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El ser humano, cuando comienza a perder la memoria, a olvidar los momentos importantes de su vida, a no recordar muchos momentos de la historia..., cuando, en un silencio, cercano al aislamiento, su soledad se convierte en su único amigo... en ese momento el ser humano, pierde su esencia y sólo sus convicciones internas, últimas en desaparecer, le mantendrán, aunque sólo sea para ver y no sentir.
Estas situaciones van normalizándose por el hecho de vivir dentro de un cuerpo lleno de limitaciones, aunque todo él esté sostenido por la conciencia y el sentimiento del “yo”, del “ser”.
Lo grave es cuando ese proceso se traslada al sentimiento personal sobre su propia convivencia social. Entonces hablaríamos de INDIFERENCIA ante la historia, de INDIFERENCIA ante su propia sociedad, de INDIFERENCIA política y del comienzo de INDIFERENCIA personal.
El proceso del deterioro de la confianza comienza cuando la observación de la vida política produce dolor, daño, angustia, sentimientos de venganza e incapacidad para poder hacer algo efectivo.
Una sociedad que permite una realidad política “interesada”, “nepotista”, “leguleya”, “prevaricadora”, que permite una realidad política con sentimientos de superioridad económico-social y con un convencimiento dogmático de la vida en democracia... está en un proceso sin retorno hacia la INDIFERENCIA, hacia el AISLAMIENTO y hacia el progresivo proceso de la PERDIDA DE MEMORIA HISTÓRICA.
Ante esta realidad, sólo una sociedad luchadora, defensora de sus derechos y crítica con todo tipo de abusos y clientelismos, podrá caminar hacia un progreso en convivencia democrática.
Lo que no llevemos a cabo ahora, serán nuestros hijos y nietos los que cargarán sobre sus espaldas todo el peso de nuestra COBARDE INDIFERENCIA.
Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.
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