El pensamiento positivista que ha caracterizado la etapa de la historia occidental que nos distingue por nuestro domino de la técnica, ha supuesto también el estancamiento e incluso el retroceso del interés por el desarrollo de otros aspectos esenciales al ser humano.
El avance de las disciplinas técnicas, de la absoluta medición de todo con fines explicativos de la realidad, ha tenido una aceptación tan demoledora que incluso las vertientes -digamos- humanistas del conocimiento (aquello que Dilthey llamara Ciencias del Espíritu por contraposición a las Ciencias de la Naturaleza) se han impregnado del rigor cuantificacional de las ciencias exactas.
En las vidas de la gente ajena a los grandes aparatos teóricos, las de la gran mayoría, también se ha implantado esta devoción a la tecnología entendida ésta como un dominio técnico del hombre sobre lo dado por la naturaleza y por la historia. De alguna manera, el avance desmesurado de la tecnología ha hipertrofiado esa rama de la humanidad impidiendo el avance de cualquier otra. Esta situación ha provocado que el ideal tecnológico sea deseable por encima de cualquier otro, y que sea el modelo por medio del cual todos los aspectos humanos asuman un nivel óptimo.
Tomemos los tres aspectos que conforman la definición tradicional del ser humano (ser bio-psico-social). Se ha introducido el dominio de la técnica absolutamente en la biología y en la medicina, con el resultado de un alargamiento cuantificable de la esperanza de vida en occidente.
También se a instalado con fuerza en la vertiente social, en gran parte gracias a la emergencia de Internet. Esto ha estrechado las distancias al precio de deshumanizar el contacto con el otro. No puede decirse que la red de redes sea la responsable de la intensa individualización, pero no cabe duda que la revolución comunicativa que ha supuesto es una de sus causas más poderosas. Aun así, se ha implantado sólidamente.
Pero ¿quién hace caso de lo psíquico? Lo mental es algo incuantificable y no despierta el mismo interés que un Iphone o un marcapasos.
Cualquier aplicación de lo técnico puede ser fácilmente analizada y prevista. Pero en el terreno del alma, o de lo que queda fuera de lo exacto, a duras penas pueden establecerse todas las causas y el futuro es muy frecuentemente incierto e imprevisible.
Sólo desde una perspectiva positivista y cientificista extrema se verá lo anterior como algo insalvablemente negativo. Desde mi punto de vista, lo único que hay que tener en cuenta es que el método para una y otra vertiente no puede ser el mismo. La socialización tecnológica se desmorona y su efecto en la salud mental nos traslada de nuevo al malestar en la cultura que Freud describió y del que parece que no sabemos escapar.
A causa de la potencia de la ciencia exacta, todo lo referente al equilibrio mental queda en gran medida por debajo de los cuerpos físicos, el nuestro y el de los objetos que tenemos alrededor.
Quizás por esto se explique por qué el gobierno concedió sin dudarlo indemnizaciones por las secuelas físicas a las personas que sufrieron el atentado del once de marzo en Madrid y no valore suficientes sus secuelas psicológicas como para considerarlas ‘víctimas del terrorismo’.