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Sergio Brosa

La comedia política

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Hemos asistido, no imperturbables pero sí muy escépticos, al esperpéntico espectáculo de la comedia política que nos han prodigado las candidaturas al Parlamento Europeo. Y acabada la función, al margen de los resultados que la abstención vocifera que nos son indiferentes y si no ha aumentado ha sido para castigar al gobierno, lo que une a los no incondicionales de las candidaturas es el sentimiento común de solicitar que nos devuelvan el dinero.

En efecto, la abstención es el estruendoso pateo del público defraudado y decepcionado que abuchea a los actores, al autor y hasta a los tramoyistas. Entre todos han conseguido que la insatisfacción política alcance récords. En Cataluña tal insatisfacción es oficialmente, según el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) del gobierno catalán, en su índice de junio, del 75,3% ¡Qué bochorno!

Pero a los comediantes políticos les da absolutamente igual la insatisfacción de quienes les pagan el sueldo y prebendas asociadas y perseveran en su farsa que retroalimentan porque tienen la llave de la autosubvención, la más flagrante corrupción global que se está perpetrando ante los ojos de los contribuyentes.

Si los partidos políticos fuesen consecuentes con lo que pregonan, incluirían una casilla en la declaración de renta para que los contribuyentes decidieran por voluntad propia si una parte de sus impuestos se destinaba a sustentar a los partidos políticos con la vigente largueza. Igual que se hace para otros colectivos. Pero los partidos ni son consecuentes aún consigo mismos ni tienen el arrojo necesario para establecer una norma similar, pues en lo único que se ponen de acuerdo es precisamente para subirse las asignaciones parlamentarias al margen de la voluntad de los electores; no precisan la aquiescencia de los contribuyentes porque ellos dictan las leyes.

Pero se ponen de acuerdo también para repartirse con formas democráticas pero impropias de la sensatez política, cuotas de poder, pues en definitiva es la meta última carente de toda prudencia, como acaban de hacer PSOE y PP en Euskadi, en un morrocotudo pacto contra natura allí donde los hay. Se insultan en público hasta la vergüenza ajena, como hemos visto en esta campaña, al tiempo que entre bastidores se prodigan incestuosos arrumaquitos y licenciosos manoseos para repartirse el gobierno vasco y la lehendakaritza, en incontestable babosada política.

Y los contribuyentes que los sostienen, a pagar y a callar, pues su perverso mensaje es: fuera de los partidos no hay gestión posible de la administración pública.

¡Vaya si la hay! Con partidos políticos, desde luego que han de conferir la adecuada estructura para la confrontación de ideas y modelos de llevar a cabo la gestión pública a fin de que los electores tengan un abanico de opciones para elegir. Pero partidos en los que quepan aquellos diputados elegidos directamente por los electores, al margen de la lista de la candidatura en la que estén encuadrados, pues si las listas han de ser cerradas y estar confeccionadas por el aparato de los propios partidos y éstos pueden exigir además la disciplina de voto ¿dónde queda la democracia?

La política cuesta mucho dinero a los contribuyentes y los políticos olvidan a menudo que están al servicio de aquellos y no al revés. En tiempos críticos como los que se viven actualmente, es moralmente reprobable dilapidar el dinero de los contribuyentes en inútiles y corrosivas campañas electorales como la que hemos vivido, que sólo van destinadas al solaz y la complacencia de los incondicionales, ajenos al pensamiento crítico. Es sabida ya la ineficacia de las campañas políticas y más si como ésta se ha limitado a insultar y escarnecer al adversario sin explicar en qué consiste el Parlamento Europeo y qué se juegan los ciudadanos de Europa en él y cómo les afectan sus decisiones.

Falla hasta la misma estructura de la campaña. Por qué no hacer una circunscripción única, Europa. Qué sentido tiene que cada país miembro envíe a unos representantes que a lo único que se van a limitar es a barrer para su terruño. Si se trata de Europa, busquemos a líderes europeos para su parlamento y no a mediocres desechos de tienta como llenan las listas de las candidaturas que ni son líderes y mucho menos líderes europeos. Se evitarían también coaliciones y ligas contra natura entre partidos que nada tienen que ver entre sí, con el sólo afán de poner uno o dos de sus candidatos en el Parlamento Europeo.

Si pretendemos una Unión Europa real y fuerte que pueda acometer las acciones globales necesarias para salir de esta coyuntura económica adversa y ocupar la posición que le corresponde en el concierto de naciones, habrá que dejarse de las extravagantes comedias a las que nos han sometidos las candidaturas en estas tres últimas semanas y emplear el dinero de los contribuyentes con el tino de un buen padre de familia.

El despilfarro que supone disparar con la pólvora del rey, sólo puede predisponer a los electores a mayores cotas de desafección política que se reflejan en la abstención y el desapego por los actores y autores de toda esta farsa política.

La comedia política

Sergio Brosa
Sergio Brosa
lunes, 8 de junio de 2009, 00:53 h (CET)
Hemos asistido, no imperturbables pero sí muy escépticos, al esperpéntico espectáculo de la comedia política que nos han prodigado las candidaturas al Parlamento Europeo. Y acabada la función, al margen de los resultados que la abstención vocifera que nos son indiferentes y si no ha aumentado ha sido para castigar al gobierno, lo que une a los no incondicionales de las candidaturas es el sentimiento común de solicitar que nos devuelvan el dinero.

En efecto, la abstención es el estruendoso pateo del público defraudado y decepcionado que abuchea a los actores, al autor y hasta a los tramoyistas. Entre todos han conseguido que la insatisfacción política alcance récords. En Cataluña tal insatisfacción es oficialmente, según el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) del gobierno catalán, en su índice de junio, del 75,3% ¡Qué bochorno!

Pero a los comediantes políticos les da absolutamente igual la insatisfacción de quienes les pagan el sueldo y prebendas asociadas y perseveran en su farsa que retroalimentan porque tienen la llave de la autosubvención, la más flagrante corrupción global que se está perpetrando ante los ojos de los contribuyentes.

Si los partidos políticos fuesen consecuentes con lo que pregonan, incluirían una casilla en la declaración de renta para que los contribuyentes decidieran por voluntad propia si una parte de sus impuestos se destinaba a sustentar a los partidos políticos con la vigente largueza. Igual que se hace para otros colectivos. Pero los partidos ni son consecuentes aún consigo mismos ni tienen el arrojo necesario para establecer una norma similar, pues en lo único que se ponen de acuerdo es precisamente para subirse las asignaciones parlamentarias al margen de la voluntad de los electores; no precisan la aquiescencia de los contribuyentes porque ellos dictan las leyes.

Pero se ponen de acuerdo también para repartirse con formas democráticas pero impropias de la sensatez política, cuotas de poder, pues en definitiva es la meta última carente de toda prudencia, como acaban de hacer PSOE y PP en Euskadi, en un morrocotudo pacto contra natura allí donde los hay. Se insultan en público hasta la vergüenza ajena, como hemos visto en esta campaña, al tiempo que entre bastidores se prodigan incestuosos arrumaquitos y licenciosos manoseos para repartirse el gobierno vasco y la lehendakaritza, en incontestable babosada política.

Y los contribuyentes que los sostienen, a pagar y a callar, pues su perverso mensaje es: fuera de los partidos no hay gestión posible de la administración pública.

¡Vaya si la hay! Con partidos políticos, desde luego que han de conferir la adecuada estructura para la confrontación de ideas y modelos de llevar a cabo la gestión pública a fin de que los electores tengan un abanico de opciones para elegir. Pero partidos en los que quepan aquellos diputados elegidos directamente por los electores, al margen de la lista de la candidatura en la que estén encuadrados, pues si las listas han de ser cerradas y estar confeccionadas por el aparato de los propios partidos y éstos pueden exigir además la disciplina de voto ¿dónde queda la democracia?

La política cuesta mucho dinero a los contribuyentes y los políticos olvidan a menudo que están al servicio de aquellos y no al revés. En tiempos críticos como los que se viven actualmente, es moralmente reprobable dilapidar el dinero de los contribuyentes en inútiles y corrosivas campañas electorales como la que hemos vivido, que sólo van destinadas al solaz y la complacencia de los incondicionales, ajenos al pensamiento crítico. Es sabida ya la ineficacia de las campañas políticas y más si como ésta se ha limitado a insultar y escarnecer al adversario sin explicar en qué consiste el Parlamento Europeo y qué se juegan los ciudadanos de Europa en él y cómo les afectan sus decisiones.

Falla hasta la misma estructura de la campaña. Por qué no hacer una circunscripción única, Europa. Qué sentido tiene que cada país miembro envíe a unos representantes que a lo único que se van a limitar es a barrer para su terruño. Si se trata de Europa, busquemos a líderes europeos para su parlamento y no a mediocres desechos de tienta como llenan las listas de las candidaturas que ni son líderes y mucho menos líderes europeos. Se evitarían también coaliciones y ligas contra natura entre partidos que nada tienen que ver entre sí, con el sólo afán de poner uno o dos de sus candidatos en el Parlamento Europeo.

Si pretendemos una Unión Europa real y fuerte que pueda acometer las acciones globales necesarias para salir de esta coyuntura económica adversa y ocupar la posición que le corresponde en el concierto de naciones, habrá que dejarse de las extravagantes comedias a las que nos han sometidos las candidaturas en estas tres últimas semanas y emplear el dinero de los contribuyentes con el tino de un buen padre de familia.

El despilfarro que supone disparar con la pólvora del rey, sólo puede predisponer a los electores a mayores cotas de desafección política que se reflejan en la abstención y el desapego por los actores y autores de toda esta farsa política.

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