El Robert S. McNamara que ayudó a conducir a Estados Unidos a la derrota y la vergüenza de Vietnam nunca habría anticipado ni confiado lo que estoy a punto de volver a contar. Ninguno de los ordenadores de los que dependió para planificar esa guerra sabían computar la casualidad o el instinto.
No estoy seguro de lo que el otro McNamara -- el melancólico expresidente del Banco Mundial lleno de remordimientos al que llegué a conocer más íntimamente terminada la guerra de Vietnam -- habría sacado en conclusión de esta circunstancia: La noticia de su fallecimiento a los 93 años de edad me sorprendió mientras hablaba acerca de la historia y el futuro de la contrainsurgencia en Asia con un teniente del ejército de 23 años de edad que está tomando contacto con la idea de ser movilizado al frente de Afganistán en cuestión de un año.
El anciano McNamara habría sido agnóstico en torno a la coincidencia, sospecho. Era descrito con frecuencia como una figura trágica sumergida por completo en esa etapa de su vida en la expiación de los pecados cometidos. Trágica fue -- aún con más razón porque al final se negó a comprender o aceptar la forma en la que había ayudado a crear la tragedia que destruyó su reputación. De los fracasos de McNamara, ese fue el mayor.
De manera que planteo la más cruel de las preguntas a Alex Frank, en el curso de formación para oficiales de infantería actualmente, tras escucharle defender la idea de que se podría hacer funcionar la contrainsurgencia en Afganistán. McNamara pensaba eso de Indochina, dije yo. ¿Por qué iba a ser diferente en Asia Central?
"McNamara parecía subestimar la importancia de modelar el entorno antes de actuar," respondía Frank, un amigo de la familia versado amplia y profundamente en la literatura del conflicto de guerrillas citándola con facilidad. "Se acumula la energía suficiente y en puntos de inflexión decisivos esa energía se desata para determinar el resultado."
Rápidamente añade: "En los tiempos de McNamara, todo el mundo en la administración compartía el mismo discurso. No había ningún debate de las posturas. Todo era 'lleva allí a los soldados y los cacharros y el conflicto se zanjará por sí solo.' Eso no es cierto hoy."
Esperemos que tenga razón en Afganistán. Yo no estoy convencido aún. En materia de McNamara y Vietnam, las opiniones de Frank encajan con las de Ward Just, importante corresponsal de guerra y más tarde soberbio novelista del Washington de aquellos años.
"McNamara no era un mal hombre, sólo que era el hombre inadecuado," me decía Just el lunes. "Todo tenía que estar justificado y explicado con cifras y ordenadores. Eso le condujo a malinterpretar la realidad fundamental de la guerra: Ellos la deseaban más que nosotros. Hasta un corresponsal entendía eso entrado 1967."
Y aun así McNamara fue considerado lo más granado del gabinete New Frontiersmen compuesto por John F. Kennedy cuando salió de la Ford Motor Co. para dirigir el Pentágono. Mientras Estados Unidos avanzaba dificultosamente en Indochina, se armó de datos y el aura de invencibilidad arrogante excluyente de argumentos de la historia, y carácter nacional, que pronosticó el desastre americano.
"The Best and the Brightest," de David Halberstam, entre otras obras y documentales cuenta esa historia. Pero a mi modo de ver, McNamara en persona redactó lo más perjudicial que se ha escrito nunca acerca de él en sus memorias de 1995, "In Retrospect."
No pongo en tela de juicio la creencia que él afirma en ese libro de que Estados Unidos "luchó en Vietnam durante ocho años por lo que creía eran razones buenas y honestas," incluso si eran poco afortunadas. Pero al afirmar que no había un conocimiento significativo acerca de Vietnam en el gobierno que guiara a los legisladores, McNamara falsifica sus propios precedentes de ignorar o rechazar la disidencia de Paul Kattenburg y George Ball entre otros que sí vieron venir el desastre y defendieron cambios en la política.
McNamara también había invertido demasiado en las políticas bélicas que había recomendado a Kennedy y Lyndon Johnson para seguir su consejo. Así que se aferró a la ilusión de que nunca había existido. No podría haber un relato más aleccionador para los altos funcionarios que ahora ostentan el poder.
Afortunadamente para los oficiales jóvenes como Alex Frank, y para el resto de nosotros, Washington es hoy un lugar muy diferente y más abierto. George W. Bush cambió por fin de rumbo en Irak y rescató la implicación estadounidense allí de un colapso similar al de Vietnam. Y el Presidente Obama ha actuado de forma más atenta en Irak y Afganistán de lo que indicaron sus promesas de campaña.
Está trabajando para dar a los pueblos de ambas naciones la oportunidad de vivir con seguridad y decencia. Para tener éxito, Obama tendrá que convencer a la opinión pública estadounidense de manifestar paciencia estratégica con esos esfuerzos. Tendrá que evitar en pocas palabras la ceguera y la arrogancia que Robert McNamara, tan brillante como fue, tristemente llegó a encarnar.
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