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¿Qué es aborto?

Octavi Pereña
Octavi Pereña
domingo, 19 de abril de 2009, 06:51 h (CET)
Henry Morgentaler, el médico canadiense que ha dedicado su vida defendiendo el aborto en cualquier etapa de gestación, justificó su filosofía afirmando que la práctica abortiva ha contribuido a la disminución del crimen violento “porque ha reducido el número de personas que de no haber sido así las habrían matado”. Sorprendente declaración, ¿verdad? Existe una fuerte polarización por lo que hace el aborto que impide que se pueda llegar a un consenso.

Hemos de preguntarnos: ¿Qué ha pasado para que la gente que hace unos años valoraba la vida y que consideraba que el aborto era un crimen, excepto en los casos de violación y de un auténtico peligro para la vida de la madre, para que ahora la gente acepte que la salud pública se haga cargo para acabar con la vida que se encuentra en el vientre de la madre, en cualquier etapa de gestación? Por alguna razón se ha llegado a la conclusión de que el feto no es una “persona” o un “ser humano” hasta que no “nazca vivo”. Aunque se puede llegar a la conclusión de que lo que lleva la mujer embarazada no es una “persona” o un “ser humano” totalmente desarrollado, lo que no puede negarse es que lo que lleva en el vientre es un “ser vivo”. Si no fuese así, nadie pediría el derecho de poder acabar con el embarazo. Habiendo llegado a la conclusión, que no puede ser otra, que lo que lleva en su vientre la mujer embarazada es “algo vivo” , no se puede negar que lo que lleva es un ser humano, no un perrito o cisne en período de desarrollo. Si se está de acuerdo con esta conclusión nos hemos de preguntar si es aceptable que alguien que posee vida humana pueda acabar con otra vida humana en cualquier etapa de desarrollo en el seno materno. ¿Cómo es posible que hayamos caído a un nivel moral tan bajo? ¿Qué alteración en la ley ha permitido este cambio radical de actitud?

Hasta mediados del siglo XIX los forjadores de opinión aceptaban como una idea incuestionable, por decirlo de alguna manera que “todos vivían dentro de una burbuja comuna”, es decir, que los conceptos morales se consideraban públicos más que privados. Con el desarrollo de la democracia igualitaria se ha creado una fuerte demanda de “derechos individuales” divorciados de las obligaciones y con ello el debilitamiento del consenso moral compartido y, una nueva idea: Cada ser humano vive dentro de su burbuja moral privada. Al cambio del concepto de moral pública ha contribuido mucho John Stuart Mill que en su opúsculo “Sobre la libertad” que se publicó en el año 1859. Defendía que la moral era algo privado que a los otros solamente puede interesarles cuando directamente se perjudica a alguien con nuestra conducta. Mill defendía que el Estado sólo puede ejercer su autoridad en los ciudadanos con el propósito de prevenir que éstos perjudiquen a los otros. Las ideas de Mill rápidamente llevaron a vivir sin restricciones morales y éticas.
El aborto sin limitaciones sólo ha sido posible cuando la ley que establecía un mínimo de condiciones se la anula por ser “no constitucional”. Se pierde el norte cuando las feministas radicales empezaron a exigir más libertad individual y más autonomía moral. El resultado del cambio es que la mujer debe tener el derecho a abortar. Para que ello sea posible legalmente al ser humano en gestación se le debe considerar como algo sin valor, que no es humano. La categoría legal de “no humano” es bien conocida. Es la vieja estratagema que ha recorrido la Historia sin distinción de países y religiones, que ha permitido justificar la eliminación del enemigo, la esclavitud y que con mucha facilidad se la ha aplicado al feto.
El razonamiento que otorga a la mujer el derecho a decidir el destino del hijo no nacido es que si la madre no lo quiere, se debe velar por su bienestar, ello significa su “salud sicológica” que da opción a muchas triquiñuelas. Otra martingala legal para justificar el aborto es la que se conoce como el “derecho a la privacidad”. Si la madre no desea la vida que lleva en su seno, se la considera como una especie de “enemigo” que “ocupa” el vientre de la madre sin su consentimiento, un intruso que ha invadido su privacidad y que debe eliminarse.
Hoy, gracias a los avances de la medicina ya no se puede poner en duda la plena humanidad del feto en cualquier etapa de su desarrollo. Lo que falta para poner fin a las carnicerías que se hacen en las clínicas abortistas es llegar al pleno convencimiento de que lo que lleva la madre embarazada es una persona a la que se debe amar como a uno mismo.

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