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Dicho poemario ha sido un fascinante descubrimiento

Indagaciones al abrigo de "Balada de interperie"

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BALADA DE INTEMPERIE


Ignacio Jesús Sánchez-Tembleque González se me antoja un sereno contemplativo, y no apunto tal consideración al albur del intempestivo y superficial capricho (que me pueda servir de anclaje en aras de asir una serie de conjeturas a vuelapluma). No. Habiendo tratado al interfecto escasamente, han sido suficientes las ocasiones, por lo variopintas, en pos de haber podido hallar algún rasgo de carácter de fondo en el que, de algún modo, se pueda apoyar una poética que, a su vez, vendría a sostener una poesía, en este caso la que vamos a referir, inquilina de su libro “Balada de intemperie” (2020).

            

Sánchez-Tembleque se adscribe líricamente a un suave petrarquismo, dosificado en piezas de entorno a quince y veinte versos, mediante las que nuestro vate hace uso de una voz poética que alterna la tercera y primera personas tanto de singular como de plural. El recuerdo nos es referido mediante plurales sociativos (matiz que connota cierto anhelo fraternal): “Hoy me he quedado solo en este rostro./ He mirado y estábamos/ todos juntos, inmóviles”; “Hay recuerdos que nunca/ llegamos a habitar porque, al mirarlos,/ solemos verlos desde fuera y son/ como nieve que acaba deshaciéndose/ sin que nadie la pise”; “De pronto, entre dos pasos, sin saber/ por qué, me he detenido,/ me he quedado mirando/ la lluvia en los alcorques, donde ahora/ se encienden los recuerdos como trémulas/ y extrañas flores de neón. Subimos”; “Miro caer las hojas,/ su extraña sembradura, que dispersa/ de nuevo el aleteo/ del frío en la mañana”…

            

También, en algún pasaje, hace uso del tú lírico: “En qué lugar sin dónde estáis aún/ si os oigo todavía, /si estoy oyendo ahora vuestras voces”; “Escucha la canción/ ardida de sus llamas, la ceniza/ de esta poda que somos”…

            

Son piezas de un cariz harto introspectivo las que se van sucediendo en este poemario en un continuo de eufónica y nívea versalidad (si bien unas delicadas asonancias coadyuvan a la eufonía global).          

            

La sublimidad que logra en muchos de los versos de cada poema Ignacio Sánchez-Tembleque no lo hace incurrir en raptos trascendentales; siempre hay elementos que mantienen sus planteamientos dentro de un orbe humanamente aprehensible, por estar, precisamente, llenos de humana experiencia los poemas, si bien manejada la misma con destacable pericia lírica unida a una acendrada plasticidad.

            

Todo fluye en ese poemario con lisura, a lo que también contribuyen los suaves encabalgamientos que, de cuando en cuando, ayudan al poeta en su afinada confección matemático-petrarquista por entre la que transita la mirada de un hondo y reflexivo contemplador, el cual parece filtrar lo retinianamente aprehendido  a través de su evocativa alma, de manera que todo lo avizorado de manera diametral deviene en pura delicia poética.

            

Hay desolación e inclemencias climatológicas por doquier en “Balada de intemperie”; el añil es el sutil cromatismo con el que nuestro poeta tiñe las inclemencias del alma, las cuales se ven contrarrestadas con el repunte de un nuevo y luminiscente día: “Con el añil temprano,/ todavía indeciso,/ regresa el hondo aliento de la luz,/ nos alza en la verdad/ tan alta de los álamos, nos puebla/ con limpia y tierna llama”. El “invierno existencial” en que con suma serenidad nos subsume Sánchez-Tembleque va aparejado a una asunción del inexorable paso del tiempo: “Hay recuerdos que nunca/ llegamos a habitar porque, al mirarlos,/ solemos verlos desde fuera y son/ como nieve que acaba deshaciéndose/ sin que nadie la pise”.

            

Las imágenes con que se maneja nuestro vate son de profundo impacto sinestésico, llegando a poseer la capacidad de dejar desvaído al implicado lector por lo blindadamente inapelable de su trasfondo, envuelto todo, eso sí, en una sobria y elegante beldad superadora de lo crudamente hiperbólico: “Solo he visto el silencio/ caer hasta cubrir su propio nombre/ haciéndose más hondo cada vez”.

            

Esta obra, editada por Alberdi Ediciones junto con el Ayuntamiento de Majadahonda, obtuvo el Premio de Poesía Blas de Otero de Majadahonda en su XXX edición.

Indagaciones al abrigo de "Balada de interperie"

Dicho poemario ha sido un fascinante descubrimiento
Diego Vadillo López
sábado, 30 de diciembre de 2023, 10:56 h (CET)

BALADA DE INTEMPERIE


Ignacio Jesús Sánchez-Tembleque González se me antoja un sereno contemplativo, y no apunto tal consideración al albur del intempestivo y superficial capricho (que me pueda servir de anclaje en aras de asir una serie de conjeturas a vuelapluma). No. Habiendo tratado al interfecto escasamente, han sido suficientes las ocasiones, por lo variopintas, en pos de haber podido hallar algún rasgo de carácter de fondo en el que, de algún modo, se pueda apoyar una poética que, a su vez, vendría a sostener una poesía, en este caso la que vamos a referir, inquilina de su libro “Balada de intemperie” (2020).

            

Sánchez-Tembleque se adscribe líricamente a un suave petrarquismo, dosificado en piezas de entorno a quince y veinte versos, mediante las que nuestro vate hace uso de una voz poética que alterna la tercera y primera personas tanto de singular como de plural. El recuerdo nos es referido mediante plurales sociativos (matiz que connota cierto anhelo fraternal): “Hoy me he quedado solo en este rostro./ He mirado y estábamos/ todos juntos, inmóviles”; “Hay recuerdos que nunca/ llegamos a habitar porque, al mirarlos,/ solemos verlos desde fuera y son/ como nieve que acaba deshaciéndose/ sin que nadie la pise”; “De pronto, entre dos pasos, sin saber/ por qué, me he detenido,/ me he quedado mirando/ la lluvia en los alcorques, donde ahora/ se encienden los recuerdos como trémulas/ y extrañas flores de neón. Subimos”; “Miro caer las hojas,/ su extraña sembradura, que dispersa/ de nuevo el aleteo/ del frío en la mañana”…

            

También, en algún pasaje, hace uso del tú lírico: “En qué lugar sin dónde estáis aún/ si os oigo todavía, /si estoy oyendo ahora vuestras voces”; “Escucha la canción/ ardida de sus llamas, la ceniza/ de esta poda que somos”…

            

Son piezas de un cariz harto introspectivo las que se van sucediendo en este poemario en un continuo de eufónica y nívea versalidad (si bien unas delicadas asonancias coadyuvan a la eufonía global).          

            

La sublimidad que logra en muchos de los versos de cada poema Ignacio Sánchez-Tembleque no lo hace incurrir en raptos trascendentales; siempre hay elementos que mantienen sus planteamientos dentro de un orbe humanamente aprehensible, por estar, precisamente, llenos de humana experiencia los poemas, si bien manejada la misma con destacable pericia lírica unida a una acendrada plasticidad.

            

Todo fluye en ese poemario con lisura, a lo que también contribuyen los suaves encabalgamientos que, de cuando en cuando, ayudan al poeta en su afinada confección matemático-petrarquista por entre la que transita la mirada de un hondo y reflexivo contemplador, el cual parece filtrar lo retinianamente aprehendido  a través de su evocativa alma, de manera que todo lo avizorado de manera diametral deviene en pura delicia poética.

            

Hay desolación e inclemencias climatológicas por doquier en “Balada de intemperie”; el añil es el sutil cromatismo con el que nuestro poeta tiñe las inclemencias del alma, las cuales se ven contrarrestadas con el repunte de un nuevo y luminiscente día: “Con el añil temprano,/ todavía indeciso,/ regresa el hondo aliento de la luz,/ nos alza en la verdad/ tan alta de los álamos, nos puebla/ con limpia y tierna llama”. El “invierno existencial” en que con suma serenidad nos subsume Sánchez-Tembleque va aparejado a una asunción del inexorable paso del tiempo: “Hay recuerdos que nunca/ llegamos a habitar porque, al mirarlos,/ solemos verlos desde fuera y son/ como nieve que acaba deshaciéndose/ sin que nadie la pise”.

            

Las imágenes con que se maneja nuestro vate son de profundo impacto sinestésico, llegando a poseer la capacidad de dejar desvaído al implicado lector por lo blindadamente inapelable de su trasfondo, envuelto todo, eso sí, en una sobria y elegante beldad superadora de lo crudamente hiperbólico: “Solo he visto el silencio/ caer hasta cubrir su propio nombre/ haciéndose más hondo cada vez”.

            

Esta obra, editada por Alberdi Ediciones junto con el Ayuntamiento de Majadahonda, obtuvo el Premio de Poesía Blas de Otero de Majadahonda en su XXX edición.

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