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Jesús de Nazaret fue una perturbación andante en aquel mundo que le tocó vivir

La santa perturbación del amor

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Se entiende por perturbación todo aquello que modifica el estado normal de algo o alguien, incluyendo la propia existencia. Viene esto a cuento porque el otro día asistí a misa. Y dicho sea de paso la intenté vivir desde la reflexión, tal vez porque hace años, muchísimos años, que no vivía una eucaristía.

En un momento de su liturgia, el sacerdote dijo algo así como “protégenos de toda perturbación”. Como duermo poco, estuve “reinando” durante buena parte de la noche en que habría que suprimir dicha frase o bien hacerla positiva, o sea, pedir al Misterio que nos otorgue, al menos, un par de perturbaciones anuales.

Jesús de Nazaret fue una perturbación andante en aquel mundo que le tocó vivir, no digo que fuera un perturbado, que pudiera ser que sí, sino que su mensaje, en algunas personas de su tiempo, produjo serias pero felices perturbaciones.

He aquí algunas de sus ocurrencias, por ejemplo, aquello de “si te pegan en una mejilla, pon la otra”; o “yo no he venido a traer la paz a este mundo, sino la guerra”; o refiriéndose a su madre y sus hermanos, él dijo aquella cosa tan extraña para nosotros “mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad del Padre”; no digamos nada de cuando se entretuvo en aseverar “dejad que los muertos entierren a los muertos”; o cuando le espetó al Sumo Sacerdote “tú lo has dicho, en verdad yo soy el hijo de Dios”, etc.

Lo dicho, Jesús, profeta y mesías, todo con minúsculas, producía en el gentío un manantío de perturbaciones, de santos y mártires que, al grito de “amaos los unos a los otros como yo os he amado” intentaron cambiar las estructuras del poder, hasta que el poder, siempre tan listo y sagaz, entregó a sus seguidores una parte de él y ya todo se convirtió en tedioso, religioso, ceremonioso y litúrgico.

Un servidor, por ejemplo, sabe que todos los milímetros del mañana están perfectamente encajados; sé todo lo que va a acontecer en mí, a no ser que una perturbación, el amor desde luego, revolucione de nuevo mi vida.

Y es que el amor, no lo duden, es una santa perturbación.

La santa perturbación del amor

Jesús de Nazaret fue una perturbación andante en aquel mundo que le tocó vivir
José García Pérez
viernes, 1 de julio de 2016, 01:07 h (CET)
Se entiende por perturbación todo aquello que modifica el estado normal de algo o alguien, incluyendo la propia existencia. Viene esto a cuento porque el otro día asistí a misa. Y dicho sea de paso la intenté vivir desde la reflexión, tal vez porque hace años, muchísimos años, que no vivía una eucaristía.

En un momento de su liturgia, el sacerdote dijo algo así como “protégenos de toda perturbación”. Como duermo poco, estuve “reinando” durante buena parte de la noche en que habría que suprimir dicha frase o bien hacerla positiva, o sea, pedir al Misterio que nos otorgue, al menos, un par de perturbaciones anuales.

Jesús de Nazaret fue una perturbación andante en aquel mundo que le tocó vivir, no digo que fuera un perturbado, que pudiera ser que sí, sino que su mensaje, en algunas personas de su tiempo, produjo serias pero felices perturbaciones.

He aquí algunas de sus ocurrencias, por ejemplo, aquello de “si te pegan en una mejilla, pon la otra”; o “yo no he venido a traer la paz a este mundo, sino la guerra”; o refiriéndose a su madre y sus hermanos, él dijo aquella cosa tan extraña para nosotros “mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad del Padre”; no digamos nada de cuando se entretuvo en aseverar “dejad que los muertos entierren a los muertos”; o cuando le espetó al Sumo Sacerdote “tú lo has dicho, en verdad yo soy el hijo de Dios”, etc.

Lo dicho, Jesús, profeta y mesías, todo con minúsculas, producía en el gentío un manantío de perturbaciones, de santos y mártires que, al grito de “amaos los unos a los otros como yo os he amado” intentaron cambiar las estructuras del poder, hasta que el poder, siempre tan listo y sagaz, entregó a sus seguidores una parte de él y ya todo se convirtió en tedioso, religioso, ceremonioso y litúrgico.

Un servidor, por ejemplo, sabe que todos los milímetros del mañana están perfectamente encajados; sé todo lo que va a acontecer en mí, a no ser que una perturbación, el amor desde luego, revolucione de nuevo mi vida.

Y es que el amor, no lo duden, es una santa perturbación.

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