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Jesús Salamanca

Juerga sindical

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Cada vez cuesta más creer que haya trabajadores afiliados a los sindicatos de clase de esta España nuestra. Ya pueden caer chuzos de punta o llover a cántaros que los sindicatos del Gobierno dirán que sale el sol y no hace falta paraguas. Tanto UGT, como CC.OO. — sobre todo la primera – adoran las medidas del Gobierno; aunque no las tome, como es el caso de nuestra crisis.

Será difícil que se les caiga la cara de vergüenza, después de lo que hemos escuchado hoy: Día del Trabajo. Con la que está cayendo, alaban al Gobierno, reclaman más impuestos, más deuda y más endeudamiento de las Administraciones. Eso sí, ellos no tienen culpa de esta crisis. La culpa es de los demás; es decir, de Bush, Aznar, Esperanza Aguirre, la CEOE, los Ayuntamientos, las comunidades autónomas, el lucero del alba…. Ya saben lo del dicho: ver la paja en el otro y ser incapaz de apreciar la viga en el propio.

El sindicalismo español que, dicho sea de paso, es de tres gramos menos cuarto, no parece haber aprendido la lección de la gran crisis que tenemos encima. Tal vez sea porque ellos no la sufren y tampoco sus liberados. De lo que se trata es de que, aunque la sufra el afiliado, que siga contribuyendo a la causa. Una causa que cada vez es menos digna, más injusta y más trapacera.

Los sindicatos de clase han perdido la memoria, la vergüenza, el saber estar y la dignidad. De ahí que cada vez sea más baja la afiliación. Los trabajadores han dejado de creer en esos clanes de desmemoriados. Recuerden lo que decía John Osborne: “El que tiene mala memoria se ahorra muchos remordimientos”.

Da igual el tiempo que transcurra. Esos clanes que viven de los presupuestos generales del Estado — sin ser funcionarios — siempre están en la misma canción y con el disco hecho cenizas. Llevan decenios reclamando lo mismo, fruto de su inoperancia y de su incapacidad para generar y mantener empleo. Deberían salir de España un poco más, y con más frecuencia, para comprobar que no entienden el concepto de abaratar el despido, ni saben de las ventajas sociales que acarrea a medio y corto plazo; desconocen que existe infinidad de normativa social alrededor de esas medidas para crear empleo, así como para proteger y recolocar a los trabajadores.

Los sindicatos están logrando un claro enfrentamiento con la sociedad y eso se va a trasladar a la calle sin tardar. Un enfrentamiento que llega tarde. La sociedad debe decir a estas falsas ONGs que hasta aquí hemos llegado. ¡Ni un euro más procedente de los presupuestos generales! Se olvidan de los trabajadores, dañan a las empresas y destruyen empleo. Posiblemente, uno de los males de nuestra sociedad sea el sindicalismo barato que representan los sindicatos de clase en ésta nuestra deslavazada España.

Con el dinero y las prebendas que reciben anualmente muchos sindicatos de clase, se mantendrían miles de empleos, millones de salarios, millones de pensiones y, no lo duden, la protección social del trabajador sería más digna. Y no hablemos del Patrimonio sindical que, por cierto, ya se han comido en varias ocasiones. En pocas palabras: las recomendaciones que ha dado Méndez para salir de la crisis son una vejación al sentido común y un desprecio a la lógica; pero comprobamos que tampoco se le cae la cara de vergüenza.

Los sindicatos y sus líderes han demostrado que ven con el ojo del ciego. Y por si no era suficiente, la culpa es de todos, menos de ellos. ¡Cómo se nota que desconocen lo que es dar seriedad al empleo y no saben conjugar el verbo “trabajar“. ¡Callados están muy guapos! Total…. para decir tonterías… la mejor es la que queda por decir.

Juerga sindical

Jesús Salamanca
Jesús  Salamanca
sábado, 2 de mayo de 2009, 08:13 h (CET)
Cada vez cuesta más creer que haya trabajadores afiliados a los sindicatos de clase de esta España nuestra. Ya pueden caer chuzos de punta o llover a cántaros que los sindicatos del Gobierno dirán que sale el sol y no hace falta paraguas. Tanto UGT, como CC.OO. — sobre todo la primera – adoran las medidas del Gobierno; aunque no las tome, como es el caso de nuestra crisis.

Será difícil que se les caiga la cara de vergüenza, después de lo que hemos escuchado hoy: Día del Trabajo. Con la que está cayendo, alaban al Gobierno, reclaman más impuestos, más deuda y más endeudamiento de las Administraciones. Eso sí, ellos no tienen culpa de esta crisis. La culpa es de los demás; es decir, de Bush, Aznar, Esperanza Aguirre, la CEOE, los Ayuntamientos, las comunidades autónomas, el lucero del alba…. Ya saben lo del dicho: ver la paja en el otro y ser incapaz de apreciar la viga en el propio.

El sindicalismo español que, dicho sea de paso, es de tres gramos menos cuarto, no parece haber aprendido la lección de la gran crisis que tenemos encima. Tal vez sea porque ellos no la sufren y tampoco sus liberados. De lo que se trata es de que, aunque la sufra el afiliado, que siga contribuyendo a la causa. Una causa que cada vez es menos digna, más injusta y más trapacera.

Los sindicatos de clase han perdido la memoria, la vergüenza, el saber estar y la dignidad. De ahí que cada vez sea más baja la afiliación. Los trabajadores han dejado de creer en esos clanes de desmemoriados. Recuerden lo que decía John Osborne: “El que tiene mala memoria se ahorra muchos remordimientos”.

Da igual el tiempo que transcurra. Esos clanes que viven de los presupuestos generales del Estado — sin ser funcionarios — siempre están en la misma canción y con el disco hecho cenizas. Llevan decenios reclamando lo mismo, fruto de su inoperancia y de su incapacidad para generar y mantener empleo. Deberían salir de España un poco más, y con más frecuencia, para comprobar que no entienden el concepto de abaratar el despido, ni saben de las ventajas sociales que acarrea a medio y corto plazo; desconocen que existe infinidad de normativa social alrededor de esas medidas para crear empleo, así como para proteger y recolocar a los trabajadores.

Los sindicatos están logrando un claro enfrentamiento con la sociedad y eso se va a trasladar a la calle sin tardar. Un enfrentamiento que llega tarde. La sociedad debe decir a estas falsas ONGs que hasta aquí hemos llegado. ¡Ni un euro más procedente de los presupuestos generales! Se olvidan de los trabajadores, dañan a las empresas y destruyen empleo. Posiblemente, uno de los males de nuestra sociedad sea el sindicalismo barato que representan los sindicatos de clase en ésta nuestra deslavazada España.

Con el dinero y las prebendas que reciben anualmente muchos sindicatos de clase, se mantendrían miles de empleos, millones de salarios, millones de pensiones y, no lo duden, la protección social del trabajador sería más digna. Y no hablemos del Patrimonio sindical que, por cierto, ya se han comido en varias ocasiones. En pocas palabras: las recomendaciones que ha dado Méndez para salir de la crisis son una vejación al sentido común y un desprecio a la lógica; pero comprobamos que tampoco se le cae la cara de vergüenza.

Los sindicatos y sus líderes han demostrado que ven con el ojo del ciego. Y por si no era suficiente, la culpa es de todos, menos de ellos. ¡Cómo se nota que desconocen lo que es dar seriedad al empleo y no saben conjugar el verbo “trabajar“. ¡Callados están muy guapos! Total…. para decir tonterías… la mejor es la que queda por decir.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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