Creo, señores, que ya es hora que llamemos a las cosas por su nombre y nos dejemos de hipocresías y falsos sentimentalismos cuando nos refiramos a las excelencias de la democracia, de ensalzar las virtudes de la Justicia y de pretender garantizar los derechos de todos los ciudadanos hasta extremos que pueden llegar a ser una caricatura de lo que el sentido común, la razón y lo que la realidad cotidiana nos demuestra, hasta convertirse en un absurdo que repugna a la inteligencia y al sentido común.. En Derecho existe un axioma que, no por tan conocido, deja de estar vigente, quizá, mucho más en estos momentos en que la confianza de los ciudadanos en los órganos que tienen la misión de hacer cumplir las leyes y, en especial, los preceptos emanados de la Carta Magna; está bajo mínimos; se trata de la máxima de Cicerón condenando los excesos de una justicia aplicada en contra de la lógica y con una interpretación demasiado estricta de la norma: “Summun ius summa iniuria”. En efecto, estamos pretendiendo garantizar tanto los derechos individuales de determinados miembros de la sociedad que, como consecuencia de ello, se están dejando de proteger los de la mayoría de los ciudadanos, que asistimos perplejos a situaciones absurdas que se perpetúan a través del tiempo, sin que ni las autoridades locales ni los políticos ni los parlamentarios muevan un solo dedo para denunciar tales anomalías ni se eleven los justos clamores de queja del pueblo llano, pidiendo remedio para una situación claramente insoportable e injusta, a los organismos legislativos encargados de velar por el bien común. Existe un sentimiento generalizado de que no hay control alguno sobre determinados jueces y se critica que, el propio CGPJ, mantenga una postura corporativista ante las evidentes anomalías cometidas por algunos de ellos.
Es obvio que estamos en manos de una seudo intelectualidad, propensa a izquierdear y que presume de progresismo, que se ha extendido en esta sociedad permisiva y relativista y, cuyos representantes, se han infiltrado en los centros de poder, incluso entre los legisladores y en la propia Administración de Justicia; empeñándose en mantener una actitud pasiva ante hechos que se convierten en habituales en las calles de muchas de nuestras ciudades y que, por falsos escrúpulos sociales, por aprensiones derivadas de otros modelos de sociedad ya caducados o por manifiesto desconocimiento de la forma en la que ha evolucionado la sociedad de nuestros tiempos; están empeñados en mantener anticuados estereotipos y pretendidas salvaguardas respecto a determinados delincuentes que, debido a sus circunstancias personales, a su impunidad ante cualquier tipo de sanción y, aprovechándose de ello, actúan a sus anchas, dirigidos e instigados por personas mayores, perpetrando toda clase de delitos, ante una sociedad indefensa y sin protección legal alguna ni posibilidad de aplicar la justicia por su mano ya que, en este caso, todavía podrían ser acusados de agresión a un menor. Pero, no es que estemos hablando de pequeños hurtos y diabluras propias de gente joven, no señores, nos referimos a actuaciones delictivas de gran entidad como pudieran ser asesinatos, atracos, agresiones con lesiones, amenazas y chantajes que, gracias a la impotencia de la policía y a que los jueces tiene las manos atadas para reprimirlos, son delitos que se cometen cada día, a miles, en todas las ciudades de nuestra geografía patria.
No sólo se hace oídos sordos ante el clamor ciudadano que pide que se revise la menor edad penal; que se arbitren centros especiales de internamiento y reforma para estos delincuentes precoces y que se sancione a toda persona que cometa un delito de conformidad con su gravedad y las consecuencias generadas por quien lo cometió. Está claro que los modernos medios de comunicación azuzan a muchos menoreas a emular comportamientos que han visto en las televisiones o se propagan por Internet que, a sus ojos, son ejemplos a imitar y que entienden que son formas legítimas de medrar con el mínimo esfuerzo. Hemos tenido ocasión de ver como, en las aulas, este tipo de pequeños delincuentes ya sea individualmente o en cuadrilla son capaces de atemorizar no sólo a sus compañero, sino a sus propios enseñadores que se ven sometidos a amenazas, insultos y todo tipo de vejaciones. Lo curioso del caso es que, esta permisividad, al fin y al cabo acaba volviéndose sobre los mismos infractores que, más tarde o temprano, acaban por convertirse en auténticas amenazas para la sociedad y corren el peligro de acabar sus días en la cárcel; circunstancia que, evidentemente, en muchos casos, se hubiera podido evitar con un internamiento a tiempo en centros de rehabilitación
Falsos prejuicios, que buscan apoyo en la corta edad de ciertos delincuentes o expectativas optimistas fiadas en que el tiempo acabará por hacerlos entrar en vereda; entrañan dos consecuencias, ambas negativas. La primera, que en tanto les llega el momento de sentar la cabeza siguen cometiendo salvajadas con grave peligro para la gente, que sólo pide que se la respete y se la deje vivir en paz y, en segundo lugar, que cuanto más tiempo pase, más se les permita hacer y cuanto más inmunes se sientan a la acción represiva de la justicia, más difícil será que tengan posibilidades de rehabilitación y más oportunidades tendrán de que las acciones punibles sean cada vez de mayor entidad y peligrosidad. Resulta una inmoralidad que, la prensa, aproveche cada ocasión que se le presenta para echarles la culpa a los policías de haber actuado con contundencia cuando todo el mundo sabe que una horda de sujetos, hábilmente dirigidos desde la sombra por activistas profesionales, entrañan un evidente peligro tanto para el resto de ciudadanos como para sus bienes o los bienes públicos.
Produce repugnancia a cualquier inteligencia que, en Barcelona, después de que un grupo de insensatos, expulsados algunos de la Universidad y con el sólo objetivo de actuar en contra del sistema, se nieguen a ser desalojados y, cuando la policía intervine, se levantan en contra de ella, armados con toda clase de objetos contundentes, hieren a 32 agentes y luego resulte que, los culpables de que, unos periodistas entrometidos, que estaban donde no debían estar, se salgan quejando porque les ha caído algún porrazo encima; sean aquellos mismos policías que se tuvieron que enfrentar, en inferioridad numérica, a la masa incontrolada y amenazadora que se les venía encima. Pero el hecho entraña un elemento añadido de vileza por parte del señor Conseller de Interior de la Generalitat quien, como única explicación para eludir el “marrón” que se le venía encima, fue decir que no estaba enterado de nada ¡Señor mío, si usted no sabe lo que ocurre en su departamento, dimita y deje el puesto a otra persona más capaz ¡. Tarde y mal ha publicado un anuncio en la prensa en el que, tímidamente, a tiro pasado, pretende enmendar el yerro diciendo que ahora sí apoya a los Mossos; cuando ya desde todos los periódicos se los ha acusado de prepotencia y de excederse en sus funciones.¡Basta ya de tantas contemplaciones con los criminales, con los alteradores del orden público y con toda esta serie de delincuentes, que viven a costa de la impunidad en la que se desenvuelven, debido a que los políticos no dejan actuar a las fuerzas del orden para que los que se saltan la ley sepan lo que vale un peine! Si la democracia sólo sirve para que los infractores de las leyes campen por sus respetos me temo que vamos a tener que abjurar de ella.
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