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Parece claro que los precios se disparan por el aumento del dinero existente y que, en ello, tienen mucho que ver quienes dirigen Estados y países

Inflación

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Se solía denominar a estos días “cuesta de enero”, aunque la locución va menguando en uso, tal vez porque, últimamente, la rampa ascendente así nombrada no difiere mucho, en inclinación, del perfil topográfico imputable, metafóricamente, a cualquier otro mes. A partir de ello, se puede cavilar sobre la inflación, ese impuesto de pobres que no suele preocupar ni ocupar a nuestros regidores, que más bien la promueven como fruto de sus recetas deletéreas desde el punto de vista económico.


Durante un tiempo, amparados en el euro e instalados en una cierta estabilidad, el monstruo de la inflación estuvo alejado de nosotros y la cuesta de enero era solo eso, la secuela de los gastos y excesos navideños. Pero, ahora, el bicho ha regresado. La máquina de imprimir billetes, o de crear dinero virtual, que viene a ser lo mismo, afloró con fuerza en el contexto de la pandemia y, como no, de la guerra en Ucrania.


Y está aconteciendo lo que tenía que suceder. El aumento del dinero, físico o virtual, conduce a su depauperación, notoria a simple vista si somos capaces de hacer diferencia entre lo nominal y lo real en términos económicos y monetarios. Al final, la inflación arruina a todos, pero más a quienes menos tienen, como se dice ahora, y se lleva por delante una parte de los ahorros, sino todos, de quienes disponen de los mismos, aunque beneficia a los Estados deudores, que ven como su pasivo se reduce en términos reales y que, además, acrecientan su recaudación fiscal.


No se trata de un problema nuevo. En la Roma antigua, parece ser que la inflación contribuyó, y mucho, a la caída del Imperio. Como consecuencia de los crecientes gastos de aquel Estado mastodóntico para la época, su moneda, el denario, fabricada al principio con un 95% de plata, fue reduciendo ese porcentaje, que descendió hasta el 50%, con el objetivo de acuñar más cantidad de efectivo circulante. Así, la inflación llegó a superar el 1000%. El emperador Diocleciano, promulgó, naciendo el siglo IV, un plan frente a esa plaga, que consistía básicamente en un control de precios, y que fracasó de manera estrepitosa, generando la desaparición de bienes, que tendían a reaparecer, con precios desorbitados, en el mercado negro.  Pero no por ello se dejó nunca de intentar esa vía del precio tasado; en la España de la posguerra, el Estado franquista pretendió lo mismo, con resultados idénticos (elestraperlo) a los del plan de Diocleciano. Y, en el presente inmediato, hay quienes aún proponen limitar los precios.


Y eso que ya desde el siglo XVI se identificó la relación entre el alza de precios y el aumento del dinero circulante, en el contexto de la revolución de los precios, por la llegada a Europa del oro y la plata americanos.  Esa interrelación la puso de manifiesto el francés Jean Bodin.  Sin embargo, una y otra vez, se repite la historia de la creación de dinero.   En EEUU, país poco sospechoso de colectivismo económico, se suspendió la conversión del dólar en oro allá por la década de los setenta del siglo XX, yse debió ello, sobre todo, a la necesidad de crear dinero por los gastos de la Guerra de Vietnam, contribuyendo la decisión a la crisis y estanflación de los setenta,  igual que las potencias del período previo a la Primera Guerra Mundial abandonaron el patrón oro por razones similares, con secuelas asimismo sobre los precios y la estabilidad económica.

            

En "La teoría del dinero y del crédito" (1912), afirma  Ludwig von Mises que “el instrumento más antiguo y popular de la política monetaria estatista consiste en la fijación oficial de los precios máximos”, pues piensa“el estatista que los precios altos no son consecuencia de un aumento en la cantidad de dinero, sino de la actividad reprensible que desarrollan los "alcistas" y "ventajistas": bastaría suprimir sus maquinaciones para que los precios dejaran de subir.”

            

Parece claro que los precios se disparan por el aumento del dinero existente y que, en ello, tienen mucho que ver quienes dirigen Estados y países. Son ellos conscientes sin duda, pero sus designios no son los mismos que los nuestros y la verdad no les resulta prioritaria.  Seguirán empobreciéndonos, si no lo remediamos, mediante el uso de recetas equivocadas partiendo de diagnósticos falsos, y multiplicándose ello de manera exponencial si nuestros asuntos caen en manos de dirigentes de observancia colectivista, excelentes conductores desde la opulencia a la escasez y la pobreza.  En fin, felices tiempos aquellos en los que la cuesta de enero era solo la cuesta de enero. 

Inflación

Parece claro que los precios se disparan por el aumento del dinero existente y que, en ello, tienen mucho que ver quienes dirigen Estados y países
Juan Antonio Freije Gayo
viernes, 12 de enero de 2024, 11:17 h (CET)

Se solía denominar a estos días “cuesta de enero”, aunque la locución va menguando en uso, tal vez porque, últimamente, la rampa ascendente así nombrada no difiere mucho, en inclinación, del perfil topográfico imputable, metafóricamente, a cualquier otro mes. A partir de ello, se puede cavilar sobre la inflación, ese impuesto de pobres que no suele preocupar ni ocupar a nuestros regidores, que más bien la promueven como fruto de sus recetas deletéreas desde el punto de vista económico.


Durante un tiempo, amparados en el euro e instalados en una cierta estabilidad, el monstruo de la inflación estuvo alejado de nosotros y la cuesta de enero era solo eso, la secuela de los gastos y excesos navideños. Pero, ahora, el bicho ha regresado. La máquina de imprimir billetes, o de crear dinero virtual, que viene a ser lo mismo, afloró con fuerza en el contexto de la pandemia y, como no, de la guerra en Ucrania.


Y está aconteciendo lo que tenía que suceder. El aumento del dinero, físico o virtual, conduce a su depauperación, notoria a simple vista si somos capaces de hacer diferencia entre lo nominal y lo real en términos económicos y monetarios. Al final, la inflación arruina a todos, pero más a quienes menos tienen, como se dice ahora, y se lleva por delante una parte de los ahorros, sino todos, de quienes disponen de los mismos, aunque beneficia a los Estados deudores, que ven como su pasivo se reduce en términos reales y que, además, acrecientan su recaudación fiscal.


No se trata de un problema nuevo. En la Roma antigua, parece ser que la inflación contribuyó, y mucho, a la caída del Imperio. Como consecuencia de los crecientes gastos de aquel Estado mastodóntico para la época, su moneda, el denario, fabricada al principio con un 95% de plata, fue reduciendo ese porcentaje, que descendió hasta el 50%, con el objetivo de acuñar más cantidad de efectivo circulante. Así, la inflación llegó a superar el 1000%. El emperador Diocleciano, promulgó, naciendo el siglo IV, un plan frente a esa plaga, que consistía básicamente en un control de precios, y que fracasó de manera estrepitosa, generando la desaparición de bienes, que tendían a reaparecer, con precios desorbitados, en el mercado negro.  Pero no por ello se dejó nunca de intentar esa vía del precio tasado; en la España de la posguerra, el Estado franquista pretendió lo mismo, con resultados idénticos (elestraperlo) a los del plan de Diocleciano. Y, en el presente inmediato, hay quienes aún proponen limitar los precios.


Y eso que ya desde el siglo XVI se identificó la relación entre el alza de precios y el aumento del dinero circulante, en el contexto de la revolución de los precios, por la llegada a Europa del oro y la plata americanos.  Esa interrelación la puso de manifiesto el francés Jean Bodin.  Sin embargo, una y otra vez, se repite la historia de la creación de dinero.   En EEUU, país poco sospechoso de colectivismo económico, se suspendió la conversión del dólar en oro allá por la década de los setenta del siglo XX, yse debió ello, sobre todo, a la necesidad de crear dinero por los gastos de la Guerra de Vietnam, contribuyendo la decisión a la crisis y estanflación de los setenta,  igual que las potencias del período previo a la Primera Guerra Mundial abandonaron el patrón oro por razones similares, con secuelas asimismo sobre los precios y la estabilidad económica.

            

En "La teoría del dinero y del crédito" (1912), afirma  Ludwig von Mises que “el instrumento más antiguo y popular de la política monetaria estatista consiste en la fijación oficial de los precios máximos”, pues piensa“el estatista que los precios altos no son consecuencia de un aumento en la cantidad de dinero, sino de la actividad reprensible que desarrollan los "alcistas" y "ventajistas": bastaría suprimir sus maquinaciones para que los precios dejaran de subir.”

            

Parece claro que los precios se disparan por el aumento del dinero existente y que, en ello, tienen mucho que ver quienes dirigen Estados y países. Son ellos conscientes sin duda, pero sus designios no son los mismos que los nuestros y la verdad no les resulta prioritaria.  Seguirán empobreciéndonos, si no lo remediamos, mediante el uso de recetas equivocadas partiendo de diagnósticos falsos, y multiplicándose ello de manera exponencial si nuestros asuntos caen en manos de dirigentes de observancia colectivista, excelentes conductores desde la opulencia a la escasez y la pobreza.  En fin, felices tiempos aquellos en los que la cuesta de enero era solo la cuesta de enero. 

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