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“El socialismo y el intervencionismo. Ambos tienen en común el objetivo de subordinar incondicionalmente el individuo al Estado” Ludwig von Mises

A nosotros sí nos tranquiliza que el Ejército siga en Cataluña

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Cuando la política se convierte en un medio para dar suelta a los demonios interiores de los que la ejercen; cuando los que acceden a cargos públicos, en lugar de utilizarlos para solucionar los problemas de la ciudadanía, para atender las necesidades de aquellos que los escogieron con sus votos o procurar mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos que pensaron que su función, al hacerse cargo de la responsabilidad del puesto, sería precisamente corregir los posibles errores de los que le precedieron y facilitar la mejora de los servicios y prestaciones públicas para la ciudadanía; entonces suele suceder que pronto salen a relucir las carencias, la incompetencia, la falta de preparación para llevar a cabo la correcta administración inherente al cargo y, lo que es peor, las fatales consecuencias que, para el pueblo, suponen el tener en puestos de responsabilidad a personas que sólo buscan el interés personal o el adoctrinamiento de aquellos sobre los que pueden imponer su autoridad.

El caso de la señora Ada Colau, es uno de estos en los que queda patente la influencia de la demagogia sobre las masas, el impacto de los agitadores profesionales sobre las personas de buena fe, que llegan a creer en sus prédicas y, el mal que se puede llegar a producir, cuando llaman a desobedecer las leyes como medio de imponer la voluntad de unos pocos vocingleros y antisistemas, por encima de la legalidad imperante, emanada del propio pueblo. El objetivo de estos predicadores de la revuelta es, precisamente, convencer al populacho de que los gobernantes, elegidos democráticamente, son contra los que hay que luchar aunque ello signifique abjurar de los principios de toda democracia basados, precisamente, en que la voluntad del pueblo, a través de las urnas, sea representada por quienes sean escogidos para elaborar las leyes y aprobarlas en las cámaras de representación popular, como medio de dar seguridad a los ciudadanos de que están protegidos por el Estado y tengan conciencia de aquello que deben respetar y aquello contra lo que se debe luchar.

El cambio de la señora Colau ha sido verdaderamente asombroso. De activista antidesahucios, de pesadilla de la policía y de presunta protectora de los débiles al frente de los pelotones de antisistema, que la acompañaban para impedir los lanzamientos de aquellos que no cumplían con el pago de los plazos de sus hipotecas, impidiendo que los funcionarios judiciales pudieran cumplir con sus obligaciones; intentando manipular la opinión pública, valiéndose de unos pocos casos en los que los desahuciados eran ancianos o familias cargadas de hijos, generalmente en el paro, para utilizarlos por medio de fotografías escogidas o videos perfectamente organizados para crear un ambiente contrario, basado en presentar a los bancos y ricachones como los verdaderos culpables de ser los “monstruos” insensibles a las miserias de los pobres. Pero este engaño perjudicó a miles de personas que tenían sus ahorros invertidos en hipotecas, que se quedaron sin cobrar sus legítimas cuotas por el préstamo concedido.

Pero ahora, la señora Colau, tiene un sueldo que supera al del presidente en funciones del gobierno de la nación, viste prendas caras y hasta se permitió asistir a una sesión de la revista Vanity Fair maquillada, tuneada y favorecida por los milagros del foto shop, que la hicieron aparecer como una de estas burguesas sofisticadas a las que se ha pasado la vida criticando ¡O tempora! ¡O mores! Como no podía ser menos, ha empleado el nepotismo como arma para enchufar a familiares, conocidos y compañeros de partido (al fin y al cabo no es más que una marca blanca de Podemos, encargada de llevar la subversión a la capital catalana) procurando que sus sueldos no sean los de un simple peón o mileurista, sino que sean acordes con los que corresponden a los mandamases municipales, que el amiguismo y el clientelismo no deben faltar cuando uno asciende a la cumbre del poder.

No se crean que esta señora, captada por el separatismo catalán, con el que antes no se entendía, no sea capaz de cometer las mismas imbecilidades que el fanatismo ha inducido a poner en práctica en contra del castellano desde este feminismo extremo, rancio, vengativo y absurdo que se ha puesto de moda; de tal modo que, en una nota del 25 de noviembre, se puede leer: “Mercedes Vilá preside el “mujeraje” del Consejo de Mujeres de Orta-Guinardó a las mujeres víctimas de la violencia doméstica”. Hemos traducido del catalán pero la palabra “mujeraje” es el término que la Colau se inventó para evitar poner “homenatge”, que en castellano es homenaje, por considerar que este término tenía connotaciones machistas, y lo tradujo en “donantge”, una combinación de “dona”, en castellano mujer, y el sufijo “tge”. ¿Han visto ustedes una muestra más absurda y carente de sentido común? Pues esta es la señora alcaldesa de la ciudad de Barcelona.

A ella se ha debido la “moratoria turística” que ha causado cientos de millones de euros de pérdidas al sector. Ella es la que pide al Gobierno de la nación que fije topes en el precio de los alquileres de los particulares, pretendiendo intervenir para impedir la libertad de contratación de los propietarios de pisos. Y, esta misma alcaldesa, es la que pretende comprar 72 pisos, actualmente en manos de “okupas” para, posteriormente, entregárselos a ellos, eso sí, con el pago de un llamado “alquiler social” que, con toda seguridad, los actuales usuarios de las viviendas se negarán en redondo a pagar. Pero su última hazaña, con toda la cara dura del mundo, ha tenido lugar cuando ha visitado el Salón de Enseñanza en el que, el Ejército español, tiene un estand para informar a los jóvenes de las posibilidades formativas que les ofrece la milicia después de la escuela. Ni corta ni perezosa se ha dirigido a los militares que, educadamente, se han acercado a saludarla, diciéndoles que “no deseaba que estuvieran en el certamen”, ¿quién se cree que es ella para decir dónde deben o no estar nuestros soldados? Claro que, como no podía ser menos, estas desagradables palabras las ha pronunciado delante de una nube de periodistas y otras personas presentes, al parecer sin que nadie haya levantado la voz para recriminar a la alcaldesa el despropósito de sus palabras.

Es curioso, pero siempre ocurren en Cataluña semejantes despropósitos. Existe una campaña organizada “Desmilitaricemos la educación” que se opone a la magnífica labor de nuestras FF.AA en el campo de la formación profesional, algo que todos deberían alabar y promocionar; sin embargo, como se podía esperar de un lugar donde se está promocionando la separación de España, la presencia de los militares españoles, contrariamente a lo que sucede en el resto de naciones europeas, es interpretado como una amenaza del Estado en contra de sus propósitos separatistas. Y hacen bien, porque todos los españoles que vivimos en Cataluña, que deseamos seguir siendo españoles y usar el castellano cuando nos venga en gana, tenemos como última esperanza, ante este nefasto proceso de desafío secesionista, el que, si fallan el resto de protecciones constitucionales, al menos sea el Ejército como garante de la unidad de la patria, quien sea capaz de mantener dentro de España este trozo de tierra catalana que algunos pretenden arrebatarnos a los españoles.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, estamos observando como, poco a poco, pero sin pausa alguna, se va deteriorando nuestra democracia emprendiendo un peligroso camino hacia otro tipo de sistema de gobierno que ya ha producido sus estragos en las naciones sudamericanas, como Venezuela, Bolivia o Ecuador, en las que tanto Maduro como Evo Morales o el mismo Rafael Correa, han implantado sendas seudodemocracias en las que las libertades y derechos de los ciudadanos han ido desapareciendo (como ocurrirá en España si no reaccionamos a tiempo), para transformarse en estados totalitarios dirigidos y gobernados férreamente por dictadores que, además, pretenden mantenerse indefinidamente en el poder. Mirémonos en ellos y echemos un vistazo al futuro que nos aguarda si, como puede suceder, estos señores bolivarianos consiguen instalarse en el poder.

A nosotros sí nos tranquiliza que el Ejército siga en Cataluña

“El socialismo y el intervencionismo. Ambos tienen en común el objetivo de subordinar incondicionalmente el individuo al Estado” Ludwig von Mises
Miguel Massanet
jueves, 10 de marzo de 2016, 00:57 h (CET)
Cuando la política se convierte en un medio para dar suelta a los demonios interiores de los que la ejercen; cuando los que acceden a cargos públicos, en lugar de utilizarlos para solucionar los problemas de la ciudadanía, para atender las necesidades de aquellos que los escogieron con sus votos o procurar mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos que pensaron que su función, al hacerse cargo de la responsabilidad del puesto, sería precisamente corregir los posibles errores de los que le precedieron y facilitar la mejora de los servicios y prestaciones públicas para la ciudadanía; entonces suele suceder que pronto salen a relucir las carencias, la incompetencia, la falta de preparación para llevar a cabo la correcta administración inherente al cargo y, lo que es peor, las fatales consecuencias que, para el pueblo, suponen el tener en puestos de responsabilidad a personas que sólo buscan el interés personal o el adoctrinamiento de aquellos sobre los que pueden imponer su autoridad.

El caso de la señora Ada Colau, es uno de estos en los que queda patente la influencia de la demagogia sobre las masas, el impacto de los agitadores profesionales sobre las personas de buena fe, que llegan a creer en sus prédicas y, el mal que se puede llegar a producir, cuando llaman a desobedecer las leyes como medio de imponer la voluntad de unos pocos vocingleros y antisistemas, por encima de la legalidad imperante, emanada del propio pueblo. El objetivo de estos predicadores de la revuelta es, precisamente, convencer al populacho de que los gobernantes, elegidos democráticamente, son contra los que hay que luchar aunque ello signifique abjurar de los principios de toda democracia basados, precisamente, en que la voluntad del pueblo, a través de las urnas, sea representada por quienes sean escogidos para elaborar las leyes y aprobarlas en las cámaras de representación popular, como medio de dar seguridad a los ciudadanos de que están protegidos por el Estado y tengan conciencia de aquello que deben respetar y aquello contra lo que se debe luchar.

El cambio de la señora Colau ha sido verdaderamente asombroso. De activista antidesahucios, de pesadilla de la policía y de presunta protectora de los débiles al frente de los pelotones de antisistema, que la acompañaban para impedir los lanzamientos de aquellos que no cumplían con el pago de los plazos de sus hipotecas, impidiendo que los funcionarios judiciales pudieran cumplir con sus obligaciones; intentando manipular la opinión pública, valiéndose de unos pocos casos en los que los desahuciados eran ancianos o familias cargadas de hijos, generalmente en el paro, para utilizarlos por medio de fotografías escogidas o videos perfectamente organizados para crear un ambiente contrario, basado en presentar a los bancos y ricachones como los verdaderos culpables de ser los “monstruos” insensibles a las miserias de los pobres. Pero este engaño perjudicó a miles de personas que tenían sus ahorros invertidos en hipotecas, que se quedaron sin cobrar sus legítimas cuotas por el préstamo concedido.

Pero ahora, la señora Colau, tiene un sueldo que supera al del presidente en funciones del gobierno de la nación, viste prendas caras y hasta se permitió asistir a una sesión de la revista Vanity Fair maquillada, tuneada y favorecida por los milagros del foto shop, que la hicieron aparecer como una de estas burguesas sofisticadas a las que se ha pasado la vida criticando ¡O tempora! ¡O mores! Como no podía ser menos, ha empleado el nepotismo como arma para enchufar a familiares, conocidos y compañeros de partido (al fin y al cabo no es más que una marca blanca de Podemos, encargada de llevar la subversión a la capital catalana) procurando que sus sueldos no sean los de un simple peón o mileurista, sino que sean acordes con los que corresponden a los mandamases municipales, que el amiguismo y el clientelismo no deben faltar cuando uno asciende a la cumbre del poder.

No se crean que esta señora, captada por el separatismo catalán, con el que antes no se entendía, no sea capaz de cometer las mismas imbecilidades que el fanatismo ha inducido a poner en práctica en contra del castellano desde este feminismo extremo, rancio, vengativo y absurdo que se ha puesto de moda; de tal modo que, en una nota del 25 de noviembre, se puede leer: “Mercedes Vilá preside el “mujeraje” del Consejo de Mujeres de Orta-Guinardó a las mujeres víctimas de la violencia doméstica”. Hemos traducido del catalán pero la palabra “mujeraje” es el término que la Colau se inventó para evitar poner “homenatge”, que en castellano es homenaje, por considerar que este término tenía connotaciones machistas, y lo tradujo en “donantge”, una combinación de “dona”, en castellano mujer, y el sufijo “tge”. ¿Han visto ustedes una muestra más absurda y carente de sentido común? Pues esta es la señora alcaldesa de la ciudad de Barcelona.

A ella se ha debido la “moratoria turística” que ha causado cientos de millones de euros de pérdidas al sector. Ella es la que pide al Gobierno de la nación que fije topes en el precio de los alquileres de los particulares, pretendiendo intervenir para impedir la libertad de contratación de los propietarios de pisos. Y, esta misma alcaldesa, es la que pretende comprar 72 pisos, actualmente en manos de “okupas” para, posteriormente, entregárselos a ellos, eso sí, con el pago de un llamado “alquiler social” que, con toda seguridad, los actuales usuarios de las viviendas se negarán en redondo a pagar. Pero su última hazaña, con toda la cara dura del mundo, ha tenido lugar cuando ha visitado el Salón de Enseñanza en el que, el Ejército español, tiene un estand para informar a los jóvenes de las posibilidades formativas que les ofrece la milicia después de la escuela. Ni corta ni perezosa se ha dirigido a los militares que, educadamente, se han acercado a saludarla, diciéndoles que “no deseaba que estuvieran en el certamen”, ¿quién se cree que es ella para decir dónde deben o no estar nuestros soldados? Claro que, como no podía ser menos, estas desagradables palabras las ha pronunciado delante de una nube de periodistas y otras personas presentes, al parecer sin que nadie haya levantado la voz para recriminar a la alcaldesa el despropósito de sus palabras.

Es curioso, pero siempre ocurren en Cataluña semejantes despropósitos. Existe una campaña organizada “Desmilitaricemos la educación” que se opone a la magnífica labor de nuestras FF.AA en el campo de la formación profesional, algo que todos deberían alabar y promocionar; sin embargo, como se podía esperar de un lugar donde se está promocionando la separación de España, la presencia de los militares españoles, contrariamente a lo que sucede en el resto de naciones europeas, es interpretado como una amenaza del Estado en contra de sus propósitos separatistas. Y hacen bien, porque todos los españoles que vivimos en Cataluña, que deseamos seguir siendo españoles y usar el castellano cuando nos venga en gana, tenemos como última esperanza, ante este nefasto proceso de desafío secesionista, el que, si fallan el resto de protecciones constitucionales, al menos sea el Ejército como garante de la unidad de la patria, quien sea capaz de mantener dentro de España este trozo de tierra catalana que algunos pretenden arrebatarnos a los españoles.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, estamos observando como, poco a poco, pero sin pausa alguna, se va deteriorando nuestra democracia emprendiendo un peligroso camino hacia otro tipo de sistema de gobierno que ya ha producido sus estragos en las naciones sudamericanas, como Venezuela, Bolivia o Ecuador, en las que tanto Maduro como Evo Morales o el mismo Rafael Correa, han implantado sendas seudodemocracias en las que las libertades y derechos de los ciudadanos han ido desapareciendo (como ocurrirá en España si no reaccionamos a tiempo), para transformarse en estados totalitarios dirigidos y gobernados férreamente por dictadores que, además, pretenden mantenerse indefinidamente en el poder. Mirémonos en ellos y echemos un vistazo al futuro que nos aguarda si, como puede suceder, estos señores bolivarianos consiguen instalarse en el poder.

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.

Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.

 
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