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Opinión
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Hoy sí la construyo

Marino Iglesias Pidal
Redacción
viernes, 26 de junio de 2009, 03:19 h (CET)
La ciudad que tuve intención de construir en mi anterior, digo. Ya comenté que las líneas que limitaran superficies y volúmenes habrían de ser, fundamentalmente, rectas, horizontales y verticales. Esto no significa la, ocasional, utilización de, por ejemplo, arcos como elementos de sostén en algunas superficies verticales, trazados curvos necesarios para suavizar el discurrir del tránsito, etc.

Es decir, la lógica sería la guía del diseño. Una lógica que estaría fundamentada en las fuerzas que rigen nuestro planeta, la de gravedad, evidentemente, es decisiva. No tiene sentido inventar para salvar una contradicción creada por el propio diseñador.

Dicho lo cual. Racionalidad aplicada a la salubridad, la seguridad y la comodidad.

Primer paso, elección del lugar. Hoy en día no ha de ser difícil, conocemos las condiciones geológicas, ambientales, climatológicas… de cualquier punto y hasta podemos predecir las posibles variaciones. Considero una memez – justificada por la estúpida parcelización geopolítica del planeta - la descomunal lucha que, por citar un ejemplo, sostienen los japoneses para mantenerse sobre unas crestas encabritadas a perpetuidad, ¡joder! Que se muden a algún punto de África geológicamente estable, a ver si de paso sacan de la miseria a esa gente que se está muriendo de hambre, de sed y de todo lo que pede matar a uno.

Ya he dicho en anteriores ocasiones que la única vía que la humanidad tiene para defenderse de sí misma sería hacer de la Tierra una sola nación.

Sigo. La ciudad constará de dos plantas. La planta baja dedicada al tránsito vehicular; transporte, tanto de mercancías como de pasajeros. Los bajos de los edificios, todos, evidentemente, en esta planta, serían destinados a almacenes, depósitos, fábricas no contaminantes, etc. La primera planta exclusivamente peatonal. Las aceras, naturalmente en esta planta, serían, las orientadas al mediodía, así como las fachadas con esa misma orientación y los tejados, de una sola agua, serían, digo, de placas solares; las peatonales, con superficie antideslizante y neutralizante térmico, y los espacios que, en la ciudad convencional que habitamos ahora mismo están dedicados al tráfico rodado, aquí serían espacios abiertos, con el fin de mantener convenientemente aireada e iluminada la planta baja y que los servicios, tales como el de bomberos, o el de elevación y descenso de diferentes elementos cuyo manejo sea más fácil por el exterior de las edificaciones, no tengan dificultad alguna para desplegar hacia lo alto sus medios. Los parques y jardines serían lo que podríamos llamar “ojos verdes abiertos al cielo”…

Ni que decir tiene: Energía contaminante, CERO. La red de transporte público – eléctrica, por supuesto – haría prácticamente innecesario el uso de vehículos particulares, pero, en caso de su utilización, también deberían ser impulsados por energía limpia.

Bien, creo que este bosquejo es suficiente. Sólo me resta decir que considero ésta una forma, más que importante, trascendental, para mejorar la calidad de vida, patentizar un desarrollo inteligente y, desde luego, la ejecución de un proyecto de esta índole ¡sí que dispararía la creación de puestos de trabajo! Por algo.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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