiones de ese estado: “Dejadme, lloraré amargamente; no intentéis consolarme” (Is 22,4); y más aún, “porque tu sufrimiento es tan grande como el mar” (Lm 2,13). Y A. von Hildebrand se refiere a ellas: “Son palabras que todos estamos destinados a pronunciar cuando probamos el amargo cáliz del verdadero sufrimiento. ¡Qué bien puedo entenderte cuando dices que te odias a ti misma por todas las quejas que has pronunciado a lo largo de tu vida de casada cuando las cosas eran cansinas, difíciles o, simplemente, probatorias! Cuánta razón tienes al escribir: si al menos él estuviese aquí, entonces yo podría sobrellevar los pequeños problemas con el corazón alegre. ¿Cómo llevaré el pesado fardo de mi soledad? Tu reacción es normal. Todos tenemos tendencia a ofuscarnos por las dificultades pequeñas, sin darnos cuenta de lo triviales que son hasta que descubrimos las verdaderas cruces. Y, exceptuando la perspectiva sobrenatural de la vida, que nos hace ver que la mayor fuerte de dolor es que “el amor es tan poco amado” (San Francisco), la pérdida de un ser querido es uno de los mayores dolores humanos”.
El fantasma de la soledad aparece entonces con fuerza, el estar sin la otra persona, con los espacios que ahora quedaron vacíos. Se da una conexión con los propios vacíos interiores; conexión con la certeza de que se ha perdido algo definitivamente. No hay muchas cosas definitivas en el mundo, salvo la muerte. Es un darse cuenta de que las cosas no van a volver a ser como eran y no se sabe con certeza pronosticar de qué manera van a ser. Y hay una conciencia o visión oscura de todo, la sensación de ruina como una ciudad devastada después de una guerra, nada en pie, sólo escombros. Es el momento más duro del duelo, del camino de las lágrimas. Una etapa de tristeza, de falta de energía, de agobio doloroso y aplastante. Una depresión que lleva también a la inacción. Puede ser que haya desgana, el instinto de supervivencia está más adormecido pues algo se ha muerto en la persona.
Poder acompañar a una persona en esta etapa es tener con ella empatía con lo que le pasa, com-padecerse, que quiere decir "padecer-con" esa persona. Es lógico que así sea porque quien se ha muerto en realidad es este pedacito de la persona que de alguna manera llevaba adentro. Quienes pasan por esta etapa son carne de cañón para todo tipo de gurús que se aprovecha para sacarles dinero, pues quien está de duelo está sumamente vulnerable: se vuelve crédulo para cualquiera que les promete soluciones fáciles.
Cuando pasas por eso, te sientes solo. Hay un muro entre tú y los demás, aunque estés rodeado físicamente por gente. La única persona que podía ayudarte no está. Con quien te sentías acompañado. Pero sentirte solo después de una pérdida, es normal y saludable. ¿Cómo no entienden tus amistades que la pérdida te ha cerrado, que tu aislamiento esté acompañado de un silencio profundo? Eres una isla de tristeza en un mundo ya distinto, que no conoces. Una mujer que perdió marido e hijos en un accidente de coche se encerró en su casa, y al cabo de unos días fueron a verla sus amistades animándola a salir, pero les dijo: “dejadme en mi soledad. No pretendo que me entendáis. Volveré a vivir, pero aún no es el momento, ahora necesito estar sola”. Era un duelo con aislamiento, necesario para ella, distinto a otra persona. Pero es importante que ese aislamiento sea un escalón en el duelo, no se eternice porque sería entonces paralizante.
El aislamiento lleva consigo una ausencia de emociones, y es algo duro. Cuando sientes ira puedes chillar. Cuando sientes tristeza puedes llorar. Aquí no sientes nada. Es difícil poder compartir nada, pues es como una habitación sin puertas ni ventanas. Sin esperanza. Sin ver luz alguna. Más que los muros que aprisionan.
Así como el dolor muy grande puede provocar un coma, y las constantes vitales se concentran en lo esencial, porque no se puede afrontar un traumatismo grande, la tristeza puede ser tan grande que la persona se deprima, para centrarse en lo vital y no pensar en lo que no se es capaz de afrontar en ese momento.
La psicología y la respuesta humana al dolor emocional intenso es compleja y dan una relación entre el estrés emocional, la salud mental y la respuesta del cuerpo , y la depresión puede ser una de las formas en que el organismo responde a un trauma o una carga emocional abrumadora. Cuando una persona experimenta una tristeza o un dolor emocional profundo, su sistema nervioso y su cuerpo pueden activar respuestas de estrés que afectan a nivel biológico y psicológico. En algunos casos, esto puede llevar a cambios en la química cerebral y a la regulación de las emociones, lo que contribuye al desarrollo de la depresión. La depresión puede considerarse así, en parte, como una estrategia de afrontamiento adaptativa del cuerpo y la mente para manejar situaciones emocionales extremadamente difíciles. Al centrarse en lo esencial, como una especie de supervivencia emocional, la depresión puede actuar como una forma de protección psicológica.
Así, la depresión y la tristeza tienen un sentido. Es interesante salir cuando se pueda, pero respetando esos plazos. Puede ayudar una comida con amigos, un grupo de soporte, al ver a otros que están como uno, esto alivia.
Si voy donde vivió una persona que he perdido, es lógico que los olores me recuerden esa persona. Pero si esto me pasa en otros lugares o circunstancias, es una seudo imaginación, que no es una alucinación: al igual que en el ordenador hay librerías de programas y datos, así nosotros tenemos librerías de olores y sabores, y en algún caso podemos oler o escuchar o saborear algo no presente, que solo está en nuestra memoria: yo sé que lo que estoy percibiendo no es, pero lo estoy percibiendo. Uno tiene la sensación, aunque sabe que es su cabeza la que está haciendo la trampa. Es muy fuerte pasar por estos momentos y muchos llegan a asustarse. Lo malo de esta etapa de desolación es que es desesperante, dolorosa, inmanejable.
Esto puede ayudar a comprender cómo funcionan algunas funciones sensoriales y cognitivas en los humanos. En nuestro cerebro, almacenamos recuerdos de experiencias pasadas, incluidas aquellas asociadas con olores, sabores y otros estímulos sensoriales. Estos recuerdos están almacenados en diferentes áreas del cerebro, como el hipocampo y la amígdala. Cuando experimentamos un olor o sabor, nuestro cerebro busca en estas "librerías" de recuerdos para intentar reconocer la sensación actual en función de experiencias pasadas. Esta capacidad nos permite recordar y asociar diferentes olores y sabores con eventos, lugares o emociones específicas. Además, es posible que, en ciertas circunstancias, recordemos olores, sabores u otros estímulos sensoriales sin estar físicamente presentes. Este fenómeno se conoce como "memoria sensorial" y destaca la capacidad del cerebro para recrear o evocar experiencias sensoriales almacenadas en la memoria. La conexión entre la memoria y los sentidos es compleja, y a menudo se da por asociaciones emocionales o experiencias significativas. Por ejemplo, el olor de una comida específica puede evocar recuerdos de eventos familiares felices, o el aroma de una flor puede recordarnos a un ser querido. En resumen, nuestras experiencias sensoriales y sus recuerdos asociados están interconectados en el cerebro de una manera que nos permite recordar y disfrutar de olores, sabores y otros estímulos incluso cuando no están físicamente presentes. Esta capacidad es una parte fascinante de la complejidad de la memoria humana y la forma en que percibimos el mundo que nos rodea.
Estos recuerdos pueden ser también dolorosos… Pueden durar meses… nos fijamos en aquel lugar vacío, en la iglesia y en la mesa, lo recordamos ante el amigo íntimo y en aquel lugar común, y el dolor nos vuelve a atacar. Hemos de admitir y aceptar esos recuerdos. Necesitamos encontrar alguien que comparta, que escuche nuestras penas de manera compasiva y comprensiva. Es bueno hablar libremente de nuestro dolor de vez en cuando, exteriorizar nuestros sentimientos. Corremos también el riesgo de conservar exclusivamente los buenos recuerdos del difunto hasta convertirlo en un ídolo. Es bueno recordarlo como era, con virtudes y defectos, y quererlo así, como era, tal como lo hemos vivido como experiencia. Para vivir esta nueva situación, sin él, sin ella visiblemente a nuestro lado, es necesario dar este paso, aclarar nuestros recuerdos, y compartirlos con las personas con quienes tenemos confianza.
La ayuda de los amigos en el duelo
Muchos quieren ayudar, sacar a una persona así de su depresión. Pero si bien en los primeros momentos era bueno ayudarla a hacer otras cosas, pasear y hacer viajes, estar entretenida, esa persona necesita ahora tener ese duelo, esa tristeza… es una respuesta normal. Y si el duelo es un camino de curación, esa depresión es necesaria para el camino. La psicología positiva tiene razón en muchas cosas, pero hay que dejar que la tristeza anide –el tiempo suficiente- en el alma, como todas las cosas naturales tiene su misión, para la reconstrucción afectiva. Porque salir de una depresión así no es posible, no hay una puerta de salida en medio de un huracán… mejor es invitar a la depresión –sigue diciendo Elisabeth K-R- a ser nuestra invitada, dejar que haga su papel, mirar esa situación nuestra desde fuera, y no podemos olvidar esta furia del huracán hasta que haga su camino… la mejor manera de superar la tempestad es atravesarla. Hay mucha controversia sobre el uso de fármacos, pero su uso temporal –pues como un resfriado, es una enfermedad pasajera- no quita el dolor del duelo, que sigue su curso. Un especialista puede aconsejar esos medicamentos, pero hay más aspectos útiles para que no se alargue demasiado la tristeza, como otros tipos de soporte humano, de afecto. Estar al lado de quien sufre, ofreciéndole la amistad, sin querer que se fije en aspectos negativos sino simplemente acompañándola en esos momentos de dolor. Tiene que tener la posibilidad de vivir esa pena, de no levantarse de la cama, de estar sin ocuparse de nada.
Sin duda, son muy importantes los amigos, los que permanecen a nuestro lado en esos momentos. “Un amigo es alguien en quien puedes confiar incondicionalmente. Un amigo es alguien con quien puedes contar en los tiempos de necesidad. Un amigo es un rayo de sol en tu vida. Un amigo es alguien que ama a quien tú amas. Un amigo es alguien que está de luto cuando tú estás de luto. Un amigo es alguien que comparte tus alegrías y tus penas”, dice A. von Hildebrand, quien sigue diciendo: “¿qué puedo decirte, salvo que estoy contigo, que rezo contigo, que lloro contigo? Ahora estás en el Calvario. Abraza amorosamente los pies de nuestro Salvador, que murió por nosotros, y contempla a la más santa de todas las criaturas, María, quien permaneció al pie de la Cruz, crucificada con su Hijo, sufriendo hasta la muerte con Él y, sin embargo, entera (…) Sé que tu inmensa pena te aísla, porque hay cosas que uno debe llevar en soledad. Sin embargo, de alguna misteriosa manera sabrás que este inmenso y vacío dolor te acerca a aquellos que conocen el valor del sufrimiento amorosamente aceptado”. Puede haber consejos y comentarios que serán oportunos por lo general, aunque lo que vale siempre es lo dicho de “estar ahí, como amigo”, a disposición. Y añade poco después: “Mi mayor preocupación ahora es llegar a tu corazón doliente haciéndote saber cuánto te quiero y cómo te entiendo”.
Pero hay que estar al lado sin interferir en esos momentos, que son de tristeza… Billy era un niño que sufría porque su madre estaba muriéndose. Pasaba el día sentado en la escalera de acceso a su casa. Pasó una mujer con su marido en unidad de cuidados intensivos, y comenzaron a estar juntos, en silencio, pero juntos, en la escalera. Vivieron un aislamiento, con un punto de conexión. Ese punto en común de soledad y tragedia los unió en una amistad. En muchos casos, no se quiere participar a otros de esa vulnerabilidad que acompaña un aislamiento, pensando que los demás no pueden entendernos.
Elisabeth K-R propone estos puntos, si uno quiere salir de un aislamiento: llamar a un amigo y pedirle sugerencias y compañía; introducir alguna actividad que nos guste como pintar, jardinería o caminar. La naturaleza cura las almas, a su modo. Los grupos de apoyo ayudan, como también, especialmente a los que no están dispuestos a ellos, acudir a un terapeuta adecuado. Si ya estás dispuesto a acudir al mundo exterior, siéntate al final de un grupo o de una clase, y mira qué tal te va. Te parecerá algo forzado al inicio.
La desolación y desconcierto ante el sufrimiento
La depresión, al reducir la velocidad de la vida, permite hacer inventario de lo ocurrido y de la pérdida. Permite una reconstrucción personal desde los cimientos. Desbroza el terreno para poder plantar de nuevo.
Vayamos al fondo de la cuestión: ¿Se debe necesariamente sufrir?, ¿el dolor es inevitable?: es algo que «no somos capaces de entender», dice C. S. Lewis que en cualquier caso «Dios nos hace daño solamente por nuestro bien», pero en realidad la voluntad divina es un tema complejo pues dentro del tiempo no entendemos casi nada de lo referente al sufrimiento, solamente que detrás de todo hay una razón de bien. Se ha atribuido a Dios todo lo que pasa, tanto si son buenas como si son enfermedades o desgracias, incluso se ha visto como una forma de castigar, pero cuando lo plantean a Jesús él dice que no es así, simplemente añade que “es para que se manifieste la gloria de Dios”, es decir que de aquello saldrá un bien, pero no dice como... Theilard de Chardin decía que Dios hace las leyes del universo y las deja actuad, y en este sentido deja que pasen las circunstancias diversas o las consecuencias de la libertad, pero no lo dejaría si no sacara de aquello –sea lo que sea- un bien. A nosotros se nos pide estar abiertos al amor, y a veces atisbamos las cosas como Él las ve, pero pocas veces. Aguantar es la única actitud ante el dolor, pero se lleva mejor cuando intuimos un sentido en la esperanza de que se nos revelará el “por qué” más tarde.
C. S. Lewis, en Una pena observada, añade: «Más de una vez tendremos aquella impresión que no logro describir más que como una risa sofocada en la oscuridad. La sensación de que una simplicidad apabullante y desintegradora es la verdadera respuesta»: cuando la vida parece absurda, en medio de la profunda soledad sufriente, hay «una forma especial de decir: no hay respuesta. No es la puerta cerrada. Es más bien como una mirada silenciosa y en realidad no exenta de compasión. Como si Dios moviese la cabeza, no a manera de rechazo sino esquivando la cuestión. Como diciendo: ‘Cállate, hijo, que no entiendes’»… Tenemos un conocimiento experiencia, en el momento de pasar por esos trances, vemos que no estamos solos, experimentamos una relación con lo alto.
Recuerdo que en la película Matrix aparecen unos códigos difíciles de descifrar, como una lengua no se entiende hasta que vemos el sentido de las palabras; así pasa con el sufrimiento, no encontramos sentido aunque la esperanza nos anima a fiarnos de que aquello no es un absurdo. La fe es como un diccionario, que nos abre el sentido del sufrimiento, el lenguaje del dolor nos permite no verlo ya como un mal. El sufrimiento es el síntoma de que hay un mal, como la fiebre es síntoma de una enfermedad. El mal no es la palabra definitiva sino que nos permite para sacar de ahí un bien mayor, por caminos que muchas veces nos resultan incomprensibles.
En cualquier caso, poco a poco, se puede pasar a la siguiente fase: de un no ver nada claro a ir dejando que la confianza vaya entrando en el alma; y poder decir con Lewis que “mi pensamiento, cuando se vuelve hacia Dios, ya no se encuentra con aquella puerta de cerrojo echado…” Cuanto más negra es la noche, amanece Dios...
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