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La abolición del varón

Francisco Rodríguez Barragán
Francisco Rodríguez
miércoles, 10 de junio de 2009, 08:34 h (CET)
La lucha del feminismo desde el siglo XIX por la participación de las mujeres en la vida pública mediante el sufragio electoral, el acceso a la enseñanza superior, el ejercicio profesional, la supresión de las prohibiciones que le vedaban el acceso al ejército o la judicatura, entre otras, gozó del apoyo y la simpatía de la parte más sana de la sociedad, aunque hubiera reticencias de gente anclada en el pasado o de partidos políticos de izquierda, que no veían con buenos ojos el voto femenino, que podría estar influido por el clero.

Pero hacia la mitad del siglo pasado el feminismo se radicalizó con las prédicas de Simone de Beauvoir, que ya no luchaba por la igualdad jurídica de las mujeres sino por la supresión de la diferencia sexual y el rechazo de la maternidad, del matrimonio y de la familia.

En un número extra, monográfico sobre el matrimonio, que publicó la revista Triunfo en Abril de 1971, una feminista radical, aún en ejercicio, Lidia Falcón, decía que si en aquel momento luchaba por el divorcio, tendría que empezar a luchar por acabar con el matrimonio. Buena parte de las propuestas que aparecían en aquella revista: disolución del matrimonio por voluntad de las partes, divorcio rápido, contracepción, iniciación sexual, etc. ya están vigentes, propiciadas por los llamados gobiernos progresistas.

También otro atacaba al matrimonio, en plan relativista, diciendo que hay otras formas distintas de matrimonio como la poligamia o la poliandria, ciertas formas de incesto, costumbres sexuales prenupciales, intercambio de esposas o matrimonio de grupos, perfectamente normales en otros contextos sociales, por lo que el matrimonio monogámico occidental era sólo una variedad más entre otras, sujeto a profundos cambios.

Para eliminar la desigualdad en función del sexo, el feminismo radical está consiguiendo que se acepte su teoría de género. La naturaleza biológica que nos hace hombres y mujeres se niega apasionadamente. Se grita el exabrupto de la Beuavoir: “¡no naces mujer, te hacen mujer!” Lo mismo se puede decir del varón. Entonces desaparece nuestro ser biológico para ser una creación cultural a disposición de cada cual, que puede autodeterminarse libremente y elegir cualquiera de las posibilidades que le ofrece el género: heterosexual, masculino o femenino, homosexual, lesbiana, bisexual, transexual o indiferenciado.

Todo se hace ambiguo y provisional. En cualquier momento se puede cambiar de sexo o de orientación sexual y exigir de la sociedad que acepte tales caprichos y veleidades. Curiosamente los que defienden estos cambios para los heterosexuales no los aceptan para homosexuales y si alguien afirma que puede hacerlos cambiar, se le tacha de homófobo y, si es posible, se le lapida.

Me había preguntado muchas veces la razón de que las feministas no alzaran su voz contra los varones que dejan embarazadas a sus parejas ocasionales y resultan exentos de responsabilidad y es que su objetivo es reclamar como derecho absoluto su grito de guerra: “nosotras parimos, nosotras decidimos”. Aquí el varón ya no pinta nada, es meramente un objeto de placer que puede ser sustituido por otro.

Simultáneamente se habla y se introduce en el lenguaje corriente, lo de “la salud sexual y reproductiva de la mujer” que viene a ser algo así como su omnímodo derecho a aparearse con quien le parezca desde la primera primavera en que se revolucionen sus hormonas y su derecho igualmente omnímodo a decidir si aborta o no. Pero hay más, también puede decidir en cualquier momento que tiene derecho a tener un hijo, sean cualquiera sus circunstancias y si no consigue quedarse embarazada, recurrir a todas las técnicas de fecundación posibles, reclamando su derecho.

La subversión es completa. No es la igualdad entre los sexos sino la destrucción, la de-construcción como se dice hoy, del concepto mismo de sexo como complementariedad, como unión amorosa, como fecundidad. He entendido siempre que era el niño quien tenía, además del derecho a vivir, el derecho a tener un padre y una madre, a través de los cuales adquirir su personalidad, destrezas y habilidades básicas para vivir en sociedad. Ahora se nos quiere adoctrinar de que la mujer, no sé si llamarle madre, y sólo la mujer, tiene el derecho absoluto a decidir el cómo, cuándo, dónde, tener un hijo en perfectas condiciones eugenésicas o a eliminarlo si le parece. El varón que puso la mitad de los cromosomas del concebido no pinta nada, queda abolido.

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