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Opinión
Etiquetas | Diplomacia | Contencioso | Embajador | Sahara | Gibraltar | Política exterior
Hasta que España no resuelva su complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar el puesto que corresponde a la que fue primera potencia a escala planetaria

Los contenciosos diplomáticos españoles ante el 2024

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Desde que publiqué mis primeros libros de ciencia política y diplomacia hace varias décadas, siempre tuve la impresión, la aprensión quizá mejor, de que intentar desbloquear nuestros contenciosos diplomáticos, el tema clásico, recurrente e irresuelto que no irresoluble de política exterior, se presentaba como tarea harto complicada, donde a la búsqueda de la deseable, necesaria armonía (hasta con h) se requiere compatibilizar la ortodoxia con la ‘realpotikik’. Y naturalmente, con el derecho.


(Los primeros libros, más de uno hoy de referencia, los publiqué en Argentina. El MAEC sólo ha editado uno, cuya cuarta edición está agotada, más clásico todavía por el prólogo del ministro Moratinos, que es un canto a la carrera, en la línea de la insuperable definición de la noble tarea diplomática: “con la brújula loca pero fija la fe”, que acuñó Foxá. Un párrafo del prólogo dice: “El Embajador Ángel Ballesteros es uno de los diplomáticos que sigue una tradición literaria en el campo de la ciencia política y las relaciones internacionales, al tiempo que contribuye a ampliar la influencia de España en el mundo, velan por nuestros ciudadanos e intereses en el exterior y posibilitan que nuestro país contribuya de manera efectiva a la comunidad internacional y a la construcción de un mundo en paz, más justo y solidario”. “Velan por nuestros ciudadanos”, qué mayor timbre de gloria en el sufrido servicio exterior que la atención a nuestros compatriotas en latitudes ajenas. Yo también he participado muy modestamente claro, desde descender en Sao Tomé en una escala del avión que me llevaba a Angola, entre rumores de golpe de Estado, para asistir a los españoles que allí estaban sin ninguna protección, hasta ser el primer y único diplomático que se ocupó de los 339 compatriotas, los censé, que quedaron en el Sáhara…).


Una de las manifestaciones tradicionales de la insuficiente técnica en política exterior de Madrid, consiste en dejar deteriorarse determinadas cuestiones hasta extremos de muy difícil o al menos, complicada reconducción, cuya virtualidad constituye un dato antes que un subdato y no requiere exégesis profundas para su constatación. No sería difícil en verdad figurarse los juicios de valor de los maestros internacionalistas españoles del XVI, al contemplar el atolladero, el desaguisado en el obligado eufemismo, en que nos colocaron los estrategas directivos del franquismo, y los anteriores claro, sin que los sucesivos gobiernos, es de suponer que con algún que otro émulo de Metternich en sus filas, unos más y otros menos, les hayan enmendado la plana en los términos que se requiere. Y así hasta la situación actual, que resulta imperativo superar cuanto antes, en base al argumento primario del respeto a los principios y responsabilidades. Del cumplimiento del derecho, nacional e internacional.


Hoy nuestros contenciosos diplomáticos arrojan en general un déficit asaz agravado y creciente. Pero por eso mismo, queremos creer, enmendable. Ese es el punto ahora, negarse a aceptar esa especie de tendencia inercial cierto que parcial, a procurar revertirla en lo que proceda, cuando forzados casi desde siempre a jugar con las negras en el proceloso tablero de nuestras controversias territoriales, las incuestionables y asimismo aquellas en las que la ambivalencia de la política, que siendo interior presenta dimensiones exteriores, parece existir todavía un margen de probabilidades a fin de que pasemos a hacerlo con las blancas, a intentar llevar la obligada iniciativa.


Ya no se trata, como he reiterado ‘ad nauseam’ administrativa, de mis antiguos intentos para crear una oficina ad hoc-que sólo con Moratinos estuvieron a punto de materializarse, “lo haremos cuando yo sea ministro”, pero tampoco; asimismo intentó  antes algo similar Morán, con su Comité del Estrecho, donde un reducido grupo de diplomáticos y militares/marinos nos ocuparíamos de ambas orillas pero al parecer una filtración a la prensa, el asunto era secreto, lo dejó en nonato- de hacer las cosas como es debido, para su tratamiento coordinado puesto que los tres grandes están entrelazados como en una madeja sin cuenda, donde al tirar del hilo de uno para desenrollarlo surgen automática, simultáneamente los otros dos. En la actualidad se ha llegado a un límite donde la cuestión radica en hacer lo que se pueda, y si bien es cierto que inmersos en una larga y complicada y crispada dinámica política, no parece ser el momento idóneo, cuando el espacio para otros temas en el imaginario nacional se reduce considerablemente, se impondría el acuciante pragmatismo, vertebrado en la técnica de la coyuntura. Esto es, el recordatorio, el aldabonazo por humilde que sea, como éste, que se envía a diestro y siniestro-tema de Estado- desde profesionales a aficionados.


A la inaceptable situación actual se ha llegado por un cúmulo de circunstancias, las más, aunque no todas, previsibles, nucleadas por el movimiento sanchista sobre el Sáhara, que, unido a una suerte de diplomacia secreta, o quizá no cumplidamente explicitada, con sus aditamentos, ha llevado la cuestión a la palestra. A lo que se suma la incapacidad, crónica y manifiesta, sobre Gibraltar, donde, si fuera lícito en este caso el vocablo, la inverecundia contraria reclama la evocación de Gondomar, “a Ynglaterra, metralla que pueda descalabrarles” y eso que todavía no habían tomado el Peñón. O la indolencia y la imprevisión, la pasividad, hasta el 2021 no se han incluido Ceuta y Melilla en el Plan de Estrategia Nacional; no parece fácil ciertamente felicitar a nuestros, numerosos, estrategas Y el persistente impasse en las negociaciones generales sobre las aguas jurisdiccionales, aparte de la cuestión previa de determinar la naturaleza de las pequeñas islas, habitables o no, y de ahí, la extensión de la soberanía marítima en el diferendo de Las Salvajes, lo que conlleva en este punto concreto de los litigios territoriales, la no delimitación de las ricas aguas circundantes. Como en esa categoría de los diferendos, la indocumentación negociadora, que condujo a aceptar la salida neutral en Perejil, cuando parece existir, con fundamento, no un único, pero sí un mejor derecho de España. El de Olivenza no es jurídico, se inscribe en las relaciones de vecindad y desde ese animus debería de solventarse el incómodo, hasta cartográfico, statu quo.


La disección de las variables anteriores en los tres contenciosos arrojaría la siguiente sinopsis, siempre presidida por el omnipresente “parece”, porque “la diplomacia es la primera de las ciencias inexactas”, en la catalogación del conde de Saint-Aulaire, “por la diversidad de escenarios, por el juego del alors, del en ce cas”. En definitiva, podría apostillarse en elemental vía didáctica con la servidumbre procedimental del relativismo en cuanto falta de certeza, por el hecho de que la política exterior no depende de uno sino de otros, no es unilateral sino bilateral y crecientemente pluri, multilateral.


La salida -mejor que solución, que en el estado actual de la cuestión no excede del desiderátum- en el Sáhara Occidental radica ineludiblemente en el acuerdo directo entre las partes, entre Marruecos y la RASD. Para llegar a ella, Madrid, amén de clausurar el movimiento sanchista, y de superar la postura oficial anterior de neutralidad activa por insuficiente, tiene que implementar una diplomacia más activa que la que le permite el formar parte del Grupo de Amigos, porque evidentemente España es para el Sáhara bastante más que uno de esa pentarquía mediatizada. Tiene que ostentar mayor visibilidad, por ejemplo, nombrando a alguien con conocimientos y vocación para coadyuvar con el bueno de De Mistura, que ha tardado año y medio en visitar El Aaiún y cuyo grado de efectividad no escapa a lo habitual de la ya larga lista de mediadores de la ONU, que ciertamente no parece gozar de los favores del Olimpo diplomático.


Una vez conseguido el acuerdo entre las partes, la “solución política” que se propugna desde la elemental realpolitik obviando un referéndum ya prácticamente irrealizable, procede materializarlo. Y ahí, por encima de la gran imaginación y sutileza propias del mundo árabe, a la búsqueda de la fórmula mágica, una salida a no descartar sería la partición, que postuló Kofi Annam en el 2002 como tercera de cuatro opciones y a la que me adscribo a título preferente aunque no exclusivo. Ya he reiterado que ni Rabat podría ceder más porque se produciría un golpe de Estado-ahí están mis estudios sobre conspiraciones, confabulaciones y complots, degenerando en el golpe- esta vez definitivo para el trono alauita, ni los saharauis aceptar menos, porque la opción ofrecida por Palacio de una autonomía por muy amplia que fuere podría implicar que los hijos de la nube terminaran absorbidos, que la entidad saharaui se fuera debilitando, que la nación saharaui se acabara extinguiendo.


Ceuta y Melilla se vienen caracterizando, como digo continuamente, por la hipostenia in crescendo sostenido de la posición y el animus españoles, sometidas a una progresiva asfixia desde Marruecos en base a su imprescriptible e irrenunciable, es constitutiva de su idearium político, nunca va a cesar, reivindicación histórica. “Tengo la esperanza de que algún día las ciudades, como ha ocurrido con nuestro Sáhara, volverán a la Madre Patria”, decía y escribía Hassan IIen aquellos crepúsculos calmos y azules del añorado Rabat, con la suavidad y la persistencia típicas árabes. sin que tal vez Madrid no termine de dar respuesta adecuada y bastante -hay que insistir en la vía europea-a la continua queja, al parecer un tanto inaudible por estos pagos, de sus sufridos habitantes, en primera línea además de nuestras controversias.


En el futurible que acuñó en el 75 el diplomático Francisco Villar, luego representante permanente ante Naciones Unidas, durante la crisis de la Marcha Verde, “…así quedan las ciudades pendiendo cual espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno español hasta que a Rabat le interese reactivarlas”, si Marruecos terminara sacando adelante la reclamación que Hassan II dejó congelada ante el Comité de los 24, “al disociarla del Sáhara, en el que convenía concentrarse en aquellos momentos”, matiza Villar, en ese supuesto diplomático teórico, no queda enteramente claro – en mi opinión, cierto que ignorando hasta qué punto coincide con la de la sutil, hábil y correosa diplomacia alauita-que en ninguna de las modalidades de la libre autodeterminación, que a tenor de las Resoluciones pertinentes, 1514(XV), 1541(XV) y 2265(XVI), en un catálogo abierto, son independencia, libre asociación, integración o cualquier otro estatuto político, las ciudades, e islas y peñones, pasaran a Rabat. Siempre habría que atender al factor primario, el respeto a la voluntad de los habitantes, naturales no artificiales como los llanitos en Gibraltar, base de cualquier derecho internacional que se proclame moderno. En efecto, existiría la posibilidad de que Marruecos “recuperara” las ciudades, pero se daría también la misma posibilidad sólo que con visos de mayor probabilidad, de que se desestimara la opción marroquí o si se prefiere que los habitantes se decantarían por la alternativa española. Y si se quiere, incluso, la misma independencia, todo ello como he argumentado in extenso en distintas publicaciones.


Y Gibraltar. Vistas las políticas socialistas apaciguadoras, de una zona de prosperidad compartida -el desarrollo del Campo de Gibraltar supone una exigencia impostergable- pero alejadas del iter, plagado de recovecos y desviaciones, que conduce a la recuperación de la llave del castillo del pendón gibraltareño, es decir de la soberanía, único enfoque pertinente para una colonia, ante la ONU y para la UE, que rompe la integridad de España, principio fundamentas de la lógica comunitaria internacional y así plasmado en la Carta de Naciones Unidas. Y asimismo recordando en lo que quedó, con el Brexit, el “pondré la bandera en el peñón antes de cuatro meses”, lanzado desde las filas conservadoras, o el más célebre aserto , el “ya te he dicho que Gibraltar caerá como fruta madura”, con el que el caudillo desde su presciencia vaticinadora, tranquilizaba a su primo y secretario, permítanme despachar tamaño asunto con unas líneas que escribo en la biblioteca del muy británico Reform Club, ante la memoria viva de sus ilustres miembros Churchill, Gladstone, Russell, Palmerston, que todos ello se ocuparon de The Rock y como Fox, cantaron su carácter de inexpugnable, al tiempo de rememorar el monumental “Gibraltar y los españoles”, que escribió el diplomático catalán Gil Armangué en los 60, recogiendo innumerables, casi 300,testimonios tendentes a la recuperación del peñón, opina hasta Voltaire, amigo de nuestro embajador en Versalles, conde de Aranda, y menciona tesis imaginables y hasta inimaginables, como el arrojar bombas mefíticas, que provocarían la huida de los invasores.


No hace ni una semana que el viceministro principal Josep García ha vuelto a invocar ante la Cuarta Comisión, el derecho de autodeterminación de los gibraltareños, reclamando la descolonización del Peñón. Pero a su favor, para los llanitos, cuarta economía per cápita a nivel planetario y con más de trescientos años de usucapión que, desde su óptica, es de suponer que también constituya título vinculante. Tras calificar de “idea aterradora” que España pretenda recobrar la soberanía, afirmó que ni siquiera aceptarían una cosoberanía: “sería depender de dos potencias coloniales en lugar de una”. A todo esto, Moncloa-Santa Cruz siguen trabajando con sus contrapartes en el principio de acuerdo de fin de año del 2020.


Ya cito antes al conde de Gondomar, el embajador más positivamente activo que hemos tenido ante la corte de San Jaime: “A Ynglaterra metralla que pueda descalabrarles”, lo que, en versión moderna, actual, se traduciría en la aplicación del tratado de Utrecht hasta donde proceda, hasta donde se pueda…


Vengo reiterando en conclusión uniforme, dos máximas. España, a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, a veces da la impresión de tener más dificultades que otros países de su nivel no ya para gestionar sino para localizar e incluso hasta para identificar, el interés nacional. Asimismo, acostumbro a advertir, como máxima diplomática, que hasta que España no resuelva o al menos encauce adecuadamente su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar el puesto que corresponde a la que fue primera potencia a escala planetaria y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes.


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Adenda para hispánicos comprometidos. Termino este artículo en La Serradilla, la vieja casona familiar de granito, rodeada de pinos centenarios, desde la que se ven las murallas de Ávila, pidiendo la inspiración de Santa Teresa la Docta. Y rindiendo homenaje a Castiella y su equipo, que trabajaron con honor y sin desánimo, para recuperar Gibraltar, con su jefe de gabinete Marcelino Oreja, “el valor más sólido de la Carrera”, reza la fotografía que le dedicó, que me invita a Morales y Políticas, como Herrero y Rodríguez de Miñón o como Dalmacio Negro. Tened a bien organizar algo en tan ilustre sede, en la esperanza de que toquemos la tecla.

Los contenciosos diplomáticos españoles ante el 2024

Hasta que España no resuelva su complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar el puesto que corresponde a la que fue primera potencia a escala planetaria
Ángel Manuel Ballesteros
jueves, 2 de noviembre de 2023, 09:37 h (CET)

Desde que publiqué mis primeros libros de ciencia política y diplomacia hace varias décadas, siempre tuve la impresión, la aprensión quizá mejor, de que intentar desbloquear nuestros contenciosos diplomáticos, el tema clásico, recurrente e irresuelto que no irresoluble de política exterior, se presentaba como tarea harto complicada, donde a la búsqueda de la deseable, necesaria armonía (hasta con h) se requiere compatibilizar la ortodoxia con la ‘realpotikik’. Y naturalmente, con el derecho.


(Los primeros libros, más de uno hoy de referencia, los publiqué en Argentina. El MAEC sólo ha editado uno, cuya cuarta edición está agotada, más clásico todavía por el prólogo del ministro Moratinos, que es un canto a la carrera, en la línea de la insuperable definición de la noble tarea diplomática: “con la brújula loca pero fija la fe”, que acuñó Foxá. Un párrafo del prólogo dice: “El Embajador Ángel Ballesteros es uno de los diplomáticos que sigue una tradición literaria en el campo de la ciencia política y las relaciones internacionales, al tiempo que contribuye a ampliar la influencia de España en el mundo, velan por nuestros ciudadanos e intereses en el exterior y posibilitan que nuestro país contribuya de manera efectiva a la comunidad internacional y a la construcción de un mundo en paz, más justo y solidario”. “Velan por nuestros ciudadanos”, qué mayor timbre de gloria en el sufrido servicio exterior que la atención a nuestros compatriotas en latitudes ajenas. Yo también he participado muy modestamente claro, desde descender en Sao Tomé en una escala del avión que me llevaba a Angola, entre rumores de golpe de Estado, para asistir a los españoles que allí estaban sin ninguna protección, hasta ser el primer y único diplomático que se ocupó de los 339 compatriotas, los censé, que quedaron en el Sáhara…).


Una de las manifestaciones tradicionales de la insuficiente técnica en política exterior de Madrid, consiste en dejar deteriorarse determinadas cuestiones hasta extremos de muy difícil o al menos, complicada reconducción, cuya virtualidad constituye un dato antes que un subdato y no requiere exégesis profundas para su constatación. No sería difícil en verdad figurarse los juicios de valor de los maestros internacionalistas españoles del XVI, al contemplar el atolladero, el desaguisado en el obligado eufemismo, en que nos colocaron los estrategas directivos del franquismo, y los anteriores claro, sin que los sucesivos gobiernos, es de suponer que con algún que otro émulo de Metternich en sus filas, unos más y otros menos, les hayan enmendado la plana en los términos que se requiere. Y así hasta la situación actual, que resulta imperativo superar cuanto antes, en base al argumento primario del respeto a los principios y responsabilidades. Del cumplimiento del derecho, nacional e internacional.


Hoy nuestros contenciosos diplomáticos arrojan en general un déficit asaz agravado y creciente. Pero por eso mismo, queremos creer, enmendable. Ese es el punto ahora, negarse a aceptar esa especie de tendencia inercial cierto que parcial, a procurar revertirla en lo que proceda, cuando forzados casi desde siempre a jugar con las negras en el proceloso tablero de nuestras controversias territoriales, las incuestionables y asimismo aquellas en las que la ambivalencia de la política, que siendo interior presenta dimensiones exteriores, parece existir todavía un margen de probabilidades a fin de que pasemos a hacerlo con las blancas, a intentar llevar la obligada iniciativa.


Ya no se trata, como he reiterado ‘ad nauseam’ administrativa, de mis antiguos intentos para crear una oficina ad hoc-que sólo con Moratinos estuvieron a punto de materializarse, “lo haremos cuando yo sea ministro”, pero tampoco; asimismo intentó  antes algo similar Morán, con su Comité del Estrecho, donde un reducido grupo de diplomáticos y militares/marinos nos ocuparíamos de ambas orillas pero al parecer una filtración a la prensa, el asunto era secreto, lo dejó en nonato- de hacer las cosas como es debido, para su tratamiento coordinado puesto que los tres grandes están entrelazados como en una madeja sin cuenda, donde al tirar del hilo de uno para desenrollarlo surgen automática, simultáneamente los otros dos. En la actualidad se ha llegado a un límite donde la cuestión radica en hacer lo que se pueda, y si bien es cierto que inmersos en una larga y complicada y crispada dinámica política, no parece ser el momento idóneo, cuando el espacio para otros temas en el imaginario nacional se reduce considerablemente, se impondría el acuciante pragmatismo, vertebrado en la técnica de la coyuntura. Esto es, el recordatorio, el aldabonazo por humilde que sea, como éste, que se envía a diestro y siniestro-tema de Estado- desde profesionales a aficionados.


A la inaceptable situación actual se ha llegado por un cúmulo de circunstancias, las más, aunque no todas, previsibles, nucleadas por el movimiento sanchista sobre el Sáhara, que, unido a una suerte de diplomacia secreta, o quizá no cumplidamente explicitada, con sus aditamentos, ha llevado la cuestión a la palestra. A lo que se suma la incapacidad, crónica y manifiesta, sobre Gibraltar, donde, si fuera lícito en este caso el vocablo, la inverecundia contraria reclama la evocación de Gondomar, “a Ynglaterra, metralla que pueda descalabrarles” y eso que todavía no habían tomado el Peñón. O la indolencia y la imprevisión, la pasividad, hasta el 2021 no se han incluido Ceuta y Melilla en el Plan de Estrategia Nacional; no parece fácil ciertamente felicitar a nuestros, numerosos, estrategas Y el persistente impasse en las negociaciones generales sobre las aguas jurisdiccionales, aparte de la cuestión previa de determinar la naturaleza de las pequeñas islas, habitables o no, y de ahí, la extensión de la soberanía marítima en el diferendo de Las Salvajes, lo que conlleva en este punto concreto de los litigios territoriales, la no delimitación de las ricas aguas circundantes. Como en esa categoría de los diferendos, la indocumentación negociadora, que condujo a aceptar la salida neutral en Perejil, cuando parece existir, con fundamento, no un único, pero sí un mejor derecho de España. El de Olivenza no es jurídico, se inscribe en las relaciones de vecindad y desde ese animus debería de solventarse el incómodo, hasta cartográfico, statu quo.


La disección de las variables anteriores en los tres contenciosos arrojaría la siguiente sinopsis, siempre presidida por el omnipresente “parece”, porque “la diplomacia es la primera de las ciencias inexactas”, en la catalogación del conde de Saint-Aulaire, “por la diversidad de escenarios, por el juego del alors, del en ce cas”. En definitiva, podría apostillarse en elemental vía didáctica con la servidumbre procedimental del relativismo en cuanto falta de certeza, por el hecho de que la política exterior no depende de uno sino de otros, no es unilateral sino bilateral y crecientemente pluri, multilateral.


La salida -mejor que solución, que en el estado actual de la cuestión no excede del desiderátum- en el Sáhara Occidental radica ineludiblemente en el acuerdo directo entre las partes, entre Marruecos y la RASD. Para llegar a ella, Madrid, amén de clausurar el movimiento sanchista, y de superar la postura oficial anterior de neutralidad activa por insuficiente, tiene que implementar una diplomacia más activa que la que le permite el formar parte del Grupo de Amigos, porque evidentemente España es para el Sáhara bastante más que uno de esa pentarquía mediatizada. Tiene que ostentar mayor visibilidad, por ejemplo, nombrando a alguien con conocimientos y vocación para coadyuvar con el bueno de De Mistura, que ha tardado año y medio en visitar El Aaiún y cuyo grado de efectividad no escapa a lo habitual de la ya larga lista de mediadores de la ONU, que ciertamente no parece gozar de los favores del Olimpo diplomático.


Una vez conseguido el acuerdo entre las partes, la “solución política” que se propugna desde la elemental realpolitik obviando un referéndum ya prácticamente irrealizable, procede materializarlo. Y ahí, por encima de la gran imaginación y sutileza propias del mundo árabe, a la búsqueda de la fórmula mágica, una salida a no descartar sería la partición, que postuló Kofi Annam en el 2002 como tercera de cuatro opciones y a la que me adscribo a título preferente aunque no exclusivo. Ya he reiterado que ni Rabat podría ceder más porque se produciría un golpe de Estado-ahí están mis estudios sobre conspiraciones, confabulaciones y complots, degenerando en el golpe- esta vez definitivo para el trono alauita, ni los saharauis aceptar menos, porque la opción ofrecida por Palacio de una autonomía por muy amplia que fuere podría implicar que los hijos de la nube terminaran absorbidos, que la entidad saharaui se fuera debilitando, que la nación saharaui se acabara extinguiendo.


Ceuta y Melilla se vienen caracterizando, como digo continuamente, por la hipostenia in crescendo sostenido de la posición y el animus españoles, sometidas a una progresiva asfixia desde Marruecos en base a su imprescriptible e irrenunciable, es constitutiva de su idearium político, nunca va a cesar, reivindicación histórica. “Tengo la esperanza de que algún día las ciudades, como ha ocurrido con nuestro Sáhara, volverán a la Madre Patria”, decía y escribía Hassan IIen aquellos crepúsculos calmos y azules del añorado Rabat, con la suavidad y la persistencia típicas árabes. sin que tal vez Madrid no termine de dar respuesta adecuada y bastante -hay que insistir en la vía europea-a la continua queja, al parecer un tanto inaudible por estos pagos, de sus sufridos habitantes, en primera línea además de nuestras controversias.


En el futurible que acuñó en el 75 el diplomático Francisco Villar, luego representante permanente ante Naciones Unidas, durante la crisis de la Marcha Verde, “…así quedan las ciudades pendiendo cual espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno español hasta que a Rabat le interese reactivarlas”, si Marruecos terminara sacando adelante la reclamación que Hassan II dejó congelada ante el Comité de los 24, “al disociarla del Sáhara, en el que convenía concentrarse en aquellos momentos”, matiza Villar, en ese supuesto diplomático teórico, no queda enteramente claro – en mi opinión, cierto que ignorando hasta qué punto coincide con la de la sutil, hábil y correosa diplomacia alauita-que en ninguna de las modalidades de la libre autodeterminación, que a tenor de las Resoluciones pertinentes, 1514(XV), 1541(XV) y 2265(XVI), en un catálogo abierto, son independencia, libre asociación, integración o cualquier otro estatuto político, las ciudades, e islas y peñones, pasaran a Rabat. Siempre habría que atender al factor primario, el respeto a la voluntad de los habitantes, naturales no artificiales como los llanitos en Gibraltar, base de cualquier derecho internacional que se proclame moderno. En efecto, existiría la posibilidad de que Marruecos “recuperara” las ciudades, pero se daría también la misma posibilidad sólo que con visos de mayor probabilidad, de que se desestimara la opción marroquí o si se prefiere que los habitantes se decantarían por la alternativa española. Y si se quiere, incluso, la misma independencia, todo ello como he argumentado in extenso en distintas publicaciones.


Y Gibraltar. Vistas las políticas socialistas apaciguadoras, de una zona de prosperidad compartida -el desarrollo del Campo de Gibraltar supone una exigencia impostergable- pero alejadas del iter, plagado de recovecos y desviaciones, que conduce a la recuperación de la llave del castillo del pendón gibraltareño, es decir de la soberanía, único enfoque pertinente para una colonia, ante la ONU y para la UE, que rompe la integridad de España, principio fundamentas de la lógica comunitaria internacional y así plasmado en la Carta de Naciones Unidas. Y asimismo recordando en lo que quedó, con el Brexit, el “pondré la bandera en el peñón antes de cuatro meses”, lanzado desde las filas conservadoras, o el más célebre aserto , el “ya te he dicho que Gibraltar caerá como fruta madura”, con el que el caudillo desde su presciencia vaticinadora, tranquilizaba a su primo y secretario, permítanme despachar tamaño asunto con unas líneas que escribo en la biblioteca del muy británico Reform Club, ante la memoria viva de sus ilustres miembros Churchill, Gladstone, Russell, Palmerston, que todos ello se ocuparon de The Rock y como Fox, cantaron su carácter de inexpugnable, al tiempo de rememorar el monumental “Gibraltar y los españoles”, que escribió el diplomático catalán Gil Armangué en los 60, recogiendo innumerables, casi 300,testimonios tendentes a la recuperación del peñón, opina hasta Voltaire, amigo de nuestro embajador en Versalles, conde de Aranda, y menciona tesis imaginables y hasta inimaginables, como el arrojar bombas mefíticas, que provocarían la huida de los invasores.


No hace ni una semana que el viceministro principal Josep García ha vuelto a invocar ante la Cuarta Comisión, el derecho de autodeterminación de los gibraltareños, reclamando la descolonización del Peñón. Pero a su favor, para los llanitos, cuarta economía per cápita a nivel planetario y con más de trescientos años de usucapión que, desde su óptica, es de suponer que también constituya título vinculante. Tras calificar de “idea aterradora” que España pretenda recobrar la soberanía, afirmó que ni siquiera aceptarían una cosoberanía: “sería depender de dos potencias coloniales en lugar de una”. A todo esto, Moncloa-Santa Cruz siguen trabajando con sus contrapartes en el principio de acuerdo de fin de año del 2020.


Ya cito antes al conde de Gondomar, el embajador más positivamente activo que hemos tenido ante la corte de San Jaime: “A Ynglaterra metralla que pueda descalabrarles”, lo que, en versión moderna, actual, se traduciría en la aplicación del tratado de Utrecht hasta donde proceda, hasta donde se pueda…


Vengo reiterando en conclusión uniforme, dos máximas. España, a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, a veces da la impresión de tener más dificultades que otros países de su nivel no ya para gestionar sino para localizar e incluso hasta para identificar, el interés nacional. Asimismo, acostumbro a advertir, como máxima diplomática, que hasta que España no resuelva o al menos encauce adecuadamente su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no volverá a ocupar el puesto que corresponde a la que fue primera potencia a escala planetaria y cofundadora del derecho internacional al más noble de los títulos, la introducción del humanismo en el derecho de gentes.


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Adenda para hispánicos comprometidos. Termino este artículo en La Serradilla, la vieja casona familiar de granito, rodeada de pinos centenarios, desde la que se ven las murallas de Ávila, pidiendo la inspiración de Santa Teresa la Docta. Y rindiendo homenaje a Castiella y su equipo, que trabajaron con honor y sin desánimo, para recuperar Gibraltar, con su jefe de gabinete Marcelino Oreja, “el valor más sólido de la Carrera”, reza la fotografía que le dedicó, que me invita a Morales y Políticas, como Herrero y Rodríguez de Miñón o como Dalmacio Negro. Tened a bien organizar algo en tan ilustre sede, en la esperanza de que toquemos la tecla.

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