Si acaso tratamos de asimilar nuestro aterrizaje en el mundo, ha de destacar a la fuerza el carácter menesteroso del hallazgo; ni sabemos de dónde, ni a donde, ni el porqué. Por lo tanto, es lógico que vayamos a remolque de cuantas impresiones percibimos, en un contraste sucesivo con la chispa interior de entrañables condiciones. En ese contacto con las realidades, nos vemos abocados a sugerencias, necesidades, indecisiones, obligaciones e imposiciones, para hacer un SEGUIMIENTO natural de sus variadas implicaciones. En dicha tarea caben con toda clase de diferenciaciones, la indiferencia de los aturdidos, la participación decidida en el envite o la indolencia acomodaticia de ser arrastrada por los ímpetus ajenos.
Desde ese coraje implícito en la intimidad de las personas, las maneras de afrontar la realidad tienen sus peculiaridades, pero confluyen en dos enfoques primordiales; dedicados a las cuestiones materiales o elucubrando en los niveles espirituales. Enfrascados en esa disyuntiva se han sucedido los bandazos a través de los tiempos, con la única conclusión certera, nadie consigue las resoluciones definitivas. Cobrando especial relieve la sugerencia orteguiana de amoldarse a las PERSPECTIVAS para las búsquedas saludables, centradas en la apertura de miras bien dispuestas y la consiguiente adaptación a las cualidades de la persona implicada; una verdadera labor de tintes artísticos.
De un lado, contemplamos aquellas cosas de las cuales no podemos hablar con fundamento, las limitaciones son evidentes y nos abruman en cualquier sector. Por otra parte, cada individuo dispone de la capacidad para asimilar las situaciones a su manera. Dado que ninguna persona, ni tampoco los entes colectivos, pueden arrogarse la capacidad especial incontestable, queda desactivada la justificación impositiva venga de donde venga. Queda patente la importancia de la PRESENCIA individual, bien para asumir reflexivamente determinadas posiciones, o bien para ejercer su renuncia, con la consiguiente devaluación personal; en este caso, se resta también de los atributos comunitarios.
Por mucho que intentemos disimularlo, los humanos somos de una determinada manera, cargados de carencias e ignorancias; el mero rechazo de esa realidad tiende a enajenarnos, en una actitud escapista sin fundamento. Con frecuencia, extendemos ese negacionismo a lo que son las cosas circundantes, incluso a lo que son las construcciones sociales establecidas. Tropezamos con los HECHOS de unas realidades ya configuradas. Nos lanzamos desaforados detrás de las interpretaciones sin el recurso de las buenas razones, perdiendo de vista no pocas veces aquellas realidades. Lamentamos a diario el olvido de la realidad personal interpretativa y decisoria, suplantada por interpretaciones maléficas.
Nos dejamos engatusar por auténticas nimiedades y por las tramas enrevesadas pergeñadas por los más pendencieros; adheridos a las versiones anticuadas o estimulados por las ruidosas vanguardias atolondradas. Detrás de muchos adjetivos mundanos, contradictorios, populistas o simplemente vociferantes, dejamos de sopesar la valía de los argumentos o la carencia de ellos. Juntos o por separado, perdemos el contacto con esa vibración interna que nos recorre y mantiene a todos, ese SURREALISMO indomable que nos constituye, verdadera raíz de las reacciones posteriores. Actuamos al albur de aquella disyuntiva libertaria, fieles a los fondos personales o desorientados entre los sones ambientales.
Da igual que empecemos por el átomo o por la última idea volandera de cada cabeza, la infinidad de conexiones y la constante evolución de las mismas, apenas permite si acaso un mínimo instante de reposo. Podemos centrarnos en una mirada, una conversación, unos sentimientos o determinados conocimientos, aunque la dificultad estriba en el intento de asimilarlos en su conjunto, cada percepción parece seguir trayectos independientes. Es absurdo ir en contra del carácter FRAGMENTARIO de nuestra presencia en el mundo. Si nos desorientamos con los múltiples fragmentos propios, ni que decir de la complejidad social. Dicho galimatías debería ser suficiente para impedir la fijación de los seguimientos acérrimos.
A todos nos incordia eso de estar sometidos continuamente a los cambios del dinamismo vital, buscamos un respiro de vez en cuando, si lo conseguimos o no, es otra cuestión. Sin embargo, nos excedemos al prolongar esas pausas de manera ficticia cuando fijamos las posiciones, yo soy así, las cosas son así. Esa comodidad engañosa también viene promovida desde fuera, se aprovechan de nuestra calma para arrastrarnos a sus posiciones. En ambos casos, basados en ETIQUETAS, que sirven de instrumento para aquietarnos en primer lugar y luego atraernos con sus señuelos. Se basan en la pretendida domesticación del dinamismo natural; anulando los protagonismos espontáneos. A estas alturas ya no se trata de convencer a nadie, si de algo vamos sobrados es de convicciones, tenemos donde elegir y con unas pocas nos acomodamos. Si bien, vamos comprendiendo a fuerza de trifulcas, que las razones son muy manejables y a la vez insuficientes. Los muchos razonamientos nunca se acaban, pero se muestran incapaces de atemperar la convivencia. Caemos de lleno en la afirmación de Chesterton, cuando se pierde todo lo demás y sólo queda la razón, hemos entrado en la LOCURA; y quizá nos estamos adentrando en ese estado, prescindiendo de otras muchas características de las personas. Con el añadido de utilizar la inteligencia de manera sectaria según las presiones ambientales.
Si nos achantamos nos aplastan, porque proliferan los falsos iluminados adscritos a cualquier cota de poder, para intentar conducirnos a través de los cauces beneficiosos para sus intereses. Les sonará aquello del miedo a la libertad, ese incordio para esforzarse para elegir las mejores opciones y la tenacidad para mantener las posiciones; en eso radica la clave de las respuestas personales. Tropezamos con el orden universal y los adoctrinamientos que nos anulan. La única salida gira en torno a la rebeldía prometeica del VITALISMO personal, con las ambiciones centradas en su propia labor creativa, establecida la concordancia de los deseos y las realidades contrastadas por la experiencia.
Desde las crisis sucesivas y los horizontes abiertos por las utopías, no podemos adherirnos a los dictámenes opresivos carentes de respuestas absolutas. Desde esa apertura participativa, estaremos en disposición de elaborar APORTACIONES personales irrenunciables, porque de no ser personales, pierden su sentido. Y su pérdida entorpece el propio sentido de un progreso existencial comunitario.
Admitida la presencia viva de los individuos y confiados en la colaboración comunitaria, todavía resta la presencia de un enemigo común considerable, el de la MEDIOCRIDAD, que mutila los brotes espontáneos y desvirtúa las actuaciones. Es un enemigo ladino, que infiltra la desidia y nos encamina a la idiotez, para acabar licuando los cerebros sin remisión, atrofiados por el desuso.
|