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Espíritu de abstracción

Pepita Taboada (Málaga)
Redacción
lunes, 20 de abril de 2009, 09:56 h (CET)
El filósofo personalista Gabriel Marcel atribuía las grandes calamidades del siglo XX a lo que él llamaba “espíritu de abstracción”. Todos los extremismos, dictaduras, fanatismos proceden, según él, de reducir la realidad a una idea, lo más simple y esquemática posible, para transformarla después en una herramienta ideológica y así manipular y dominar a las masas. Tomada en este sentido, la palabra “abstracción” significa aplicar un filtro mental a la realidad, de modo que sólo se admite la existencia de una porción de ella, mientras el resto se considera falso o ilusorio. Todo lo que estorbe para el fin propuesto se elimina, primero del pensamiento, y luego, a ser posible, de la vida. Y aunque sea a expensas de la verdad el filtro cumple la finalidad para obtener un provecho práctico, aplicando conceptos como justicia, igualdad, tolerancia con los que se intenta engañar ilustradamente.

Es lo que ocurre, a modo de ejemplo, con el aborto. Para abortar al hijo antes hay que abortar la verdad de su existencia, es decir, aplicar el “espíritu de abstracción” para desembarazarse mentalmente del embarazo. ¿Qué hay entonces en el seno materno? El filtro comienza a funcionar y va presentando argumentos huecos que desvían de la verdad. Aparecen expertos en “ética cerebral”: el novio, familiares, amigas, incluso personal sanitario que le ayudan a extraerle de la realidad y aceptar más un cerebro pragmático que un corazón generoso para el ser que se está formando en sus entrañas. Y así la abstracción intenta desbancar hábilmente a la verdad sin ser demasiado consciente de ello: basta con no pensar.

El individualismo exacerbado que domina gran parte de la sociedad, puede avasallar los derechos humanos al querer actuar con criterios meramente subjetivos en cuestiones esenciales como la vida, la familia, la muerte, olvidando que la razón no está solo para hacer sino para poder conocer.

Una sociedad si quiere ser realmente libre debe aspirar a agotar la verdad interrogándose con profundidad sobre el bien y el mal, sobre lo justo y lo injusto, sobre lo verdadero y lo falso en relación a ciertos temas. La verdad nunca se opone al bienestar de los pueblos y de los individuos.

En cierta ocasión el escritor francés André Frossard que entrevistaba a Juan Pablo II, le vino a preguntar: “Santidad, ¿qué frase destacaría del Evangelio de Jesucristo?” El Papa no titubeó: “La Verdad os hará libres”.

Pienso, pues, que no se puede prescindir de la verdad porque renunciaríamos a la auténtica libertad.

Si se promulgan leyes injustas y se aceptan como buenas conductas erróneas, equivale a abstraerse, en el sentido que venimos diciendo, o a interrumpir el pensamiento deteniéndolo allí donde se prevé que ocasionará problemas. Se produce así una hipertrofia del pensamiento reduciéndolo a un sentido utilitarista de la persona.

El historiador Ernesto Galli della Logia, catedrático de la Universidad de Perugia y columnista habitual del diario “Corriere della Sera” afirma que “si la libertad se basa sobre el derecho natural, se apoya sobre algo enormemente más sólido que la simple decisión de un parlamento, de un poder que lo mismo que hace una ley puede hacer otra”.

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