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Nucleares, sí gracias

Xus D. Madrid (Gerona)
Redacción
viernes, 27 de marzo de 2009, 11:56 h (CET)
Hace unos días leí un artículo que me ha llevado a escribir la siguiente carta. ZP, el enemigo jurado de la energía nuclear, debería preguntarle a cualquiera de los habitantes de Almohacid de Zorita, Guadalajara, la localidad que albergó la primera central nuclear española, si quieren otra instalación como la inaugurada en 1968, que ahora están desmantelando.

“Que pongan otra”. “No hay nada más seguro”. “Daba mucha riqueza”. “Aquí no sufrimos desgracias provocadas por esta central”, dicen. Ahora todavía entra dinero en el pueblo: hay muchos obreros desmantelando la central al concluirse su ciclo de vida, tras desautorizar el Gobierno actual su reforma y renovación. En los pueblos de alrededor están tan convencidos de la bondad de lo nuclear y de la riqueza que genera que dan ganas de montarse una nuclear en casa: en EE.UU. están ensayando miniplantas para grupos pequeños de viviendas. Las actuales energías renovables como la solar, pero también la eólica, son irregulares, tienen períodos sin producción y todavía resultan más caras que el cada día más inaccesible petróleo. Y los biocombustibles agrícolas basados en grano matan de hambre a poblaciones enteras, devastan bosques, empobrecen la tierra, y usan ingente energía para su producción. Está la esperanza de las bacterias que fabrican petróleo, como la LS9, o las microalgas, el fitoplancton convertido en biopetróleo renovable: una empresa española, “Bio Fuel System”, creada por científicos de las universidades de Alicante y Valencia, prometía espectaculares resultados para finales de 2007. Pero más de un año después mantiene un sospechoso silencio, aunque empresas de todo el mundo investigan líneas similares. Entre tanto, la única energía segura desde hace más de medio siglo -Chernóbil era la típica chapuza soviética-, y que genera riqueza donde se instala, es la nuclear. España necesita una decena de centrales. Almohacid pide tener, nuevamente, la primera de esa serie tan necesaria. Urgentemente.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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