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La rica Tribuna de los Pobres silencia a tu paso. Te presiento en el silencio

Plegaria de un Viernes Santo desde Málaga

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Al paso de su Santo Sepulcro por el Pasillo de Santa Isabel, inmerso en la algarabía de un pueblo que silencia con sus voces los gemidos de la orilla del Perchel, me asomo al sentido y causa de tu muerte.

No comprendo nada. Has quedado solo. De nuevo, poderes políticos y religiosos te han secuestrado. Te mecen y llevan de un lado a otro. Llegan generales, políticos y obispos; cornetas, tambores, himnos y banderas te rinden homenaje. El mendigo de la esquina espera que un denario se pose en la horquilla de la palma de su mano.

El Santo Sepulcro avanza. El paso de los hombres que soportan tu peso es majestuoso. Una abuela de La Trinidad se santigua; unos novios se besan entre aromas de incienso; un musulmán ofrece pañuelos de variados colores; una lágrima de cirio nazareno copula el asfalto; una saeta suplica al cielo el milagro.

Desde la esquina del tiempo sacudo mantos y túnicas, novenas e ídolos. ¿Por qué tú, hombre bueno de Nazaret, humilde artesano de libertades, has sido ejecutado por los poderes políticos y religiosos de tu época?

El Fiscal Mayor del reino teocrático, el Sumo Pontífice, ha realizado la pregunta clave: “En verdad tú eres el Hijo de Dios”. Lo miras a los ojos. Contundente la respuesta: “Tú lo has dicho, yo soy”. Acabas de pronunciar tu sentencia de muerte. Has quebrado los dogmatismos establecidos para que pudiéramos proclamar sin miedo nuestro sueño de divinidad.

La rica Tribuna de los Pobres silencia a tu paso. Te presiento en el silencio. La abuela de La Trinidad se incorpora de su silla de anea. Los novios se distancian. El hermano musulmán vuelve sus ojos a Ti. Dejo de mirar a los otros. Apago mi pensamiento y venero tu imagen. Quiero ser humano.

El mendigo de la esquina sigue con su mano tendida. Una gota de cera taladra el rocío de su patena. Despierto. Me olvido de Ti. Voy a su encuentro y en él Te abrazo.

Plegaria de un Viernes Santo desde Málaga

La rica Tribuna de los Pobres silencia a tu paso. Te presiento en el silencio
José García Pérez
sábado, 26 de marzo de 2016, 11:01 h (CET)
Al paso de su Santo Sepulcro por el Pasillo de Santa Isabel, inmerso en la algarabía de un pueblo que silencia con sus voces los gemidos de la orilla del Perchel, me asomo al sentido y causa de tu muerte.

No comprendo nada. Has quedado solo. De nuevo, poderes políticos y religiosos te han secuestrado. Te mecen y llevan de un lado a otro. Llegan generales, políticos y obispos; cornetas, tambores, himnos y banderas te rinden homenaje. El mendigo de la esquina espera que un denario se pose en la horquilla de la palma de su mano.

El Santo Sepulcro avanza. El paso de los hombres que soportan tu peso es majestuoso. Una abuela de La Trinidad se santigua; unos novios se besan entre aromas de incienso; un musulmán ofrece pañuelos de variados colores; una lágrima de cirio nazareno copula el asfalto; una saeta suplica al cielo el milagro.

Desde la esquina del tiempo sacudo mantos y túnicas, novenas e ídolos. ¿Por qué tú, hombre bueno de Nazaret, humilde artesano de libertades, has sido ejecutado por los poderes políticos y religiosos de tu época?

El Fiscal Mayor del reino teocrático, el Sumo Pontífice, ha realizado la pregunta clave: “En verdad tú eres el Hijo de Dios”. Lo miras a los ojos. Contundente la respuesta: “Tú lo has dicho, yo soy”. Acabas de pronunciar tu sentencia de muerte. Has quebrado los dogmatismos establecidos para que pudiéramos proclamar sin miedo nuestro sueño de divinidad.

La rica Tribuna de los Pobres silencia a tu paso. Te presiento en el silencio. La abuela de La Trinidad se incorpora de su silla de anea. Los novios se distancian. El hermano musulmán vuelve sus ojos a Ti. Dejo de mirar a los otros. Apago mi pensamiento y venero tu imagen. Quiero ser humano.

El mendigo de la esquina sigue con su mano tendida. Una gota de cera taladra el rocío de su patena. Despierto. Me olvido de Ti. Voy a su encuentro y en él Te abrazo.

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