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¿Observatorios, para qué?

Se han puesto de moda los Observatorios para todo, menos para lo que realmente son necesarios, como es el caso de controlar la evasión fiscal,…
Jesús  Salamanca
domingo, 17 de abril de 2016, 11:04 h (CET)
En 1996, cuatro años antes de la transferencia de competencias educativas a la Junta de Castilla y León, propusimos a dicho organismo la necesidad de pensar en la creación de un Observatorio Permanente para la Educación de Personas Adultas. Con ello pretendíamos poner un mínimo de orden en el caos que el MEC tenía en esa variante del sistema educativo.

La intención era tan seria que presentamos al entonces presidente, Juan José Lucas Jiménez, un borrador articulado para la creación, organización y funcionamiento del aludido Observatorio. Se trataba de madurar la idea para hacerla realidad llegado el momento de asumir las competencias educativas.

La idea debió de ser demasiado avanzada para el momento. Algunos políticos no suelen ver bien que otros trabajen sin que ellos tengan su parte del pastel, en forma de reconocimiento o nombre escrito en la primera página del documento. Tampoco faltaron quienes vieron inexistentes intenciones. Pensaron que se trataba de un grupo “mueve sillones”, “trepa” o algo así que pretendía situarse de cara a los nuevos tiempos.

Casi todos cerraban sus despachos cuando veían que estábamos cerca y ponían de guardia a la secretaria: no querían compromisos ni trabajo que no conocieran. No hay peor cosa para un político que llegue alguien dándole trabajo, proponiéndole proyectos que le superen y que no acabe repercutiendo en él. Pero, mira por dónde, un consejero trabajador y realista en aquella época supo anticiparse al futuro e implicarse en serio. Se trataba del entonces vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Jesús Merino, posteriormente diputado por Segovia e implicado en la trama Gürtel.

Han transcurrido veinte años y se han puesto de moda los Observatorios para todo, menos para lo que realmente son necesarios, como es el caso de controlar la evasión fiscal, el blanqueo de dinero con la droga, la prostitución y otros medios o la existencia de cuentas y compañías “offshore”. Aquí el que no tiene un Observatorio no es nadie. Proliferan como las setas en días húmedos. Lo triste es que muchas veces se quedan en buenas intenciones y en meros planteamientos teóricos, más que en eficacia real.

Parece como si se tratara de salir en la prensa y dar a entender que se hace, aunque no se haga. Eso lo pude comprobar como consecuencia de un problema disciplinario en mi centro de trabajo (2013 y 2014): llamé varias veces a la Consejería de Educación de la Junta de Castilla y León y, al identificarme y decir el asunto que motivaba la llamada, empezaban a pasarme de un teléfono a otro como si fuera un apestado. Eso del desprecio suele ser muy habitual en las instituciones gobernadas por el PP y de ello doy fe. Y todo porque preguntaba por los responsables del Observatorio de Convivencia en Castilla y León. Era la época de un tal Sánchez-Pascuala, entonces director general de Política Educativa Escolar. En fin, con eso está todo dicho. Ya saben que por la boca muere el pez y así murió ese pescado.

Algunas comunidades autónomas han creado tales órganos para los asuntos más variopintos que uno se pueda imaginar. También Europa se ha subido al carro. El Estado tampoco se ha quedado atrás: para la construcción, la vivienda de los jóvenes, la sostenibilidad, las drogas, la economía social, el sistema nacional de la salud, la siniestralidad laboral… Solo en el Ministerio de Fomento había en el año 2000 casi tantos observatorios como departamentos.

Y no íbamos a ser menos en Castilla y León. En esta comunidad se crean observatorios para observar a otros observatorios; lo peor de todo es que ese tipo de barbaridades se suelen extender a comunidades cercanas. Juan Vicente Herrera quiere observarlo todo. Lo tenemos presuntamente para la sociedad de la información, el empleo, la convivencia escolar, lo social, el empleo autónomo, la igualdad, la formación profesional, la población y la inmigración. A ellos hay que unir los que ya existen en algunas Universidades, Ayuntamientos y Diputaciones. No hay comunidad que tenga más observatorios. Un dato: en dos días se crearon dos más que, por cierto, no servían para nada de nada; uno en las Cortes regionales y otro en la Consejería de Presidencia.

Lo dicho: no se puede salir de casa si no tienes un observatorio. Sin observatorio no se tiene sociedad relacional. Hay que observar y dejar que te observen. Tengo la sensación de que trabajar ya no se lleva. Hoy se ha puesto de moda lo contemplativo. Pues a observar hasta que llegue el momento de la jubilación.

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