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Algunos apuntes sobre la violencia familiar

Helena Trujillo (Málaga)
Redacción
sábado, 16 de mayo de 2009, 10:58 h (CET)
Estamos muy acostumbrados a oír hablar de violencia de género o violencia machista. Dicha acepción nos lleva a pensar que los hombres tienen una aversión hacia las mujeres y ello motiva la agresión. Vamos a utilizar el término violencia familiar porque señala la relación existente entre los implicados en la agresión. No es cualquier hombre el que ejerce el maltrato sobre cualquier mujer, sino que es el marido, novio, exmarido, exnovio, es decir, un hombre que ha mantenido (o mantiene) una relación amorosa con la víctima, una relación familiar, el implicado en el maltrato.

Cuando hablamos de violencia, está claro que es mucho más que dar golpes, hay muchas formas de herir a otra persona. Por violencia familiar nos referimos a la ejercida sobre los mayores, cónyuges, hijos, mujeres, hombres, discapacitados, etc. Aunque quisiéramos, es difícil precisar un esquema típico familiar, porque ocurre en todas las clases sociales, culturas y edades.

La idea común es que la familia o la pareja son los lugares en los cuales más seguros nos encontramos, sin embargo en ellos es donde se producen más abusos a la integridad física y psíquica de las personas. Está claro que tenemos que empezar a cuidarnos de las relaciones más próximas. Ciertos comportamientos que pasan inadvertidos, pueden ser considerados una conducta abusiva o violenta. Cuántos utilizan la excusa de “la educación”, “el carácter”, “la impaciencia”, “no es malo”, “está cansado” para ejercer la fuerza sobre otros más débiles.

Son varios los factores que intervienen en una situación de maltrato, entre ellos encontramos los celos, muchas agresiones se desencadenan por el sentimiento de propiedad que muchos hombres tienen hacia sus parejas. Muchos hombres que piensan que la mujer con la que están casados, o con la que conviven, es suya, les pertenece, igual que si fuera un objeto. Y la situación es aún más grave, ya que también hay muchas mujeres hoy día que siguen pensando que pertenecen a sus maridos.

Estos celos tienen mucho que ver con una concepción del amor que sigue imperando. El amor de la media naranja, el amor de para toda la vida, el amor posesivo. Esa concepción que nada tiene que ver con la libertad y la tolerancia, un amor que vemos reflejado en las películas, genera situaciones donde las personas no toleran separarse de la otra persona y son capaces, en su desesperación, de aniquilar al otro con tal de no perderlo.

Mucho tiene que ver, también, la posición que adopte la mujer en el amor, históricamente la mujer ha sido un objeto de intercambio, no elegía a su pareja, no era el amor el que comandaba, si no que eran matrimonios de conveniencia. Luego vendría el amor cortés, donde el varón cortejaba y elegía a la dama, adoptando esta una actitud totalmente pasiva. Esta pasividad de la mujer favorece actitudes abusivas por partes del hombre, ya que se da primacía al deseo de éste por el encima del deseo de su partenaire.

El machismo también tiene su implicación en todo esto, pero no es el responsable. Una actitud machista es aquella que discrimina a la mujer, la menosprecia, o la considera inferior al hombre, pero también hay machismo en otras actitudes disfrazadas de proteccionismo. El horror a lo femenino, el desprecio a la mujer, tanto para el hombre como para la mujer, estaría en relación con la falta de “pene”, en tanto esto le recuerda al sujeto su propia castración, su mortalidad. El machismo es la vigencia de la sexualidad infantil en el adulto, se trate de un hombre machista o de una mujer machista. Todos padecemos en cierta medida de machismo inconsciente, hombres y mujeres, por lo que no es por machismo que se produce el maltrato. No es que el hombre maltrate a su pareja por ser una mujer, es que la maltrata porque es su mujer, su propiedad, y no acepta el abandono o el desamor.

Es relativamente fácil abusar de los débiles, renunciar a ello supone un paso en la civilización que no todos somos capaces de dar. Ser tolerantes, permitir la libertad, respetar, aprender a separarse son elementos necesarios para alejarnos del maltrato y el abuso. La violencia parece ser un camino para conseguir poder, pero un camino infructuoso para la convivencia, el amor, la educación y el respeto. El que agrede, no sólo agrede a otra persona, se lesiona a sí mismo.

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En el imaginario colectivo, la violencia es algo que sucede “fuera”, en las calles, en las noticias, en las guerras, en los crímenes. Nos han enseñado a identificarla en lo visible, en el golpe, en el grito, en la amenaza. Pero hay otras formas de violencia que no se oyen ni se ven, y que por eso mismo son más difíciles de reconocer y mucho más dañinas.

Entre las múltiples experiencias que he vivido a lo largo de mi vida destacan las tres semanas que permanecí embarcado, allá por los ochenta, en el Ramiro Pérez, un barco mercante en el que realicé el viaje Sevilla-Barcelona-Tenerife-Sevilla enrolado como un tripulante más.

Una rotonda es el espejo de una sociedad. Cuando quieras saber cómo es un país, fíjate en cómo se aborda una rotonda, cómo se incorpora la gente y cómo se permite –o no– hacerlo a los demás. Ahí aparece la noción de ceda el paso, esa concesión al dinamismo de la existencia en comunidad, la necesidad de que todo esté en movimiento, de que fluya la comunicación y que todo el mundo quede incorporado a la rueda de la vida.

 
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