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Mientras haya ruedas que fabricar ¡y sitio para rodar!

Marino Iglesias Pidal
Redacción
jueves, 7 de mayo de 2009, 06:53 h (CET)
Cuando la Iluminación le llevó a descubrir que la causa de todos los males del hombre era la ignorancia, Sidharta se convirtió en Buda. Claro que la reencarnación era para él una realidad incuestionable, a la que había que poner fin traspasando la puerta del Nirvana, que, a su vez, cerraba la de los sucesivos renaceres. De esta forma, al no nacer no morías. Concluyente.

El caso es que el príncipe participaba de un problema, EL PROBLEMA, que, no le cabía duda, concernía a toda la humanidad y decidió solucionarlo o morir en el empeño, y, pienso yo, no morir una o catorce veces, sino todas las que fueran necesarias para encontrar la solución; no tuvo menester de repetirse, le bastaron seis años de la vida que en ese momento vivía para llegar a ella.

Me hago ahora algunas preguntas. ¿Será la Crisis una cuestión más peliaguda que la enfrentada por Sidharta? ¿Si un hombre resuelve un problema de tres pares en seis años, cuántos años necesitarán varios millones de hombres para solucionar otro de, digamos, no mayores proporciones? La solución se bifurca: Si cada uno piensa por su cuenta se tardaría no más de seis años; si los pensamientos se hacen sumandos se tardaría varias millonésimas de seis años. Matemáticas elementales.

Pero está claro que las matemáticas no cubren el campo del pensamiento, y si bien es cierto que cada uno, imposible que sea de otra forma, piensa por su cuenta, no lo es menos que los pensamientos, manifiestos, de unos favorecen los de otros; lo cual quiere decir que aunque el asunto no se puede presentar como una progresión matemática, sí como una progresión en el proceso de búsqueda de solución. Así pues, con este sencillo razonamiento, podríamos aceptar que la Crisis debería estar solucionada en bastante menos de seis años, ¡PERO!

Existe un enorme pero. Sidharta quería hallar, y halló, la solución definitiva. Entendía, ¡cómo no! que si las ruedas de su principesca carroza tenían los radios vetustos no era cuestión de ir reparándolos a medida que cascaban, pues, dado que todos eran de la misma edad, se entraría en una cadena de reparaciones - hoy repararías el que hoy se escojonó, la semana o el mes siguiente al que le tocó el turno de escojonamiento… - que lo iban a dejar cada dos por tres tirado, para un príncipe diríamos: en la puta calle. De manera que su pensamiento, actualizado, vino a ser: No, hombre, ¡qué va! Un buen par de rines de titanio y sin cojonadas hasta la puerta del Nirvana por que a mí me da la gana.

He aquí ahora el pero: Como a estos carajos que hoy en día van en carroza, lo del Nirvana les suena a canción tibetana y lo del cielo a camelo, ¡naranjas de Valencia! Ruedas que reparar para que el personal no pierda la paciencia y a seguir contando con su anuencia; son como niños.

Y ya se sabe cómo son los niños, egoístas que, mientras no tengan hambre, no ven más allá del juguete que les entretiene.

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